Ya han pasado más de media hora, y aún sigo con Francois, es raro tener un tema de conversación a pesar de que es alguien a quien apenas acabo de conocer. Su vida me parece interesante. Se ve que es un chico inteligente, incluso me ha contado que ya ha terminado la universidad, lo que me deja sorprendida. Y además, puede pasar el tiempo libre tomando fotos, algo que le gusta. Es verdaderamente algo que admiro, me gustaría poder hacer lo mismo, pero aún no sé qué es lo que debo hacer con mi vida.
- ¿Así que trabajas? - le pregunté.
- Sí, pero el dueño de la compañía es mi padre, así que, ya podrás suponer cómo es todo.
- Creo que no tienes que esforzarte mucho, al fin y al cabo el dueño de la compañía es tu papá.
- No, me esfuerzo el doble. Papá es estricto, pero es justo eso lo que me ha ayudado a ser mejor en mi trabajo. No es fácil - dijo mientras exhalaba - Incluso hice también las pasantías en la compañía de mi padre. Y finalmente trabajo allí. Aprendo de él cada día.
- Pensé, antes de que me lo dijeras, que te ganabas la vida de esta manera, tomando fotos. Serías un fotógrafo profesional. Mira nada más lo que has hecho - dije mirando las fotografías en mi mano. Eran como diez.
- Eres la razón por la que han salido tan bien. ¿Alguna vez no pensaste en ser modelo? Tu físico es increíble - me dijo, y ante ese halago me puse más nerviosa, incluso no sabía qué decir. Era tan directo, lo soltó todo así como si nada.
- N-no, nunca lo pensé. Tampoco es para tanto, no creo que realmente pueda hacer algo así - me encogí de hombros.
- ¿Por qué no? Pienso que sí podrías. Solo piénsalo, la paga es buenísima tengo entendido. Es cuestión de buscar una buena agencia, pero si no te agrada, déjalo. Encontrarás algo que te guste. Aún eres joven.
- También tú.
- Y no cambiaría por nada del mundo lo que he elegido - admitió y asentí.
- Bien, creo que debería volver - dije, no era suficiente con el abrigo que había traído puesto para protegerme del frío.
Él se dio cuenta y se quitó su abrigo, lo dejó sobre mis hombros. No debería aceptar que hiciera eso por mí. Pero el perfume suyo estaba impregnado en el abrigo, lo que ayudaba a entrar en calor. Ya se lo podría devolver en otra oportunidad.
- No, no tienes que inquietarte por un abrigo, lo podrás devolverme cuando nos volvamos a ver. ¿Qué te parece mañana en este lugar? - preguntó mientras me daba una tarjeta.
Me di cuenta de que estaba escrita la dirección de un restaurante. ¿Cómo es que ya venía preparado con eso? No tenía ganas de preguntar en ese momento. Y no indagué más sobre ello.
- Está bien, pero debe ser en la tarde, inventaré cualquier cosa. Mi hermano podría enfadarse.
- Entiendo - me dijo y le sonreí -. Te acompañaré hasta la puerta del hotel.
- Bien, muchas gracias.
No me negaría, era muy tarde y no quería correr el riesgo de que me pasara algo malo. Así que fui con él hasta la entrada del hotel. Era raro andar así con un chico. Con Daniel, no existió tanta caballerosidad. Sacudí la cabeza, no valía la pena hacer una comparación, eran personas muy diferentes.
- ¿El restaurante...?
- Es de papá. De seguro te gustará, después podrás ir con tu hermano y tu cuñada. Si me avisas de antemano, la comida va por la casa - agregó.
- ¿Cómo crees? Tenemos para pagarla. Pero agradezco...
- No se trata de eso, es cordialidad de mi parte. Podemos intercambiar números. Si te sientes insegura, no lo hagas. Te daré mi número y podrás apuntarlo.
- Me parece bien.
Me dictó su número telefónico. Lo anoté en la agenda y lo guardé. Sonreí para mis adentros. ¿Cómo es que un chico había logrado sacarme del infierno en el que me sentía? Y podía decir que solo su sencillez había sido un mejor estímulo que toda la ayuda psicológica que había recibido.
- Nos vemos.
- Espera. Ya entraré, así que toma - hice el amago de entregarle el abrigo, pero no lo aceptó.
- Será mi excusa para volver a verte - se atrevió a decir. Solo eso provocó un incendio en mis mejillas.
Nos despedimos, lo hice con timidez. A salvo del chico que había hecho volar mi corazón, estaba en el interior de la habitación, atravesada por implacables latidos.
- ¿Qué es esto? - dije suspirando como tonta. Y tomé el abrigo entre mis manos, antes de verlo y aspirarlo, su perfume era tan exquisito. Dios, debía estar loca.
Lo dejé sobre el sofá y me aseé antes de irme a dormir. En lugar de hacer eso, me perdí con el aleteo en mi estómago, era intenso, era poderoso. Las mariposas no dejaban de volar. Estaban multiplicándose, me hacían perder la razón. ¿Cómo era posible todo eso?
Mi hermano me mataría si se enterara de toda esta noche. Miré las fotos, François tenía tanto talento. ¿Y cómo es que me veía tan bien? Aprieto mis mejillas y sonrío.
- ¿Será que está bromeando? - desinflo mis mejillas.
No era posible. Había sido tan amable, tan cariñoso... Tan guapo.
Sacudo la cabeza. ¿Por qué sería correcto pensar todo eso sobre un chico que no deja de ser un desconocido? Ni yo lo entiendo. Tal vez estoy perdiendo la cabeza. Debe ser eso.
No hay otra explicación.
Pero la ilusión se desvanece cuando pienso en mi vida pasada. En mi bebé, en lo que he perdido... ¿Quién querría estar con una chica como yo? Debo ser ilusa.
Sigo viendo la tarjeta que me dio. ¿Debería ir? Incluso mi dedo está tentado a borrar su número de teléfono, y la mitad de mí a tocar la pantalla para enviarle un mensaje. Ni lo uno ni lo otro.
De todos modos, su abrigo está aquí conmigo, lo que me obliga a verle sí o sí. No puedo quedarme con su gabardina.
Dejo escapar el aire.
¿En qué rayos me he metido?
Qué dilema...