"¿A dónde vamos, señorita?", le preguntó a Leila el taxista, ella le indicó la dirección del hospital y se sumergió en sus pensamientos después de que arrancó, sin prestar atención a su alrededor.
Ni siquiera observó al hombre, no tenía ni idea de cómo se veía, en lo único que podía pensar en ese momento era en Nate, que debía estar devastado. Después de unos veinte minutos, suspiró y pensó que ya deberían haber llegado a su destino.
Estaba ansiosa por ver a Nate.
Levantó la cabeza, miró por la ventana, y aunque afuera estaba oscuro, se veía que era Londres.
Sin embargo, jamás había estado en este sector.
"¿A dónde me llevas?, ¡esta no es la ruta para el hospital St. Thomas!", cuestionó ella al conductor; el lugar se veía como un barrio peligroso de los suburbios de Londres, pero el hombre no dijo nada, y solo siguió conduciendo.
Leila trató de abrir la puerta varias veces cuando bajaba la velocidad, pero estaba bloqueada, así que siguió preguntando entre gritos, exigiendo una explicación y rogándole que la dejara salir del coche, pero el taxista permaneció en silencio.
Aunque parecía totalmente enfocado, como si ella no le importara en absoluto, era todo lo contrario.
Leila no sabía que el hombre se estaba enojando, y lo estaba haciendo desconcentrar del camino mientras lo molestaba sin descanso.
De repente, el taxista gritó: "¡Ya es suficiente!", y se detuvo bruscamente a un lado de la carretera.
Leila miró a su alrededor, pero no vio a nadie en el camino, luego el conductor abrió su puerta, salió, y después abrió la de ella.
La chica intentó escapar apartando sus manos de ella y pateándolo, pero esto solo hizo enojar aún más al hombre.
El conductor se arrepentía de no haberla atado, y a pesar de que tenía órdenes de inyectarle algo que le dieron y no hacerle daño, ya no podía soportar sus gritos, así que la haría callar a su manera.
Entonces sacó una pistola.
Leila miró la mano en la que sostenía el arma y su corazón se detuvo, pensó que seguramente este sería su final.
Sin embargo, el hombre no disparó, sino que tomó el arma por el cañón y golpeó a la chica en la cabeza con la empuñadura.
Lo primero que vio cuando abrió los ojos fue una mujer que estaba de pie, iba vestida de blanco, llevaba un gorro en la cabeza y una mascarilla sobre su nariz y boca, parecía como una doctora.
También había otras dos chicas con uniformes de enfermeras que caminaban a su alrededor mientras ella yacía en una camilla.
Estaba en una especie de hospital, pero no era el St. Thomas.
Leila parpadeó tratando de ver mejor, pero todavía veía muy borroso, luego se giró y vio las paredes cubiertas de suciedad y moho, también habían algunos equipos médicos oxidados al lado de las enfermeras.
Definitivamente este no era el hospital St. Thomas.
"¿Dónde estoy?, ¿quiénes sois vosotras?, ¿esto es un hospital?, ¿qué vais a hacer?", preguntó Leila al verlas preparando algunos instrumentos médicos; lo que sea que estuvieran haciendo, no sería nada bueno para ella, obviamente querían hacerle algo.
Se estaba muriendo del miedo.
"Estás aquí para que te induzcamos un aborto", dijo la doctora, Leila la miró atónita y enojada por amenazar a su bebé.
"¡Es mi hijo y no le haréis nada!", gritó con todas sus fuerzas, tratando de levantarse de la cama: "¡Y voy a defenderlo con mi vida!"
"El Sr. Hill fue quien nos ordenó hacerlo", añadió la doctora.
"¿Nate?, ¡claro que no! ¡Él nunca haría algo así!", volvió a gritar Leila, luchando por liberarse de las dos enfermeras que la mantenían inmovilizada, pero la doctora les indicó que la sujetaran; seguía sin creer nada de lo que había dicho ella.
Nate nunca le haría nada malo a su bebé, ¡él era el padre de este bebé!
Leila estaba absolutamente segura de que él lo deseaba incluso más que ella.
Conocía a su marido lo suficientemente bien.
"Será rápido y no te dolerá", le dijo la doctora en un intento por calmarla mientras se acercaba a ella con una máscara de anestesia en las manos.
Leila se dio cuenta de que la querían dejar inconsciente, así que reunió todas sus fuerzas.
Entonces, al ver que la paciente no iba a quedarse quieta, la doctora la agarró del cabello y tiró de su cabeza con fuerza.
"¡No te muevas!", le dijo mientras trataba de poner la máscara en su boca, pero la chica sacudió la cabeza de un lado a otro para esquivarla; el dolor no la detuvo, sino que la hizo luchar con todas sus fuerzas, como una m*ldita leona, hasta que logró patear a la p*rra directamente en el abdomen.
El golpe fue tan fuerte que la arrojó contra la pared del otro lado.
Leila gruñó y luego atacó a las enfermeras, le dio un puñetazo en la cara a una y le mordió la mano con fuerza a la otra; las mujeres se estremecieron y le quitaron las manos de encima al instante.
Aprovechó la oportunidad, se levantó de la camilla y corrió lo más rápido que pudo.
Leila bajó corriendo por las escaleras hasta llegar a la salida, no sabía cuántos pisos eran, pero podía escuchar pasos detrás de ella, sentía como si casi estuviera volando de lo rápido que iba.
"¡Me quedo con mi bebé!", le gritó a quienes la perseguían cuando finalmente vio la salida.
En el momento en que salió del edificio, la noche la envolvió, todo estaba completamente oscuro, y no había ni una luz afuera, pero siguió corriendo sin saber a dónde se dirigía ni dónde se encontraba.
Leila estaba corriendo descalza y casi sin aliento mientras subía una colina; bajo sus pies sentía las hojas, ramas y rocas, pero nada le importaba, solo quería escapar.
Y salvar a su hijo.
Podía sentir que seguían corriendo detrás de ella y unas siniestras voces masculinas resonaban de vez en cuando en la lúgubre noche sin luna, esos hombres no iba a detener su cacería.
Cuando por fin llegó a la cima de la colina, Leila vio un acantilado frente a ella, estaba acorralada.
Los pasos se escuchaban cada vez más cerca, hasta que finalmente aparecieron tres hombres.
La única forma segura de bajar de la colina era por donde había venido, pero los hombres bloqueaban el camino.
La otra opción era lanzarse por el acantilado, así que Leila contempló sus posibilidades.
Uno de los hombres habló: "Si te deshaces de ese feto, el Sr. Hill prometió dejarte vivir. Tu papá mató a Phil, ¡y él no va a aceptar a ese bebé! ¡Quiere divorciarse de ti!" Leila supuso que él era el que estaba a cargo.
"¡Vete a la m*erda! ¡Y quédate ahí, no te atrevas a acercarte!", gritó Leila, dando un paso atrás hacia el acantilado; seguía sin creer lo que decían, Nate nunca haría algo así.
"Puedes saltar y matarlos a los dos o venir con nosotros y salvarte tú. ¿Qué eliges?", volvió a hablar el mismo hombre con una sonrisa.
Leila miró uno por uno a los tres secuestradores, como si quisiera memorizar sus rostros.
"¡Elijo que te vayas a la m*erda! Al diablo con el que ordenó esto, ¡sé que no fue Nate! Él nunca mataría a mi bebé", dijo, luego comenzó a rezar y dejó que Dios, el destino, o lo que fuera, decidiera su suerte y la de su hijo.
"¡Dios, por favor, ayúdanos!", gritó mientras saltaba al precipicio.
Los tres hombres corrieron tras ella para intentar atraparla, pero lo único que alcanzaron a ver fue a Leila cayendo al abismo oscuro.