—¿Ya puedo retirarme? Aún tengo otras cosas que debo hacer.
—Dime algo, ¿de seguro no tienes algo que decirme?
En ese momento paso saliva con dificultad. Me está tuteando de nuevo y me está preguntando directamente si tengo algo que decir. No quiero decirle nada.
—No, ¿por qué crees que tengo algo que decir?
—Porque desde que me viste, no has dejado de actuar extrañamente, como si quisieras ocultar algo —suelta directamente y casi me atraganto con mi propia saliva.
No puedo creer que ahora esté hablando de eso.
—Zared...
—Pensé que no volverías a llamarme por mi nombre. Hasta ahora ha sido formalmente.
—Tú también lo has hecho —exclamo.
Él se acerca peligrosamente a mí y sé que debería tomarlo como una advertencia para salir corriendo sin dudar. Pero mis pies se sienten atrapados en el suelo, incapaces de moverse. Su presencia es abrumadora, no puedo moverme ni un centímetro. Ya está allí y me reduce a nada con solo una mirada.
Lleva una mano a mi rostro y algunos de sus dedos rozan mi clavícula, haciendo que me estremezca de pies a cabeza. Lo miro nerviosa, él parece tener el control total de la situación y no se inmuta ante nada.
—¿Sabías que no has cambiado mucho? Sigues siendo la misma pequeña observadora de antes. La que, con solo ver una vez, parecía que conocía de toda la vida. Eso sentí, y eso aún siento —susurra cerca de mi rostro y siento que me quedo sin aliento. Necesito que se aleje, que deje de invadir mi espacio porque eso es peligroso para mi corazón. Pero cuando menos lo espero, se aparta y me deja con el pulso acelerado y el corazón latiendo rápidamente. Es tan poderoso —. Es agradable volver a verte. Pero no pensé que trabajarías aquí. ¿Finalmente fuiste a la universidad o te rendiste?
No entiendo por qué quiere saber de mi vida de repente. Y suena demasiado seguro como si fuera a darme la respuesta. Pero no quiero hacerlo.
—Yo... No tengo que responder eso. ¿Puedo retirarme?
—Anastasia —pronuncia mi nombre de una forma que me provoca escalofríos y lo miro —. ¿Por qué no puedes decírmelo? No puedo olvidar que una vez me hablaste de tu sueño de ser repostera. ¿Qué pasó con eso?
—¿Acaso dice en el contrato que debo hablar sobre mi vida en el trabajo? Porque no quiero hacerlo —voy a decir y Zaredasiente.
—Tienes razón, no tengo ningún derecho de saber sobre tu vida. No me concierne. Digamos que solo quería ser amigable contigo, pero si no quieres hablar de tu vida, lo respeto.
—¿Amigable? Es un chiste, seguro —murmuro, ya estoy harta de estar allí. Quiero salir de ese lugar —. ¿Puedo irme?
—¿Tienes tanta prisa por escapar? No soy un monstruo, un psicópata o algo por el estilo que te quiera hacer daño, así que no tienes que tener miedo. ¿De acuerdo? —me dice mientras camina hacia el minibar de la suite y se sirve un vaso de bebida alcohólica. Da un sorbo.
Agradezco que no me ofrezca un poco. De todos modos, creo que no es tan... Me aclaro la garganta y lo vuelvo a mirar.
—No te tengo miedo. Es solo que... ¿Por qué estás haciendo todo esto?
—¿Y qué se supone que estoy haciendo? Soy el jefe, el dueño de este hotel. Tengo todo el derecho de pedir que una empleada esté aquí. ¿Tienes algún problema con eso?
—No, por supuesto que no, pero es un poco extraño, ya que no tengo nada que hacer aquí.
—Solo te hago un favor, y espero que algún día puedas ser sincera conmigo. Mentir, ocultar... es lo mismo.
—¿Qué?
—Puedes irte. Necesito estar solo.
No entiendo su cambio repentino de humor. Ahora que me dice que puedo irme, no quiero hacerlo, pero finalmente salgo. Afuera logro recuperar el aliento. Por fin me he liberado de ese lugar. Pero sigo afectada por todo lo que me ha dicho. ¿Acaso Zaredya sospecha de mi embarazo o es solo mi estúpido miedo creyendo eso? No puedo saberlo con certeza, lo único que sé es que debo tener cuidado. Ahora veo a Zaredde manera diferente a como pensaba que era. Y eso podría ser peligroso para mí. ¿Qué pasa si Zareddecide perseguirme? Estoy empezando a tener los mismos pensamientos paranoicos que mi compañera.
Dentro del ascensor, libero todo el aire retenido en la caja metálica. Cuando llego abajo, choco con alguien. Me doy cuenta de que es Camilo.
Lo saludo brevemente.
—¿Todo bien?
Asiento a su pregunta y él se mete en el ascensor. Supongo que se dirige a su suite. No puedo estar segura.
—Al fin estás aquí. ¿Has hecho mucho? —quiere saber María, con mucha curiosidad en su rostro.
—No, en realidad no ha sido nada. Nuestro jefe es la persona más extraña que conozco.
—¿Eh? No entiendo. ¿Estuviste solo allí sin hacer nada?
—Exactamente. Pero preferiría haber hecho más aquí, como de costumbre, que lidiar con ese tipo —confieso.