Capítulo 77
1792palabras
2022-11-07 00:01
Leila sentía que volaba alto y libre como un pájaro tras escuchar a Nate decir estas dos palabras. Se había deshecho de las cadenas pesadas e invisibles que ataban su alma al suelo.
Su corazón latía más rápido y su cuerpo parecía más ligero. Por fin, podía respirar en paz.
Estos sentimientos tan intensos trajeron lágrimas a sus ojos, que bajaron por sus mejillas. Había encontrado el amor.

No podía recordar nada, pero los sentimientos estaban dentro de ella y podía sentir todo.
“¡Me ama! ¡Nate Hill me ama! ¡Sí me ama!”.
 
Era como si una represa se hubiera roto dentro de ella y hubiera dejado salir todo.
“¡Me ama!”, se repitió en silencio mientras por fin brillaba de alegría.
No obstante, la sonrisa desapareció de sus labios y la realidad la golpeó con fuerza. Se sentía culpable por un crimen que ella no había cometido, pero sí su padre.

“¡Lo siento mucho, Nate! ¡Lo siento mucho por tu papá! ¡Y por lo que hizo mi padre! ¡De verdad lo siento mucho!”. Comenzó a sollozar desconsolada todavía bajo el fuerte abrazo de su esposo. Se sentía segura entre sus brazos, pero ¿por cuánto tiempo? No podían estar juntos, no con esta tragedia en sus espaldas. Bob Greece había destruido la felicidad de la familia Hill. Leila incluso supuso que la enfermedad de Karen había sido causada por la muerte de Phil.
Nate deslizó sus manos por sus hombros y brazos hasta llegar a sus diminutas manos, y las tomó entre las suyas. Luego retrocedió un paso sin dejar de mirarla en ningún momento. Necesitaba consolarla o esta chica tonta seguiría culpándose a sí misma por todo.
“No te culpo, Leila. ¡Ya no llores!”. Llevó sus dedos a su rostro cubierto de lágrimas y limpió una por una con delicadeza. La estaba mirando con tanto cuidado y cariño que hizo que Leila se sintiera mucho peor.
“Pero soy…”. Ella intentó decir algo. “¡Él no puede amarme! No después de lo que hizo mi padre. Incluso si me ama ahora, en algún momento me odiará”, pensó.

“Shh…”. Nate puso un dedo contra sus labios y la hizo callar.
“No es tu culpa. Tú eres tú, eres mi Leila, mi esposa. ¡No eres tu padre!”. La consoló, esperando que su llanto cesara pronto. No podía soportar verla lamentarse así y torturarse a sí misma tan agobiada. Todo lo que quería era que fuera feliz y verla sonreír. Bob Greece era escoria, pero Leila era inocente.
“Pero ¿no robé tu dinero?”. Leila por fin se calmó y se las arregló para hacer una pregunta. “Soy una ladrona”. Nate frunció el ceño. No se sentía cómodo porque sabía que estas preguntas la molestaban y la inquietaban.
“No, no… ¡Sé que no lo hiciste!”. Tiró de ella para abrazarla de nuevo. Estaba casi seguro ahora de que Leila no había sido quien había robado el dinero de su empresa cinco años atrás. Debía haber sido alguien más.
Ya sospechaba de quién podría haberlo hecho, pero no tenía ninguna prueba que respaldara su teoría. Al menos, ¡no todavía!
Se regañó a sí mismo por haber desconfiado de Leila y haber pensado mal de ella durante todos estos años. Ahora, había recibido su última oportunidad para redimirse.
“¿Qué hay de… Selena Samuel y tú?”, preguntó. Quería saber cuál era su relación. Al fin y al cabo, la había visto desnuda en su estudio el día anterior. Ella no quería una tercera persona en medio de su matrimonio.
“¡Nunca la toqué, Leila!”. Ya conocía los trucos sucios de esa rubia, así que ni siquiera quería decir su nombre, como si fuera a ensuciarse la boca si lo mencionaba. Sus palabras por fin levantaron la roca que Leila había cargado sobre su pecho.
“¡Confía en mí! ¡No hice nada! Solo te quiero a ti”, agregó.
Leila lo miró a los ojos. Su mirada era sincera y no estaba mintiendo, así que confió en él. Entonces, se dio cuenta de quién había mentido. ¡Thomas! ¡Él le había estado mintiendo durante estos cinco años! ¡Era imposible que Nate le hiciera daño, mucho menos empujarla de una colina!
Ella asintió con una sonrisa debajo de sus lágrimas. Nate sostuvo su pequeña cara y la atrajo a un beso.
Sus manos se envolvieron alrededor del cuerpo del otro y sus labios se disolvieron entre sí mientras enredaban sus lenguas. Leila gimió y Nate comenzó a mover los pies, arremolinándolos en el prado. Pensó que podría comérsela entera.
“¡Cerrad los ojos! ¡Ahora! ¡No tenemos permitido ver esto!”. Una voz infantil resonó a su alrededor, sorprendiendo a la pareja que se estaba besando.
Nate y Leila rompieron su beso, separaron sus cuerpos y se dieron la vuelta.
Entonces vieron a tres niños y un perro de pie como estatuas de mármol detrás de ellos.
“¡Llamadme loco, pero ese perro está sonriendo!”, pensó Nate al ver a Duke, que era el único que los estaba mirando. Tenía la cabeza inclinada hacia un lado, como si se estuviera preguntando qué estaban haciendo.
Liam estaba cubriendo los ojos de Mia y Quinta con sus pequeñas manos alrededor de sus cabezas mientras él también tenía los ojos cerrados. Nate miró a Leila y ella le devolvió la mirada. Ambos contuvieron una risa porque esta escena les parecía divertida.
“¡Vale, niños!”, Nate anunció con un tono imponente. “¡Ya podéis abrir los ojos!”.
Los tres pequeños agitaron sus pestañas, mirándolos entre sus dedos un poco separados.
“¿Ya es seguro?”, preguntó Mia con timidez.
“No tenéis que apresuraros, papi. Podemos mantener los ojos cerrados por mucho, mucho más tiempo. ¡Sigue besando a mi mami! ¡Bésala!”. Quinta insistió y Leila la miró boquiabierta, asombrada porque los estaba animando a seguir sin ninguna vergüenza. Se dio cuenta de que a su pequeña le gustaba verlos juntos y sonrió para ella misma.
“Seguiré más tarde. ¡No te preocupes!”, Nate respondió despreocupado con una sonrisa, como si no tuviera nada que ver con él. Luego pasó un brazo alrededor de la cintura de su esposa y le susurró al oído: “Además, haré mucho más que solo besarla”.
Ella se sonrojó, lo empujó del pecho y se soltó de su abrazo.
“Bueno, ¡vamos!”. Luego instó a los niños y a Nate a que comenzaran a caminar en dirección a donde habían instalado las tiendas de campaña. Todos obedecieron y bajaron la colina. La mujer vio un lago en la parte de abajo. ¿Sabía nadar? No tenía ni idea al respecto, pero de seguro le gustaría intentarlo.
“La tía Alice debe estar muy preocupada”, agregó Leila al ver el campamento frente a ellos.
“¡No creo! Mis padres se besan todo el tiempo. Estoy seguro de que ni siquiera se han dado cuenta de que nos habíamos ido. Cuando mi papá la besa, mi mamá hace así… y así…”. Liam comenzó a imitar los gemidos de su madre, que sonaban como maullidos.
Las niñas se rieron y repitieron los sonidos. Leila estaba a punto de decir algo al respecto, como que no deberían hacer esto.
Sin embargo, Quinta fue más rápida en hablar. “¡Liam!”. 
“¿Sí…?”.
“¿Me besarás cuando seamos más grandes?”. Giró hacia Liam y le preguntó con una expresión muy seria. Después, le sonrió con dulzura al niño. Leila suspiró, pensando que era muy tierno.
“Puedo besarte ahora si quieres”, respondió el pequeño con la misma rapidez y con una sonrisa en su rostro. Liam estaba tan radiante como el sol. Leila volvió a suspirar, esta vez un poco más asombrada.
“¡No podéis hacer eso!”, protestó la mujer en voz alta.
“¡Quinta! ¡Liam!”, gritó Nate perplejo. Su voz sonó como el estruendo de un trueno e hizo que todas las miradas se dirigieran hacia él.
“¿Sí, papi?”. Su hija levantó la mirada, brillando y pestañeando con inocencia.
“Sois demasiado jóvenes para estar hablando de besos, ¡mucho menos para hacerlo!”, dijo en un tono de advertencia.
“Tu papá tiene razón”. Leila estaba de acuerdo.
“Vale, esperaremos”. Quinta también le dio la razón.
“¿Cuánto tiempo tendremos que esperar?”, preguntó Liam con curiosidad mientras miraba a la niña.
“No lo sé, espero que no mucho”, ella respondió, encogiéndose de hombros. Luego le preguntó a Nate: “Sí, papá, ¿cuánto tiempo?”.
“¡Mucho! ¡Quinta, ve a pasear con tu perro! ¡Él es mucho mejor compañía para ti que Liam!”. Su padre perdió la paciencia y le ordenó que se fuera, entregándole la correa de Duke en sus manos.
“¡Te ayudaré!”. No obstante, Liam también la sujetó porque no quería que Quinta se alejara de él.
“¿Cuándo fue tu primer beso? ¿Fue con mamá?”. Quinta no podía dejar de hacer preguntas.
“¡Sí, Nate! ¡Respóndele a nuestra hija!”. Leila también insistió.
“Mmm…”. Nate dudó mientras recordaba. Había besado a demasiadas mujeres antes que a Leila, pero ella era la indicada para él. Se sintió aliviado al ver que por fin habían llegado al campamento.
“Quinta no puede quedarse a solas con él. ¡Nadie puede quitarme a mi hija!”, Nate le dijo a Leila tiempo después mientras observaban a los niños. Se habían olvidado por completo de los besos y ahora jugaban a los juegos habituales de niños. Los tres corrían y competían por quién atraparía a Duke primero, pero el perro estaba ganando.
“Nate, tienen cinco años”, respondió Leila, pensando que su pedido era ridículo. Pudo sentir un fuerte ataque de celos y posesividad en su tono. Ella sacudió la cabeza y miró a Quinta, que ahora estaba acariciando el vientre de Alice. Entonces la vio apretando un oído contra su piel, tratando de escuchar los latidos de los corazones de los bebés.
“¡No me importa!”, respondió Nate y miró casi enojado al pobre Liam.
“¿Sé nadar?”, preguntó Leila para cambiar el tema. De verdad deseaba saberlo, pero también quería que dejara de decir tonterías. Los niños eran curiosos y hacían preguntas, no era nada más que curiosidad.
“Sí, yo mismo te enseñé”, dijo Nate y le prometió que llevaría al lago más tarde. De repente, vio a Quinta caminando hacia ellos arrastrando a Alice de la mano. “¿Ahora qué?”, se preguntó al notar que su hija lucía molesta.
“¡No es justo!”. Quinta casi les gritó a sus padres.
“¿Qué sucede, bebe?”. Leila abrió los ojos como platos.
“Liam y Mia tendrán dos hermanos más y yo estoy sola. Quiero una hermana o un hermano. ¡Haced uno, ahora!”. Alice estalló en carcajadas mientras que Leila se sonrojó mucho, pensando que su hija era la viva imagen de su padre. Era muy arrogante y autoritaria. ¿Quién podría decirle que no a estos dos?
A Nate no parecía molestarle en absoluto su orden. Les había pedido justo lo que él también deseaba.
“¡Claro, Quinta! ¡Tus deseos son ordenes! Papi y mami harán uno esta noche”, respondió y le guiñó un ojo a Leila con una expresión coqueta y una amplia sonrisa.