Leila estaba sentada en su nueva oficina en el Grupo Hill, mirando el gran escritorio moderno y en forma de L que era solo para ella, también tenía un teléfono; aunque apenas faltaban treinta minutos para el mediodía, ya no tenía idea de qué más hacer durante el resto de la tarde.
Llegó a la empresa con Nate a las 9:00 a.m., había reorganizado el montón de cosas que estaban en su escritorio, tenía papeles, bolígrafos, libretas y organizadores, e incluso una taza de café, una fotografía y una botella de agua; además, ya había limpiado el polvo del escritorio y los estantes tres veces.
Aparte de eso, lo único que había estado haciendo durante toda la mañana era prepararle café a Nate, y a veces, también una taza para ella.
"¡Tal vez debería comprar algunas plantas para tener que regarlas!", refunfuñó la chica, dejando caer su cabeza sobre la mesa, estaba aburrida.
Leila le pareció que ya había sido suficiente, así que se levantó, se dirigió a la oficina de su jefe, y tocó una vez, pero irrumpió sin esperar a que Nate respondiera.
"¿Exactamente qué es lo que se supone que debo hacer aquí?, ¿cuáles son las funciones de mi trabajo?", preguntó ella desde la puerta, y el hombre la miró y se quedó pensando un rato.
Entonces respondió con la misma pregunta: "¿las funciones de tu trabajo?", casi asombrado ante la duda de la chica. "Prepararme café", añadió Nate entregándole su taza.
Leila hizo lo que le pidió, pero una hora más tarde, estaba otra vez en la misma situación, sin nada que hacer y muriendo de aburrimiento.
Así que volvió a hacer lo mismo y una vez más llamó a la puerta de Nate.
"¿En serio no hay nada más que pueda hacer por ti?", lo cuestionó Leila con la esperanza de obtener una tarea más significativa esta vez; sin embargo, el hombre solo agarró su café, se bebió hasta la última gota, y le entregó la taza vacía: "¡Otra, por favor!"
"¡Claro que no, ya sería tu sexto café del día!", gritó la chica mirándolo con enojo, y esta vez su esposo finalmente entendió lo que quería.
"¡Vale!", respondió Nate en tono conciliador, luego se levantó de su escritorio, caminó hacia uno de los estantes y sacó algunos libros.
"¡Primero tienes que leer estos libros! Necesitas tener algunos conocimientos teóricos antes de ponerte a trabajar en mi empresa".
Leila quería abofetearlo por ser tan engreído.
Leer libros y preparar café no tenía nada que ver con el trabajo de un asistente personal.
Además, tenía mucha experiencia, había trabajado en diferentes puestos desde los dieciocho años, incluido el de asistente personal.
También trabajó duro durante toda la universidad.
Sin embargo, reunió todo su autocontrol y asintió a Nate, tomó los libros y se fue a su escritorio; los libros eran sobre economía y negocios, y aunque ya había leído la mayoría durante la universidad, volvió a sumergirse en ellos, le pareció que no sería tan malo hacer un repaso.
Pasaron tres semanas y Leila estaba de nuevo enojada frente a la puerta de la oficina de su jefe.
Ya había leído todos los libros, pero aparte de eso, y de preparar café, seguía sin tener otras tareas establecidas; era obvio que Nate no tenía ninguna intención de asignarle más trabajo, ¡al menos no algo que tuviera sentido! ¡Ya no podía soportarlo!
"¡Escúchame!", dijo Leila, y Nate levantó la cabeza, pensando en que esto de que Leila viniera de vez en cuando a quejarse era bastante divertido.
"Sí", respondió él mirándola atentamente.
"¡Esto no está funcionando! Tengo dos diplomas, uno en diseño de moda y otro en economía, ¡de la m*ldita Sorbona!", gritó Leila: "¡No estudié para preparar tu p*to café!". La chica puso los ojos en blanco cuando se dio cuenta de que él estaba disfrutando al verla tan enojada mientras se reclinaba cómodamente en su silla.
Maldijo para sus adentros a ese imbécil.
"¡Cariño!", respondió Nate amorosamente y con una sonrisa muy dulce: "¿Dónde está tu sentido del humor? Enojarte así puede hacerte daño a ti y a nuestro bebé".
"¡Oh, Dios!", Leila suspiró y puso los ojos en blanco nuevamente ante la mención del bebé; no estaba embarazada y él lo sabía. "Está bien, ¡entonces renuncio!", exclamó obstinadamente, ya no quería seguir perdiendo más tiempo aquí.
Luego dio la espalda y se preparó para irse.
"¡Espera! ¡Espera, cariño! ¡Leila!", Nate saltó de su asiento y se apresuró hacia ella con sus ojos color verde brillando, Leila sabía que ahora lo tenía a su merced. El hombre estiró sus manos, queriendo atraparla en un abrazo.
Pero ella lo esquivó haciendo un puchero: "¡No! ¡No me toques!"
Nate suspiró, finalmente tuvo que ceder: "¡Vale, tú ganas! ¡M*ldita sea! Esta noche tengo una cena y te llevaré conmigo".
Volvió a sentarse en su escritorio y le contó todo a Leila, había un proyecto que le interesaba y en la fiesta estaría alguien de la empresa encargada, el director del Grupo Sonus, Kentaro Yagioka, para ser precisos. "Ayudáme a hablar con él", le sugirió.
Quería mostrarle lo cruel que podía ser el mundo de los negocios, Leila era tan terca e indómita que pensaba que podría enfrentarse a esto.
"Tenemos un trato", aceptó ella, sin saber que en realidad necesitaría a alguien que la protegiera, o eso creía Nate; alguien que la protegiera de todos esos hombres, esas hienas que no cedían ante nada ni nadie.
Leila lo necesitaba a él, a Nate.
Entonces el rostro del hombre se puso serio: "Pero tengo una condición. No puedes ponerte nada sexy o demasiado revelador, ¿vale?"; él tenía muy claro por qué le pedía esto.
"Vale, pero si tú no dices que estamos casados", sonrió Leila, agregando su propia condición a la negociación: "¿Tenemos un trato?"
Después de cerrar el trato, la chica volvió a su escritorio, pero esta vez con un trabajo de verdad, le demostraría a Nate que era buena para los negocios, confiable y capaz.
Abrió su ordenador portátil y buscó en Google al Grupo Sonus y a su director, el Sr. Yagioka.
La empresa estaba en el negocio de los bienes raíces, compraba propiedades antiguas y en ruinas para convertirlas en tesoros modernos y lujosos; chalets, hoteles, casas, edificios comerciales e incluso bloques residenciales completos.
El índice de ganancias sobre ventas de esta empresa estaba entre los mejores de Europa, todos sus proyectos eran un éxito.
Leila sabía que Nate había comprado un gran terreno junto al mar, lo escuchó mencionarlo hace solo unos días, y estaba buscando un socio que tuviera experiencia en bienes raíces, porque este no era su nicho ni el de su empresa.
"¿Sería en Grecia?, sé que era en alguna isla", se preguntó Leila en voz alta: "Por eso Nate necesita al Grupo Sonus y al Sr. Yagioka"; había rumores de que Kentaro buscaba invertir en otro resort en la playa.
Y precisamente Nate tenía un terreno junto al mar.
El Sr. Yagioka era un multimillonario japonés con residencia permanente en Berlín, y cumpliría 43 años el próximo mes.
El Grupo Sonus tenía inversiones en toda Europa, unas cuantas en Japón e incluso algunas en los Estados Unidos. El hombre se había casado siete veces y tenía catorce hijos, parecía que era muy exitoso en los negocios, pero no tanto en su vida privada.
Leila hizo su tarea, y se preparó para la fiesta, quería brillar y mostrarle a Nate lo que podía hacer.
Iba a convencer al Sr. Yagioka de que se asociara con Nate y el Grupo Hill.
Esta era una cena de negocios.
Leila se sentía muy segura, como una sabelotodo de los negocios.
Cuando Nate la vio bajando por las escaleras, le arrojó un chal: "¡Ponte esto en los hombros!", había estado esperando cuarenta minutos a que ella se vistiera; la chica escuchó sus sugerencias y se puso un vestido que no revelaba mucho, tenía botones hasta el cuello, y le cubría las rodillas.
Sin embargo, sus hombros estaban descubiertos, y Leila era j*didamente sexy, incluso cubierta de pies a cabeza.
La fiesta era en la Sky Suite del edificio Gherkin, y había alrededor de 50 invitados, aproximadamente.
Cuando Nate entró con Leila, muchos hombres se volvieron para verla, babeando ante la belleza de esta chica; él se mantuvo tranquilo, tratando de no explotar.
El Sr. Yagioka y sus hombres todavía no habían llegado, así que Nate llevó a Leila a su mesa y le ordenó que no se moviera de allí.
Ella se sentó y esperó a que él trajera las bebidas, en cada puesto había etiquetas con nombres, y una sonrisa se dibujó en su rostro al darse cuenta de que el Sr. Yagioka estaría sentado frente a ella. De repente, Leila sintió que alguien la observaba.
Entonces notó que un hombre, que estaba sentado a dos mesas de distancia, la estaba mirando, luego se puso de pie y se acercó a ella; la chica pensó que quizá la había confundido con alguien más mientras desviaba la mirada, no quería que Nate hiciera una escena.
Leila esperaba que el extraño solo pasara de largo.
"Señorita, veo que ha venido sola, ¿le gustaría que le trajera algo de beber? Yo soy...", comenzó a hablar el extraño, al tiempo que le ofrecía la mano a Leila para que la estrechara, y probablemente habría escuchado su nombre si no hubiera sido por Nate; de repente, su voz ronca resonó, no había duda de que las personas de las mesas aledañas lo habían escuchado.
"¡La señorita ha venido conmigo y aquí está su bebida!", exclamó Nate mientras ponía su palma sobre el dorso del extraño para detenerlo; el hombre se fue de inmediato y él se sentó junto a Leila.
"No puedes actuar así, prometiste que nadie se enteraría de que estamos casados, ¡teníamos un trato!", lo regañó Leila, susurrando para que nadie la escuchara, luego se sentaron un rato a esperar a que apareciera el Sr. Yagioka.
Leila comió algunos de los pasantes que estaban servidos en las mesas y bebió un trago del martini de vodka que Nate le había traído; el hombre no quiso comer nada y solo bebió su whisky con hielo.
"Ahí está, ese es Kentaro", declaró Nate, así que Leila miró en esa dirección y reconoció al hombre.