Alaia miró boquiabierta al hombre que caminaba con tanta confianza dentro de la casa de Thomas como si fuera el dueño. “Nate Hill”, repitió para sí misma. Sentía que este nombre debía sonarle conocido, pero no era así.
Él le devolvió la mirada, lo que la hizo sentir nerviosa e incómoda frente a Bella.
“¿Por qué me mira así? ¿No debería tener ojos solo para Bella? Tal vez solo me está mirando fijo por el incidente en la galería”.
No dejaba de preguntarse por qué Bella había elegido salir con un sujeto tan arrogante y agresivo. A Alaia no le agradaba su novio y tenía claro que el sentimiento debía ser mutuo.
Thomas comenzó a sudar frío al ver a Nate en su puerta.
“¡Bienvenidos! ¡Adelante!”. Sin embargo, se recompuso rápido y habló, tratando de no poner en evidencia su miedo. No tenía ni idea si Bella sabía que ambos se conocían desde antes.
“Nate me dijo que sois amigos, así que le pedí que nos acompañara a cenar. Entonces, ¿os conocisteis en la secundaria?”, le preguntó Bella a Thomas, respondiendo lo que tanto le preocupaba.
“Sí”, respondió el hombre asustado y notó que Alaia lo estaba mirando sorprendida. “Nate, ¡qué bueno verte! ¿Vendrías conmigo a mi estudio?”, agregó porque quería alejarlo de su prometida y explicarle la situación antes de que se desatara el infierno.
“¿No es encantador?”. Bella le sonrió a Alaia en cuanto se quedaron solas. Admitió para sus adentros que era muy guapo, pero no tan encantador como su novia había dicho. “Jeremy me presentó a Nate hace unos días y me enamoré de él a primera vista, pero no mostró ningún interés en mí. Sin embargo, ¡hoy me llamó! ¡Así que lo invité a venir conmigo!”, exclamó emocionada.
Alaia escuchó cómo la prima de Thomas le contaba más sobre ese hombre.
Nate le había regalado un brazalete de plata y flores a Bella, lo que la hizo sentir esperanzada de que su relación pudiera crecer mucho más después de esta cena.
“¡Así que todavía no es su novio! Pero Bella quiere que lo sea”. Alaia se dio cuenta de esto. Parecía ser un mujeriego, así que la otra chica debía estar alerta.
Nate siguió a Thomas a su estudio con una copa de whisky bourbon en su mano que le había ofrecido como bienvenida. Miró alrededor de la habitación con calma. Observó el robusto escritorio de madera de Thomas y todos los estantes en las paredes llenos de libros mientras esperaba a que su anfitrión comenzara a hablar.
“¿Qué explicación me dará?”, se preguntó.
No preguntó nada a propósito ya que quería que Thomas se sintiera tan nervioso como fuera posible. De esta manera, descubriría su mentira con mayor facilidad.
“Leila vino a los Estados Unidos hace cinco años para buscarme”. Thomas dijo su primera mentira. “Entonces se cayó de una colina y perdió la memoria”.
“¿Cuándo? ¿Antes o después de que viniera a buscarte?”, preguntó Nate desconfiado.
“Primero vino y luego se cayó. Tenemos una hija, ahora tiene cinco años”, respondió Thomas con otra mentira. Tenía los ojos clavados en el suelo porque no quería que Nate viera a través de él. Sabía lo furioso que podía ponerse.
No obstante, Nate permaneció inexpresivo y en la misma posición, sin mostrar ninguna emoción.
“¿Por qué se cambió el nombre?”, preguntó todavía calmado mientras que hervía de ira por dentro. “Así que ya tienen una hija”, se dijo a sí mismo decepcionado.
“Leila quería comenzar una nueva vida conmigo”, respondió todavía con la vista puesta en el suelo de madera de su estudio.
El corazón de Nate se contrajo desconsolado al escuchar sus palabras. “Ella quería olvidar que alguna vez existí. Si tan solo yo pudiera hacer lo mismo”, pensó con un dolor abrumador en el alma.
“¿Dónde está Bob Greece?”.
“No tengo idea”.
A Nate le hubiera gustado seguir interrogándolo, pero alguien llamó a la puerta.
“¿Puedo entrar?”. Nate escuchó una vocecita, era una niña.
“Sí, bebé”. Thomas le dio permiso y una niña entró. Nate se percató de que era la misma que había conocido en la tarde, la que se parecía mucho a Leila. ¡Era su hija! ¡La hija de Leila y Thomas!
“¡La cena está lista, señor!”, la pequeña le sonrió a Nate con dulzura. Ella también lo había reconocido.
“Quinta, te presento al tío Nate. ¡Nate, ella es mi hija y de Alaia, Quinta!”. Thomas aprovechó la oportunidad para presentarlos. “De seguro se hará a un lado ahora que conoció a nuestra hija”, pensó.
Nate entrecerró los ojos al escuchar el nombre de la niña. ¡Quinta! Analizó sus rasgos una vez más, su cara, sus labios, su cabello y su nariz. Sobre todo sus ojos.
Eran de color verde esmeralda.
“Quinta, ¡me gusta tu nombre! Es el mejor nombre que he escuchado en muchos años”, le dijo, devolviéndole la sonrisa. Nate se puso de mucho mejor ánimo en un instante, ahora brillaba como la luz del sol.
Thomas lo observó atónito, pensando que su plan había funcionado. Parecía que Nate había aceptado y respetaría el hecho de que él y Leila tenían una hija. ¡Daría un paso al costado! La confianza de Thomas creció y ahora se sentía mucho más seguro. Luego acompañó a su invitado a la mesa del comedor con mucha amabilidad.
Nate se sentó junto a Bella mientras que Leila y Thomas se acomodaron frente a ellos con Quinta en medio.
Bella cogió una cucharada grande llena de ensalada de camarones con la intención de ponerla en el plato de la más pequeña.
“¡No! ¡Bella!”. Leila la detuvo de un momento a otro con un tono lleno de preocupación mientras sujetaba su mano en el aire. “¡No puede comer eso! ¡Es alérgica a los mariscos!”.
Nate sonrió al escuchar lo que acababa de decir y miró a Quinta. La niña sintió que la estaba observando, así que giró la cabeza hacia él.
“¿Le gustan los mariscos?”, preguntó con una linda sonrisa en su rostro e inclinando la cabeza hacia un lado, justo como siempre lo hacía Leila.
“También soy alérgico a los mariscos…”, respondió Nate, devolviéndole la sonrisa. Thomas comenzó a sentirse muy ansioso.
Nate sonrió para sus adentros mientras ahora miraba a Leila.
No estaba seguro de si estaba fingiendo o no. Después de todo, había llamado a su hija Quinta. ¿Cómo era posible que no lo recordara a él y todo lo que habían pasado juntos?
Durante la cena, se esforzó por notar alguna reacción de Leila al mencionar las cosas que habían hecho juntos y todos los lugares que habían visitado como Venecia y París.
No obstante, no vio nada… Leila no mostró nada.
Thomas estaba sonriendo con nerviosismo y retorciéndose sobre su silla como si estuviera sentado sobre espinas.
“Por cierto, ¡tu columpio ya está listo, bebé!”, le dijo Thomas a Quinta después del postre. Nate no lo comió como era habitual. No pudo evitar darse cuenta de que Quinta hizo una mueca de disgusto al probar la tarta y dejó casi toda la rebanada intacta en su plato. “No le gustan los dulces como a mí”, Nate sonrió por dentro.
“¡Genial!”, exclamó la niña encantada y caminó detrás de Thomas en dirección al jardín trasero de la casa. Él la abrazó sobre los hombros y la besó en la mejilla, pero la pequeña se limpió la cara con el dorso de la mano y se soltó de su abrazo.
Nate la observaba desde un lado mientras ella misma se subía al columpio y Thomas comenzaba a mecerla.
Leila miró a su hija con una sonrisa y el rostro de Quinta se llenó de felicidad. Thomas también estaba sonriendo, pero su expresión le parecía muy forzada a Nate.
“¡¡No!! ¡Thomas!”. De repente, Leila soltó un grito y corrió hacia el columpio.
“¡¡¡Ah!!!”. Bella la siguió, cubriéndose los ojos.
El columpio se rompió con Quinta sobre él y cayó desde lo alto. Thomas intentó atraparla en el aire, pero no lo logró.
Nate también se acercó a toda prisa y vio que su pequeña cabeza estaba sangrando. Entonces sujetó la mano de Thomas y lo apartó del lado de la niña.
“¡Vete a la m*erda!”, gritó, culpándolo por la caída de la niña. “Este id*ota ni siquiera puede poner bien un columpio”, pensó enojado, tratando de detener el sangrado con su propia ropa.
“¡Está bien! ¡Quinta, todo está bien!”. La consoló mientras la llevaba a su coche.
Los ojos de Leila se llenaron de lágrimas, estaba ansiosa por la herida de su hija. Bella se paró a su lado, observó a Nate y luego a Thomas.
El hombre que había traído a comer parecía más preocupado que el mismo padre de la niña. Thomas ni siquiera intentó acercarse a Quinta de nuevo y dejó que Nate se hiciera cargo de la herida de su hija.
Era casi como si Nate fuera el padre de Quinta y no Thomas.
Parecía que le gustaban los niños. Bella lo miraba admirada, imaginándose a sí misma dándole un hijo.
Leila no quería dejar a su hija, así que subió en el coche de Nate. Por otro lado, Bella fue con Thomas en su coche. Durante el viaje, Nate y Leila no se dijeron ni una sola palabra.
Cuando llegaron al hospital, las enfermeras y los médicos los rodearon.
“¿Alguien tiene sangre tipo B?”, preguntó uno de los médicos. Quinta había perdido mucha sangre y necesitaba una transfusión.
Leila tenía sangre tipo A.
“Thomas, tú debes tener el mismo tipo de sangre que Quinta”, le dijo. Creía que debía ser cierto porque era el padre de su hija, pero cuando le respondió que tenía sangre tipo O, se sintió confundida. Sabía algo de biología y era imposible que la combinación de ambos diera como resultado el tipo de sangre de su pequeña.
“También tengo sangre tipo O”, agregó Bella.
“Yo tengo sangre tipo B, doctor”, mencionó Nate a toda prisa.
Leila se dio la vuelta y ahora su confusión era mucho más evidente.
El hombre arrogante que acaba de conocer este día tenía el mismo tipo de sangre que su hija. Vio cómo Nate se apresuró a seguir al médico para donar sangre y salvar a su niña.