Capítulo 65
1599palabras
2022-10-27 00:01
"¡Wow, pareces una princesa!", Alaia se dio la vuelta sobresaltada cuando escuchó una voz infantil, pero clara y fácil de entender; la niña le sonrió y ella le devolvió la sonrisa, la pequeña acababa de entrar de puntillas en su habitación, obviamente quería sorprenderla.
"¡Te ves hermosa, mami! ¡Muy, muy, muy hermosa!", su hija no dejaba de halagarla.
"Gracias, cariño", respondió Alaia, inclinándose hacia su pequeña de 5 años, incapaz de resistirse a su ternura y afecto; apretó el adorable y diminuto rostro de su hija entre las palmas de sus manos, lo acercó a sus labios, y le mordisqueó unas de sus mejillas regordetas. Después, ambas se rieron alegremente como siempre lo hacían.

La mujer recordó con agradecimiento el milagro de que su hija hubiera sobrevivido a esa terrible caída por el acantilado cinco años atrás.
"¿Puedo maquillarte?, ¡así te verás todavía más bonita!", exclamó Quinta con una sonrisa, y esta vez le guiñó un ojo a su madre. Esta niña era tan inteligente que a menudo Alaia se preguntaba de quién habría heredado su ingenio; Quinta era la hija que había tenido con Thomas.
La mujer no podía recordar nada de su pasado, ni el accidente ni nada de lo que pasó antes, tampoco a Thomas.
El hombre le dijo que ella era su novia y que ese fin de semana fueron a Londres, pero Alaia tuvo un accidente y cayó por un acantilado, lo cual le hizo perder todos sus recuerdos.
"Quinta, solo me estoy probando mi vestido de novia, no me voy a maquillar ahora", respondió mirando su reflejo en el espejo con una expresión pensativa; si no fuera por Thomas, ella ni siquiera sabría su propio nombre.
Lo único que recordaba al abrir los ojos después del accidente era que estaba embarazada y el nombre que le quería poner a su hija: Quinta; sin embargo, no sabía de dónde lo había sacado, porque tampoco fue idea de Thomas.

"Este vestido de novia es una obra maestra, ¡mamá, podrías haber sido una diseñadora de moda!", exclamó Quinta, dejándola atónita otra vez con esa elección de palabras. ¡Tenía razón!, ella misma había confeccionado este hermoso vestido, y le quedaba perfecto.
Sin embargo, no sentía nada, porque Thomas no le despertaba ninguna emoción.
Había aceptado casarse por puro deber, y tal vez, por la costumbre; después de todo, era tan amable con ella, cálido, y nunca la presionaba para nada. Thomas se comportaba como si tuvieran toda una vida para estar juntos, esperando pacientemente a que ella mejorara y lo aceptara.
Le había dado bastante espacio personal, e incluso Quinta llevaba los apellidos de Alaia, no los de él.

Así que cuando le propuso que se casaran el mes pasado, la chica creyó que no había ninguna razón para seguir posponiendo el matrimonio.
Le debía mucho a Thomas, y aunque no tuviera ningún sentimiento romántico hacia el hombre, lo consideraba como su mejor amigo, como familia; aparte de su hija, él era el único que siempre la apoyaba, y también era el padre de Quinta.
No había ningún otro hombre en la vida de Alaia, y lo más probable es que nunca lo hubiera habido.
La chica pensaba que quizá en su subconsciente ya había aceptado a Thomas como su esposo.
No lo recordaba, y nunca recuperó sus sentimientos, era como si jamás hubieran existido, pero era consciente de que quizá nunca recordaría nada; mientras miraba a su hija, Alaia pensó que tendría que aceptar que su destino era no volver a recuperar sus recuerdos.
"Quinta, te quedarás con la tía Sara esta tarde", le había prometido a Thomas que iría a una subasta con él.
El hombre no quería que ella trabajara debido a su lesión cerebral, así que solo se dedicaba a cuidar a Quinta en casa y también a pintar un poco, lo cual resultó ser un pasatiempo muy lucrativo para Alaia; Sara, su amiga, era dueña de la galería en la cual vendía sus pinturas.
"¡No te preocupes, mamá! Yo me puedo cuidar sola", exclamó la niña, como si fuera una adulta, provocándole una sonrisa a su madre.
Quinta se parecía a ella, tenía su cabello, sus labios y sus facciones ovaladas, e incluso sus voces sonaban similares.
Lo único en lo que se diferenciaban era en los ojos, los de la niña tenían un color verde extraordinario, y aunque ni Alaia ni Thomas tenían los ojos así, a ella no le pareció extraño, porque el hombre le dijo que su abuela tenía ese mismo color de ojos, lo cual le pareció lógico.
Al parecer, ese era el único rasgo que su hija había sacado de su padre.
Quinta salió del dormitorio de su madre y regresó a su habitación, sus ojos saltaron entre la muñeca y Peppa Pig un par de veces, hasta que finalmente se decidió por su Peppa Pig de peluche, dándole un fuerte abrazo.
Aunque a la niña le gustaba pasar tiempo con Sara, sabía que a menudo ella estaba ocupada haciendo llamadas y otras cosas, por esta razón odiaba ir a cualquier parte sin uno de sus juguetes favoritos.
Quinta le dio un beso a la muñeca antes de salir y le dijo: "Lo siento, Dolly, pero tú fuiste conmigo la última vez", y luego caminó hacia la sala de estar.
Se sentó en el sofá y esperó pacientemente a su madre y a Thomas, quienes la llevarían a la galería de la tía Sara.
A pesar de que Sara tenía mucho trabajo, le gustaba cuidar a la pequeña Quinta mientras estaba en la galería.
La niña siempre la hacía divertir.
"Adiós, Quinta, mi bebé", exclamó Thomas antes de que él y Alaia se fueran a la subasta.
"¡Adiós, mami! ¡Adiós, Thomas!", se despidió ella con la mano mientras salían de la galería de Sara.
La niña llamaba a Thomas por su nombre, no le decía papá, lo cual era extraño, y aunque a él tampoco le gustaba, no dijo nada, nunca se había quejado al respecto durante todo este tiempo.
Alaia lo consoló como siempre, diciéndole que solo era una etapa en el desarrollo de su hija; Quinta, por alguna razón, no podía o no quería decirle papá, pero lo haría muy pronto.
Sara estaba recorriendo la galería, organizando algunas pinturas en las paredes y cambiando los lugares donde estaban exhibidas; mientras tanto, Quinta jugaba en una esquina, observando de vez en cuando a su niñera trabajar. De repente, varias personas entraron, y la niña no les prestó atención sino hasta que vio a un hombre.
Él se quedó de pie frente a unas pinturas durante un tiempo, y luego compró todas las obras de una artista: Alaia Evans; después pagó, escribió la dirección de entrega y volvió a salir de la galería.
Al escuchar el nombre de su madre, Quinta lo siguió sin decirle nada a Sara.
El hombre se dio cuenta de que alguien lo seguía, podía sentir los ojos en su espalda, y cuando se detuvo y se dio la vuelta, se sorprendió al ver a una niña pequeña con un peluche en la mano.
"¿Dónde están tus padres?", le preguntó de inmediato. La pequeña se parecía a alguien que alguna vez había conocido, alguien muy cercano, le provocaba el mismo sentimiento que esas pinturas que había comprado, y que le recordaban a la misma persona que esta niña.
"Mi madre pintó esos cuadros", exclamó ella con orgullo. La nariz, la boca, el cabello e incluso la voz de la niña le parecían familiares, y no podía dejar de observar sus ojos verde esmeralda, que lucían idénticos a los suyos; sin embargo, de repente sacudió la cabeza.
Y trató de convencerse a sí mismo de que eso era imposible.
"¡Tu madre es una gran artista! ¿Tú también pintas?", le preguntó el hombre.
"Cuando tengo ganas, a veces pinto mis muñecas, pero a mi mamá no le gusta que lo haga, dice que estoy destruyendo mis juguetes, aunque solo les doy un nuevo aspecto. ¿Podría saber cuál es tu nombre?", lo interrogó la niña.
"Soy Nate Hill, ¿y el tuyo?", sonrió él, asombrado ante su respuesta, ¡qué pequeña tan inteligente y creativa!
"Me llamo...".
Cuando Quinta estaba a punto de responder, Sara apareció casi sin aliento y tiró suavemente de su mano: "Lo siento, Sr. Hill, esta pequeña se escapó, la estoy cuidando, y sus padres me matarán si se llegan a enterar de que salió de la galería. No es una niña muy obediente". La mujer estaba muy preocupada, y buscó a la hija de sus amigos por todas partes cuando vio que había desaparecido.
"A menudo también me dicen que soy obstinado", le sonrió Nate a la niña por última vez antes de que Sara se la llevara.
El hombre las siguió observando hasta que de repente sonó su móvil.
"Tío, ¿dónde estás? en media hora comenzará la subasta. Me prometiste que vendrías", le recordó Jeremy, su primo, a Nate; era el hijo de la hermana de su madre y vivían en Nueva York. Nate había venido a la Gran Manzana por negocios.
Y como le había quedado algo de tiempo libre, decidió visitarlos, pero regresaría a Londres después de la subasta de esta noche.
"Voy en camino", le respondió a Jeremy, incapaz de dejar de pensar en esa niña.
Esa pequeña le recordaba mucho a ella.
Nate se prometió a sí mismo no volver a pensar en ella, ni pronunciar su nombre, tampoco permitía que nadie se la mencionara, pero ahora él mismo era el que lo estaba haciendo.
Todo por esa niña, que era la viva imagen de ella, de Leila.