Capítulo 75
1925palabras
2022-11-05 00:01
Leila bajó las escaleras a toda velocidad y casi se tropieza con uno de los costosos jarrones orientales de Nate mientras corría por el primer piso. Pensó si llevarse a su hija en este momento, pero no tenía el valor para despertar a la pequeña de apenas cinco años.
Su dulce Quinta estaba dormida como un ángel. ¡Todo lo contrario al demonio de su padre!
“¡Yo le importo una m*erda a Nate Hill! ¡Solo unos pasos más para llegar a la puerta y estaré fuera de su m*ldita casa! ¡Vendré por Quinta mañana!”, pensó.

Cuando sujetó el pomo de la puerta, se sintió culpable por dejar atrás a su hija. Sin embargo, Nate apareció por detrás antes de que pudiera abrir y la cogió del antebrazo. Leila no lo había escuchado siguiéndola. Se dio la vuelta para confrontarlo.
Su vista se posó en la mano que la estaba sujetando con fuerza.
“¿Qué quieres? ¡Suéltame!”.
“Está lloviendo afuera. ¡Puedes irte mañana!”, respondió Nate con la voz autoritaria y fría, y sin ningún rastro de disculpa. No obstante, había un destello peculiar en sus ojos color esmeralda, casi como de remordimiento y de calidez. Leila estaba demasiado enfadada para darse cuenta.
Nate ya se estaba arrepintiendo de su última oración, en la que le pedía de nuevo que se fuera. Sabía que no debía dejar que su ira tomara el control de sus palabras, pero la maldijo por ser tan terca porque ya sabía que le respondería.
“¡No! ¡No me quedaré aquí ni un segundo más!”, gritó desafiante. Luego se dio la vuelta a toda prisa y salió corriendo.

Estaba lloviendo a cántaros, como era normal en Londres. La lluvia empapó su cabello, y su cuerpo comenzó a temblar por el frío debajo de su ropa empapada y pegada a su piel. El viento soplaba con fuerza a su alrededor, haciéndola temblar más.
Sin embargo, lo peor era el dolor en su corazón. Se quedó en su interior y la arrinconó a llorar abatida. No podía evitar que las lágrimas bajaran por su cara.
 
“¡Es un id*ota! ¡Nate Hill es un id*ota arrogante!”, Leila gritó en voz alta, preguntándose por qué se sentía tan bien decirlo. Era como si lo hubiera llamado así un millón de veces antes.

Corrió mientras se refugiaba de vez en cuando bajo los aleros de los edificios para tratar de esquivar el fuerte aguacero. Parecía que el cielo se iba a caer sobre su cabeza en cualquier momento, lo que empujó pensamientos sombríos en su mente.
Le había dicho: “Puedes irte mañana”, pero nunca le pidió que se quedara ni se disculpó con ella.
“Mañana, buscaré un abogado que me consiga la custodia de mi hija”, planeó.
Por ahora, lo primero que necesitaba era encontrar un hotel donde dormir un poco, o al menos que le proporcionara un techo sobre su cabeza porque pensaba que era poco probable que pudiera dormir esta noche. Entonces vio un letrero vertical de neón color azul que brillaba con una luz tenue al otro lado de la calle. ¡Era un hotel!
La letra “o” se prendía y se apagaba muy rápido, lo que le indicaba que no debía ser caro. Justo cuando estaba a punto de acercarse, escuchó el sonido de la bocina de un coche detrás de ella. El vehículo que ya conocía demasiado bien se detuvo a su costado y la ventanilla del lado del conductor se abrió.
Una cabeza con cabello negro azabache se asomó. Leila observó al conductor y notó que sus ojos verdes la estaban mirando con el ceño fruncido en medio de la oscuridad.
Se dio cuenta de que el id*ota la había encontrado y giró la cabeza.
“¡Sube, mujer!”, ordenó Nate entre dientes. Leila lo miró, solo para apartar la mirada de nuevo.
“¡No!”, respondió y siguió caminando con la cabeza en alto, mirando hacia adelante mientras pensaba: “No soy tu mujer. ¡Puedes ir con Selena y darle órdenes a ella para variar!”. El coche la siguió, deslizándose despacio por la carretera.
“¡Dije que subas!”, repitió Nate más enojado.
“¡Y yo dije que no!”. Leila gritó más fuerte.
“¡Como quieras! ¡Lo haremos a tu manera!”. El coche se detuvo, Nate abrió la puerta y bajó muy determinado de un salto. Trató de sujetarla del brazo, pero Leila lo sacudió y apartó su mano de ella.
Luego siguió caminando hasta que dio un giro al otro lado de la calle. Nate se asustó al verla dirigiéndose hacia el hotel porque no podía imaginar pasar una noche sin ella.
Su hija necesitaba a su madre y… J*der, él necesitaba a esta mujer más de lo que necesitaba al aire.
“¡Leila!”, gritó y corrió detrás de su esposa.
De repente, ella sintió que sus brazos la rodearon por la cintura y la arrastró hacia la acera.
“¡No me dejes, Leila!”, exclamó Nate. Su voz ya no sonaba fría ni indiferente. En cambio, sonaba suplicante y quebradiza, lo que la hizo quedarse congelada.
Su agarre era suave, no tan fuerte como a lo que ella estaba acostumbrada.
“¡No puedo vivir sin ti, mujer!”. Una corriente eléctrica atravesó el cuerpo de Leila. Ella giró poco a poco entre sus brazos. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿El arrogante Nate Hill le estaba suplicando que se quedara a su lado?
Sus ojos se perforaron los unos a los otros. Sentía que algo se movía dentro de su alma y sus palabras llegaron muy profundo dentro de su cerebro. Estaba lloviendo más fuerte que antes y la lluvia los había mojado por completo, pero ni Nate ni Leila notaron el repentino cambio de clima.
Todo lo que querían ver y saber estaba justo frente a sus ojos.
Nada más les importaba en este momento a ambos tortolitos. Tan solo se miraban el uno al otro bajo la lluvia.
De manera repentina, escucharon el chirrido de unos neumáticos detrás de ellos. Otro coche se detuvo justo al lado del de Nate. Leila giró la cabeza y vio a Thomas bajando del vehículo. Luego volvió a mirar a su esposo y se dio cuenta de que estaba observando al intruso con los ojos entrecerrados.
Estaba muy quieto, tan tranquilo que parecía peligroso, era como la calma antes de la tormenta. Todo el vello del cuerpo de Leila se erizó, advirtiéndole de lo que vendría a continuación.
“¡Nate, suelta a Leila!”, le ordenó Thomas. Nate lo miró y estalló en carcajadas.
Thomas sabía lo que había pasado entre ellos. Selena lo había llamado para contarle que Leila los había atrapado juntos y que se había ido de la casa de Nate enojada. Vio que todavía había signos de lágrimas en el rostro de la mujer frente a él. Entonces, se acercó a ella y la tomó de la muñeca muy confiado para tratar de llevarla hacia su lado.
Nate dejó de reír al ver a Thomas tocando a su esposa y su rostro se oscureció. Todo sucedió muy rápido. El puño de Nate golpeó la cara de Thomas y este cayó al suelo.
Al segundo siguiente, Nate estaba sobre él, golpeándolo de nuevo una y otra vez.
“¡Detente! ¡Nate! ¡Ya basta!”, gritó Leila, pero su esposo no detuvo su ataque. Quería ver muerto a este b*stardo.
“¡Iré contigo, Nate! ¡Regresaré a tu casa!”, volvió a gritar la mujer. Nate la miró y por fin se detuvo. Luego volteó hacia Thomas de nuevo.
“¡No te atrevas a volver a tocar a mi esposa!”, le advirtió y lo dejó tirado indefenso en el suelo. Luego sujetó a Leila y la arrastró tras él sin decir ni una sola palabra.
Leila se sentó en silencio dentro del coche de Nate y dejó que la llevara a su casa.
Cuando llegaron, Nate la cargó en sus brazos y la llevó directo a su habitación. Después, entró en el baño y abrió el agua de la ducha.
“¿Qué haces?”, preguntó Leila al verlo tomar su muñeca y comenzar a frotarla con jabón bajo el agua.
“¡Te estoy limpiando!”. Nate frotó más fuerte. “¿Dónde más te tocó Thomas Harris? ¡¿Eh?!”. Ella no podía creer su pregunta y puso los ojos en blanco. La estaba enojando de nuevo.
“¿Estás loco? ¡Detente!”. Sin embargo, Nate no se detuvo. Cuando pensó que ya la había lavado lo suficiente, secó su cuerpo con una toalla y la llevó a su cama.
“¡Duerme!”, le ordenó.
“¡No me toques!”, protestó Leila al sentir su mano deslizándose alrededor de su cintura.
“¡Eso es imposible!”, respondió Nate obstinado, atrayendo su cuerpo más cerca de él y abrazándola más fuerte.
Cuando Quinta se despertó a la mañana siguiente, las palabras de su padre resonaron en su cabeza.
“¡El campamento!”. Sonrió mientras bajaba de su cama. Nate le había prometido que las llevaría a acampar este día. La pequeña corrió a la habitación de sus padres y llamó a la puerta, pero entró sin esperar a que respondieran.
“¡Despertad! ¡Es el día del campamento!”. Saltó encima de su papá para despertarlo primero e hizo lo mismo con su mamá.
Minutos más tarde, Nate y Leila entraron en la cocina, donde Selena ya estaba sentada, bebiendo un café.
“Buenos días”. Ocultó su molestia detrás una sonrisa falsa al verlos juntos y los saludó. Selena se preguntaba por qué Leila seguía aquí. ¿Por qué Thomas no se la había llevado lejos? ¡Ese id*ota era un inútil!
“Nunca he acampado. ¡Ya no puedo esperar, papi!”, exclamó Quinta emocionada. Selena estaba comenzando a sentirse irritada por su voz aguda y chillona, pero vio la oportunidad de estar cerca de Nate.
“¿Puedo ir contigo, Nate?”. Selena no podía perderse esta ocasión.
Él abrió la boca con la intención de decirle que no, pero Quinta se adelantó. “Tía Selena, deberías descansar. Te duele la pierna y te cortaste el dedo. Podrías lastimarte más en el campamento”.
“Mi hija tiene razón, Selena”. Nate estuvo de acuerdo con ella, orgulloso de lo inteligente que era su pequeña.
“Os esperaré a ti y a mami afuera, papá”, dijo Quinta y salió corriendo. ¡Mocosa horrible! ¡Al menos ya se había ido! Selena no podía soportar que la hubiera superado una niña de cinco años.
“¡Pero quiero ir contigo, Nate!”. La rubia continuó suplicando con un puchero una vez que Quinta ya se había ido. “¡Hace siglos que no acampamos! Desde que me rompí la pierna”. Suspiró, esperando que sintiera lástima de ella.
Al fin y al cabo, se había sacrificado por su madre en esas escaleras.
Leila había estado escuchando el acto de Selena por un tiempo. Había estado reprimiendo su molestia, pero no pudo evitar decir algo.
“Srta. Samuel, este campamento es para que pasemos tiempo en familia. Deseamos pasar un momento a solas con nuestra hija, sin cualquier otra persona alrededor”. A pesar de su molestia, Leila se esforzó por ser educada. Rebajarse al nivel de Selena no era una opción para ella.
“¿Cualquier persona? ¡Yo no soy cualquiera!”, reclamó Selena. “Me rompí la pierna por salvar a la madre de Nate, ¿y tú qué hiciste? Tu padre asesinó al padre de Nate a sangre fría, ¡y le robaste dinero a su empresa!”.
Leila la miró boquiabierta. No esperaba escuchar algo así. ¿Estaba mintiendo o había algo de verdad en sus palabras?
“¡Selena, cierra la boca!”, gritó Nate. Entrecerró los ojos al escuchar lo que acababa de decir.
“¿Cómo lo sabe? ¿Cómo sabe que Leila le robó dinero a mi empresa? Le dije a Sean que no se lo dijera a nadie”.
 
 
Nate enarcó las cejas y miró fijo a Selena. Sus ojos se oscurecieron más y más en cuestión de segundos.