Capítulo 78
1467palabras
2022-11-08 00:01
El día siguiente fue el primer día de Quinta en una nueva escuela. El médico había dicho que su lesión en la cabeza se había curado bien. Además, Nate sabía que ya estaba un poco cansada de jugar en casa, así que la inscribió en una escuela privada cercana.
Leila y Nate la llevaron juntos. El rostro de Quinta estaba lleno de orgullo cuando entró a la escuela con sus padres sosteniendo sus pequeñas manos.
Cuando vivía en Nueva York, Thomas nunca había ido a su escuela, por lo que todos sus compañeros de clase supusieron que venía de una familia con un solo padre. Quinta no dijo nada sobre sus comentarios, pero en el fondo de su corazón, se sentía triste. También sentía que Thomas solo le sonreía frente a su madre. No supo por qué hasta la llegada de Nate a su vida. Lo aceptó de inmediato porque podía sentir el amor paternal en sus ojos y acciones, algo que nunca había sentido con Thomas.

“Nos vemos luego, bebé”, dijo Leila, besando la mejilla de Quinta. “Tim y la Sra. White te recogerán después de clases”.
“Vale”, respondió la niña antes de preguntar: “¿Cuándo nacerá el nuevo bebé? Quiero un hermano o una hermana para no venir sola a la escuela”. Les hizo un puchero a sus padres.
Nate miró a su esposa y vio que se había sonrojado de repente. Después de todos estos años, Leila todavía se sonrojaba con tanta facilidad. Quería morder su rostro enrojecido en este instante, pero se contuvo. Luego se inclinó para besar la mejilla de su hija y le susurró algo al oído. Quinta sonrió de inmediato y le devolvió el beso feliz.
Leila no tenía ni idea de lo que le había dicho. Observó su dulce intercambio de besos. El ambiente a su alrededor era ideal, era como volver a casa y obtener esta paz que tanto había buscado. Parecía que nada podía estropear la felicidad de su familia.
Después de despedirse de su hija, Nate se fue a trabajar mientras que Leila regresó a casa. Planeaba darle una sorpresa a su niña, así que prepararía su plato favorito para el almuerzo, lasaña. Con mucho queso debajo de la capa superior, tal y como le gustaba.
En cuanto Nate entró en su oficina, le pidió a Sean que se acercara. Su jefe respiró hondo al verlo y contuvo la respiración para reprimir su ira.

No lo miró para evitar enfadarse y le pidió que se sentara. Entonces hizo la pregunta que tenía en mente y por fin miró al director financiero de su empresa.
“¿Quién robó esos cinco millones de esta empresa hace cinco años?”. Sean no pudo evitar palidecer, sorprendido por la pregunta. ¿Por qué le preguntaba esto ahora? No podía entenderlo, pero sabía lo peligroso que podía ser Nate cuando estaba así de tranquilo.
“Tu exesposa”, murmuró con la voz temblorosa mientras esquivaba la mirada de Nate. “Fue Leila Swift”, agregó solo un poco más seguro.
“¿Estás seguro?”. Nate se levantó y caminó alrededor de su escritorio, acercándose a él. “Sean, sabes que odio a los mentirosos”. Su tono permanecía inexpresivo, pero Sean comenzó a temblar de miedo ante sus palabras.

“S-sí, Nate. Fu-fue Le… Leila S… Sw…”.
Antes de que pudiera terminar su oración, Nate ya se había subido las mangas y lo sujetó del cuello de su camisa. Luego apretó su garganta y lo levantó en el aire.
“¡¿Quién fue?!”. Nate gruño, echando humo. “¡Es tu última oportunidad!”. Gruñó más fuerte, advirtiéndole que no estaba bromeando. Los pies de Sean colgaban sobre el suelo mientras su respiración se desvanecía.
“¡Di la verdad o muere!”, gritó el hombre, apretando con más fuerza su cuello.
“¡Fue… Fue… Se-Selena Samuel!”. Por fin confesó la verdad y agregó que ella lo había amenazado para que lo hiciera, pero a Nate no le importaban sus explicaciones. Lo arrojó al suelo con fuerza y apretó los puños con la ira hirviendo en sus ojos…
Por otra parte, el móvil de Selena comenzó a sonar. Vio el nombre en la pantalla, era la misma p*rra que se había atrevido a venir a su apartamento el día anterior sin haberla llamado primero. Como de costumbre, no había venido para verla o preguntarle cómo estaba.
Odiaba a esta mujer más que a nadie, excepto tal vez a Leila.
“¡No te daré más dinero! ¿Necesito dejarlo por escrito para que lo entiendas?”. Selena contestó y lo primero que hizo fue gritarle a la mujer que se negaba a llamar su madre.
“¡Pero Carl es tu hermano!”, exclamó Lily Greece. Rogaría de rodillas por el bien de su hijo si fuera necesario. “¡Prometiste que nos ayudarías! ¡Está enfermo! Necesita dinero para su tratamiento”. Carl había crecido con Lily y ella lo amaba mucho más de lo que nunca amaría a Selena, aunque sabía que no era culpa de su hija.
Tal vez no la amaba por quién era su padre.
Stan Samuel era un matón borracho y agresivo. Había abusado tanto de ella como de Selena y las había golpeado todos los días. Cuando Lily conoció a Bob Greece, él pensó que no estaba casada, así que ella renunció a Selena para salvarse del infierno que vivía con Stan.
Nunca había mirado hacia atrás, no hasta hace cinco años.
“¡Él no es mi hermano!”, gritó Selena. Carl Greece le había robado el amor de su madre y no podía esperar a que muriera pronto.
“Te ayudé a deshacerte de Lucinda hace cinco años. Me prometiste que me darías dinero. ¡No seas una rata!”, reclamó Lily, insultando a su hija al final, lo que selló su propio destino.
“Ya te di suficiente dinero. Además, ¡Leila Swift regresó y ahora vino con una mocosa! ¡No me ayudaste ni una m*erda! ¡J*dete!”. Selena colgó enojada y se preparó un martini, luego otro y después un tercero.
Un poco más tarde, escuchó un fuerte golpe en la puerta de su casa. Como seguía consternada por la llamada con Lily y estaba mareada por los tres martinis que había tomado, no se fijó en quién era por la mirilla y abrió la puerta sin pensar. ¡Si tan solo hubiera mirado o hubiera pensado antes!
Stan Samuel estaba de pie frente a ella, borracho a más no poder.
“¡Selena, te quiero, necesito dinero!”, murmuró arrastrando sus palabras y soltó una risita. “Me salió una rima”, pensó. “¡Sé que tienes!”, añadió, sintiéndose bien y contento.
La mujer sintió ganas de vomitar cuando el olor hediondo invadió sus delicadas fosas nasales. “No se ha bañado durante días, tal vez incluso semanas”, pensó mientras miraba con disgusto al hombre que se tambaleaba y tropezaba frente a ella.
“¡No, ni lo creas! ¡Vete!”. Se negó y trató de cerrarle la puerta en la cara, pero Stan no necesitaba mucho para enfadarse. Su cara se puso roja de ira, la maldijo en voz alta y sus ojos se oscurecieron con un repentino cambio de personalidad.
Levantó las manos, cerró los puños y pateó la puerta hasta abrirla por completo. Cuando entró, le lanzó puñetazos a su hija.
Toda su ira se desató y la golpeó sin control. La estaba golpeando fuerte como cuando solo era una niña. Selena trató de defenderse, pero no tenía ninguna oportunidad contra él.
Stan recordó cuando lo acusó. Selena, su propia hija, se había atrevido a denunciarlo por violencia doméstica y otros delitos unos veinte años atrás. Ella fue el motivo por el que había terminado en prisión.
Cuando lo liberaron hace cinco años, ella accedió a darle cinco millones de libras si la ayudaba a deshacerse de Phil Hill y Bob Greece. Lo hizo, pero cinco millones no fueron suficientes para él y lo gastó en poco tiempo. Ahora, no tenía dinero y creía que merecía que su hija le diera más.
Selena gemía y aullaba bajo los golpes de su padre, sintiéndose impotente como cuando era una niña. Sus padres nunca le habían ofrecido amor, pero ahora le pedían dinero.
“¡Detente, Stan Samuel!”, le rogó. “¡Basta!”. Sin embargo, no funcionó.
“¡Te daré… te daré dinero!”. Selena por fin accedió y Stan detuvo sus golpes de un momento a otro.
“Vale”, dijo confundido.
“Pero primero tienes que hacer algo por mí”, exigió la rubia de repente. Si su supuesta madre no había podido ayudarla con Leila, tal vez su detestable padre lo haría con la ayuda de esa otra cosa.
“¿Qué quieres? ¿Qué tengo que hacer?”. Stan sentía curiosidad. Haría cualquier cosa por dinero.
“¡Mata a la horrible mocosa de Leila Swift!”. Selena apretó los dientes con maldad. Creía que Nate amaba a su esposa porque le había dado una hija.
“Una vez que Quinta Hill esté muerta, tendré un bebé con Nate, ¡y él de seguro me amará!”, pensó y rompió a carcajadas, sumergiéndose en su mundo imaginario.