Solo un grito enojado de Nate pudo cerrar la boca de Selena, al menos durante un rato.
Ella pensaba que necesitaba convencerlo más, pero ver a Leila devastada cumplía con su objetivo por ahora.
Se retiró y se sentó en un taburete frente a la isla de la cocina. Luego se subió la falda para que Nate admirara la vista de sus piernas desnudas y se tranquilizara.
“¡Ahora, esta p*rra cree que su padre mató al de Nate! ¡Perfecto! ¡Tal vez eso sea todo y por fin lo deje en paz! Quizás Nate todavía pueda ser mío”. Selena se rio con malicia por dentro.
Sin embargo, frunció el ceño al segundo siguiente al notar que Nate no estaba mirando sus largas y perfectas piernas, sino a otra parte.
Estaba observando a Leila con preocupación al ver que se sentía triste y estupefacta. Parecía como si no supiera qué decir o cómo actuar en este momento.
“Cariño, espérame en el coche, por favor”, dijo con delicadeza cuando sus miradas se cruzaron. Era justo lo que había temido, que Leila se enterara por alguien más de que Bob Greece había asesinado a su padre.
“Vale”. Leila asintió y salió.
“Debe sentirse muy mal”, pensó el hombre, maldiciendo a la rubia.
Entonces volteó hacia Selena y la miró con una expresión diferente. Ella lo había engañado cuando eran adolescentes. Quien engañaba, también podía mentir, entre otras cosas. Comenzó a sospechar de sus intenciones, pero primero tenía que asegurarse. Necesitaba alguna prueba.
“Vete de esta casa, ahora”, le ordenó con una voz firme y fría, revelando que se sentía furioso con ella.
“¡Él debería estar enojado con ella, no conmigo!”. La rubia también se puso furiosa al darse cuenta de cómo la miraba, así que le reclamó: “¿Por qué? ¡Ella es la que debería irse, no yo! ¿Por qué la defendiste? Su papá mató al tuyo, es tu enemiga. No me digas que sientes algo por esa mujer”.
Resopló. Su lengua era más rápida que su cerebro y no pudo evitar que estas palabras salieran de su boca.
“Es cierto, pero no siento ‘algo’ por esa mujer”, respondió Nate, enojado con ella, quien había descrito a Leila con desdén como “esa mujer”. ¡Era su esposa y la madre de su hija! “¡Amo a esa mujer! ¡Amo a Leila!”, exclamó en voz alta.
Se sintió un poco extraño al admitir su amor por Leila a Selena antes que a su esposa misma, pero tenía que dejarlo claro. Esta mujer nunca, pero nunca, podría reemplazar a Leila en su corazón.
Selena se quedó atónita al escuchar sus palabras.
“¡Pero robó tu dinero!”. No se dio por vencida. “¡J*der, es una ladrona! ¡Solo ama tu dinero, no a ti!”, agregó en un último esfuerzo desesperado. “Nate, yo te amo mucho más de lo que ella jamás lo hará. Siempre te he amado”. Sonaba como una actriz terrible que no sabía fingir un corazón roto.
“No me importa cuánto me ames”. Nate vio a través de sus intenciones. “Amo a Leila y no necesito que ella también me ame. ¡Y no vuelvas a llamar ladrona a mi esposa nunca más! ¿Me escuchaste? Mi dinero es su dinero. ¡Ahora, vete o llamaré a seguridad!”. Le lanzó una mirada de advertencia antes de caminar en dirección a la puerta principal.
No quería seguir perdiendo el tiempo con Selena porque Quinta y Leila estaban esperándolo. Le abrió la puerta a la rubia con caballerosidad por última vez y la acompañó afuera. ¡Por fin!
Quinta y Duke llegaron desde algún lugar del patio delantero, tal vez porque habían oído que se abría la puerta. De inmediato, el perro comenzó a gruñir y ladrar a Selena.
“¡Duke, basta! ¡Duke! ¡Compórtate!”. Quinta intentó calmarlo, pero no funcionó. Su perro incluso comenzó a gruñirle más a la mujer.
Nate sonrió mientras miraba a la rubia, que por poco ensució sus pantalones de miedo.
Luego se llevó dos dedos entre sus labios y silbó. Duke cambió su atención de Selena a Nate y se acercó. Este perro amaba más a Quinta, pero seguía más las órdenes de él.
“¡Buen perro!”. Lo felicitó mientras enganchaba una correa en su collar. “¡Vendrás a acampar con nosotros, muchacho!”, añadió. “Quinta me mataría si no te llevo”, se dijo a sí mismo.
Abrazó los hombros de su hija y besó su cabello.
Mientras tanto, Leila no podía dejar de pensar en lo que había dicho Selena.
Estaba sentada dentro del coche de Nate demasiado confundida. Su cabeza le comenzó a doler por todos los pensamientos pesados y profundos que invadían su mente. Casi no podía mover ninguna extremidad por lo débil que se sentía su cuerpo. Mientras temblaba, se preguntaba si era cierto lo que había dicho la rubia.
“¿Mi papá de verdad asesinó al padre de Nate? ¿Y le… le robé su dinero?”. Leila soltó un quejido. “¿Esa fue la razón por la que me empujó por una colina?”, pensó en esta posibilidad al recordar lo que Thomas le había dicho.
Ahora, todo tenía sentido. Nate debía odiarla a muerte.
La llegada de su hija y su esposo evitó que siguieran pensando.
“¡Campamento, campamento! ¡Nos vamos de campamento!”, cantó su hija mientras Duke aullaba igual de alegre. Nate encendió el motor y se puso en marcha.
“Mami, ¿alguna vez has ido de campamento?”, le preguntó su niña con una sonrisa en su dulce carita.
“No mi amor, nunca”. Leila se obligó a sí misma a sonreírle, tratando de quitarse la pena y el dolor, pero seguían dentro de ella. Si su padre de verdad era culpable de ese horrendo crimen, no había ninguna solución.
“Nada podría repararlo”, reconoció con tristeza.
Nate iba en camino al sureste de Londres, tratando de no conducir demasiado rápido.
Quinta disfrutaría del campo. Además, todos necesitaban alejarse de la ciudad y de su ajetreo. Tal vez el aire fresco, la paz y la tranquilidad les harían bien. Sobre todo a Leila.
Nate esperaba que refrescara su cuerpo y su mente, y también trajera de vuelta un poco de sus recuerdos.
Sin contar que el perro necesitaba correr.
Le había pedido a Ivan y Alice que los acompañaran con sus hijos. Su destino y punto de encuentro era una granja tradicional en Kent. Estaban a solo unos pocos kilómetros de distancia.
Nate había estado pensando en Ivan y su familia. Los últimos cinco años habían sido generosos con ellos. Alice había dado a luz a un par de gemelos, un niño, Liam, y una niña, Mia. Liam era el nombre que Nate había elegido para su futuro hijo, pero Ivan le dijo que le gustaba, así que dejó que lo tomara.
Era el momento de que Leila y Quinta los conocieran.
“Ella es Alice, sois amigas de la infancia”, Nate le dijo a Leila, quien miró a la mujer embarazada frente a ella. Le parecía una buena persona, alguien que podría ser su amiga. Tenía un buen presentimiento sobre esta mujer.
“Otra vez gemelos”. Alice se señaló su gran vientre con mucha felicidad. Volver a ver a Leila era como otro sueño hecho realidad para ella. Estaba muy emocionada de verla después de todo este tiempo. A pesar de todo, se sentía triste de saber que no podía recordar nada.
“Leila, te presentó a Mia y Liam. Ya conocías a Ivan de antes”, agregó la mujer.
Leila miró al hombre que se elevaba como una montaña. Aunque lucía guapo, no tenía ninguna intención de hacerse amiga de él. Su apariencia era demasiado aterradora para ella.
“Me miras con miedo como siempre”. Iván sonrió, lo que cambió su opinión sobre él en un segundo.
“Ya sé que se parece a Hulk…”. Alice se echó a reír. “Pero es un osito de peluche”.
Ivan la abrazó por detrás y apoyó su cara en su cuello. Entonces los gemelos saltaron sobre él, pidiéndole que los cargara sobre sus hombros. Leila no pudo evitar sonreír y olvidó sus preocupaciones por un momento.
Nate también sonrió desde un poco lejos mientras veía a las viejas amigas reunirse. “Fue una buena idea venir de campamento”, pensó.
Quinta tomó la mano de Mia tan pronto como supo sus nombres y la arrastró a algún lugar para jugar. Duke la siguió y Liam también fue detrás de las niñas, tratando de vez en cuando de tirar de la cola del perro.
Por otro lado, Nate e Ivan fueron a instalar las tiendas de campaña y Alice le pidió a Leila que fueran a un lado. Se sentaron sobre una manta en la hierba.
“Éramos como hermanas mientras crecíamos. Fuimos a la escuela secundaria juntas, incluso a la universidad. Sé que recuperarás tu memoria y lo recordarás todo. ¡Estoy segura!”, le dijo Alice a Leila y continuó describiendo su pasado a detalle. Tenía historia tras historia que contarle, incluido todo sobre sus días en la universidad en París y sobre cómo habían conocido a Nate e Ivan.
Leila escuchó atenta, pero no recordaba nada.
“Eso espero…”, murmuró, sintiéndose como una intrusa en su propia vida. Además, ahora que sabía sobre el crimen de su padre, no estaba tan segura de querer recuperar su memoria después de todo.
“Disculpa, Alice”. Nate apareció de repente. “¿Puedes darnos un momento a solas?”.
“Claro”. La mujer embarazada se puso de pie y Leila dejó que Nate la llevara a caminar. No podía esperar para hacerle algunas preguntas. En cuanto estuvieron tan lejos como para que nadie pudiera escucharlos, aprovechó la oportunidad.
“¿Mi padre de verdad asesinó al tuyo?”. Nate se quedó en silencio, así que Leila supuso que la respuesta era sí.
“¿Me odias?”, preguntó de nuevo y su esposo frunció el ceño.
“¡Sí, te odio!”, gruñó. Leila agachó la cabeza.
“¡Me odia! ¡No lo culpo, mi papá mató al suyo!”. Ella sintió un dolor intenso en el corazón.
“¡Te odio por ser tan terca y tonta!”, agregó Nate. Leila estaba confundida ahora. ¿Qué había querido decir? “¡Eres una tonta!”. Suspiró. “¿No sabes que te amo? ¡Tonta!”.
Leila levantó la mirada con los ojos abiertos de par en par, sorprendida por lo que acababa de escuchar. “¿Dijo que me amaba? Pero ¿por qué suena tan enojado e irritado?”.
De repente, Nate se abalanzó sobre ella y la tomó entre sus brazos.
Luego susurró sin ningún rastro de ira en su voz: “¡Te amo! ¡Te amo, Leila!”.