Capítulo 72
1897palabras
2022-11-02 00:01
Leila estaba teniendo el sueño más hermoso y dulce. Corría por un prado de la mano de Quinta. Olía cómo a un verano en Inglaterra. La hierba fresca crujía bajo sus pies y un mar de margaritas se desplegaba frente a ellas mientras se dirigían hacia un hombre.
Era su esposo, el padre de Quinta. Podían escucharlo reír, y las recibió con los brazos abiertos, pura alegría y amor absoluto. Sin embargo, su rostro era un lienzo en blanco.
Leila se esforzó por tratar de completarlo con algo familiar.

De repente, comenzó a despertar poco a poco.
Intentó moverse en medio de su sueño, pero unas manos la sujetaron. Una calidez y comodidad increíbles la atrajeron con más fuerza a un abrazo. Entonces abrió los ojos, y se encontró con un pecho desnudo y fuerte frente a ella.
¡Era Nate Hill!
Estaban en su cama, ambos desnudos. Nate envolvía su cuerpo con su brazo.
Intentó liberarse, pero no aflojaba su agarre sobre ella.
“¿A dónde vas?”, murmuró, acercándola más a él.

“A mi habitación”, respondió con timidez.
“Esta es tu habitación, nuestra habitación”, le susurró Nate al oído con un tono obstinado. Su agarre se volvió más fuerte, más posesivo. Le hizo sentir escalofríos a la mujer a lo largo de su columna.
Nate comenzó a mover sus manos sobre su cuerpo desnudo, tocando todos los lugares adecuados con sus dedos. La excitación abrumó todo su cuerpo y mente de manera repentina, lo que hizo que su piel se estremeciera. Leila gimió, todavía tratando de quitarse sus manos de encima.
“Dijiste que no me tocarías ni… que no me f*llarías…”, le recordó. Su voz sonaba muy débil.

Los recuerdos calientes de la noche anterior de los dos haciendo el amor en su coche la invadieron. Le había dejado hacer con ella todo lo que quisiera. No pudo negarse ante él y no dejaron de hacerlo hasta el amanecer.
“Mentí”. Nate le mordisqueó la oreja. Después, dejó un rastro de besos húmedos a lo largo de su cuello con la ayuda de su lengua y sus labios. Leila se sentía cada vez más excitada y húmeda con cada fracción de segundo que pasaba, pero ¡entonces recordó el collar!
 
Lo apartó, levantó la cabeza, lo miró a los ojos y dijo en un tono muy serio: “¡Yo no robé el collar! ¡No soy una ladrona!”.
Nate le devolvió la mirada, analizando su rostro por un momento. Esto hizo que Leila se sintiera incómoda, se sentía lastimada de que dudara de ella. Se sentó en la cama, lista para levantarse, pero Nate la sujetó del brazo para detenerla y tiró de ella hacia atrás. La mujer aterrizó sobre su pecho.
Ella todavía podía sentir su desconfianza, así que le dio la espalda. Sin embargo, Nate la abrazó por detrás.
“Te creo”, dijo, besando su cabello, cuello y espalda. Ella podía sentir su erección rozándola por detrás.
“Tengo que hacerle el desayuno a Quinta”, trató de liberarse de esta situación aunque no estaba segura de si quería irse o no. Su cuerpo lo anhelaba, pero una parte de su cerebro todavía necesitaba que la convencieran. “¿Es cierto lo que dijo Thomas? ¿Nate intentó matarme?”, se preguntó.
“La Sra. White se encargará de Quinta. ¡Hay que ducharnos primero!”. Nate sabía lo que ella necesitaba, así que la cargó en sus brazos y la llevó al baño. Leila jadeó ante este acto tan repentino y confiado. Acto seguido, hundió su cabeza contra su pecho firme y ocultó su cara.
Al llegar a la ducha, Nate abrió el agua. Leila trató de escapar, pero el hombre a su lado fue más rápido y la retuvo.
La levantó contra la pared y envolvió sus piernas alrededor de su cintura. Luego frotó de arriba hacia abajo sobre sus suaves muslos mientras la miraba a los ojos. El agua bajaba por sus caras, pero no lograba enfriar su lujuria ni un poco.
Leila se mordió los labios al notar lo sensual que era Nate y se perdió en sus profundos ojos color esmeralda. Su cuerpo comenzó a temblar de ansias al sentir su erección creciendo contra su suave piel.
De repente, él la bajó y la empujó contra las baldosas frías. Tras esto, deslizó dos dedos en su interior, curvándolos un poco hacía arriba.
“¡Ah!”. Leila gimió y lo recompensó con la humedad de su cuerpo.
Nate la volteó de espaldas hacia él, le abrió las piernas y levantó su c*lo hacía atrás. Ella volvió a jadear. El hombre frotó sus manos sobre sus n*lgas y las apretó.
“Señor…”, dijo entre gemidos. Actuaba tan tímida como un ciervo, como siempre. Su tierno gemido solo lo excitó más.
“Soy tu esposo. ¡Llámame cariño!”, le ordenó. Luego se inclinó sobre ella y presionó las manos de Leila contra la pared de la ducha. El agua seguía corriendo sobre sus cuerpos desnudos. Volvió a penetrarla con sus dedos y los deslizó lo más profundo que pudo, cubriéndose con sus jugos mientras la torturaba. Leila chilló y le rogó una vez más.
Nate sacó sus dedos y frotó su miembro antes de entrar en ella. Introdujo solo la cabeza de su p*lla a través de su hendidura mojada.
Leila estaba hecha un desastre y gimió más fuerte cuando la penetró más profundo. Nate se movió muy despacio en su interior, centímetro a centímetro, como si le estuviera dando tiempo para adaptarse a su grosor. Fue doloroso para ella, pero delicioso.
Ella quería más, lo quería todo.
“¡Oh, señor!”, exclamó entre gemidos.
“¿Cómo me dijiste?”. Leila sintió sus t*stículos chocando contra su punto más sensible, frotándolo mientras él se movía.
“Cariño”.
“¿Te gusta?”, preguntó mientras se deslizaba fuera de ella.
“Sí”, admitió sin aliento y Nate entró de manera repentina, provocando que dejara escapar más gritos.
Pronto, comenzó a ir más rápido a medida que entraba y salía de ella. Con cada una de sus embestidas, ella estaba más cerca de su punto final, sentía como se acumulaba dentro de ella. Nate disfrutó de sus sonidos y la arrastró más cerca. Quería entrar más profundo y sentirla más apretada a su alrededor.
Leila comenzó a moverse hacia atrás porque quería coincidir con cada uno de sus movimientos. Podía sentir sus dedos aferrados a sus caderas y supo que tendría marcas por todo el cuerpo al día siguiente.
Sin embargo, ahora no podía pensar en lo que sucedería después. Nate era lo único en su mente en este momento. Sus gritos y gemidos se mezclaron en una melodía de placer, y pronto sucumbieron juntos al placer.
“Prepárate, iremos a la casa de mi madre”. Nate le dio un beso en la frente y se fue.
Leila permaneció inmóvil con la mente en blanco. No sabía quién era ella para Nate. ¿Su esposa? ¿O quizás solo su juguete? El s*xo con él era muy bueno, mejor que bueno a decir verdad, pero ella quería más que s*xo en este matrimonio. Además, ¿él acababa de tratar a su matrimonio con seriedad? ¿De verdad había querido matarla hace cinco años?
Leila no sabía dónde encontrar las respuestas que quería.
“¿Quieres que te lea Pulgarcita?”, le preguntó a Quinta después de sentarse a su lado en el coche de Nate.
“No, ella es demasiado débil”, respondió la niña.
“¿Qué? ¿No era tu cuento favorito?”. Leila abrió los ojos de par en par.
“No podemos depender de los demás, debemos confiar solo en nosotros mismos”, añadió la pequeña con orgullo, sonaba demasiado adulta para su madre. Leila sacudió la cabeza, estaba claro para ella que su hija estaba imitando a Nate. Él sonrió en el asiento delantero, satisfecho con su hija.

Karen estaba sentada en su sala de estar con la mirada fija en la pared opuesta. Sus ojos lucían apagados hasta que vio entrar a sus invitados. Después de que el padre de Nate falleciera cinco años atrás, a ella le diagnosticaron Alzheimer. Su hijo había contratado a dos enfermeras para que la cuidaran dentro de la casa de sus padres.
Karen reconoció a Nate y Leila, además su hijo le había enviado fotos de Quinta. Sus ojos brillaron de alegría al verlos.
“Lucinda, ¿dónde has estado estos días?”, preguntó. El Alzheimer ya había alterado sus recuerdos.
“Estuve por ahí”, susurró Leila, sin saber qué más decir. Le daba lástima porque sentía que era una buena persona. Además de esto, supuso que también se llamaba Lucinda.
“¡Oh…! ¡Eres un ángel!”. Karen le sonrió a Quinta. Acarició el cabello de su nieta y pellizcó sus mejillas un par de veces con cuidado.
“¡Abuela!”. Quinta le sonrió y le entregó una taza de café de la mesa.
Debido a su enfermedad, Karen no recordaba si ya había puesto azúcar en su bebida o no. Leila la vio agregando azúcar una y otra vez, así que se la quitó de las manos con delicadeza y le entregó otra taza.
Nate se quedó frente a ellas, observando esta escena. Deseaba que su padre siguiera vivo y su madre estuviera sana. De ser así, esta sería una imagen perfecta.
El cocinero los invitó a pasar al comedor porque el almuerzo ya estaba listo.
“¡Es el plato favorito de Phil, tu abuelo!”, dijo Karen de repente mientras miraba a Quinta y señalaba la comida sobre la mesa. Era albóndigas y puré de patatas.
“¿Dónde está mi abuelo?”, preguntó la niña.
“Ah, está en un viaje de negocios. Siempre está viajando, pero me llamó ayer y me dijo que pronto volverá a Londres”. Karen se rio como una niña pequeña con el rostro iluminado. A Leila le pareció ver que se movía en su silla por lo emocionada que se sentía.
“Mi Phil no puede estar lejos de mí por mucho tiempo”, agregó la mujer con una sonrisa misteriosa.
Le quedó claro a Leila que los padres de Nate se amaban mucho.
Miró al padre de su hija, y notó que estaba decaído y nostálgico. Verlo así también la hizo sentir triste.
Cuando se fueron de la casa de Karen, Nate llevó a Leila y Quinta al cementerio.
“Quinta, te presento a tu abuelo”, Nate le dijo a su hija. “Está en un lugar mejor, no regresará con nosotros”, agregó en voz baja. Leila estaba detrás, mirando la amplia espalda de su esposo. Sintió la necesidad de abrazarlo cuando lo escuchó decir esto.
“¿Está en el cielo?”. Quinta le demostró que entendía a qué se refería.
Nate le mostró una pequeña sonrisa y tomó su mano, pero no respondió. Tan solo se quedó observando la tumba de su padre con sentimientos encontrados.
Quería más que nada en el mundo que Leila recuperara la memoria, pero en este instante, deseaba todo lo contrario. No quería que ella volviera a tener el mal recuerdo de su padre asesinando al suyo. No quería que la torturara el pasado.
Mientras estaba atrapado en sus pensamientos profundos, Nate sintió un calor repentino en su otra mano. Era Leila, le estaba sosteniendo la mano. Él la apretó un poco e intercambiaron una suave sonrisa entre ellos…
Cuando regresaron a casa, una trabajadora les habló desde la puerta. “¡Tiene una invitada, Sr. Hill!”.
“No espero a nadie”, respondió Nate después de que la mujer se fuera. Entró en la sala de estar, seguido de Leila y Quinta.
La invitada no deseada sentada en su sala de estar arruinó el día de Leila.
“¡Nate!”, lo saludó Selena con una sonrisa coqueta.