"Feliz cumpleaños", murmuró Nate en voz baja y con el dedo índice de Leila todavía entre sus labios sonrientes. La chica podía sentir esos ojos verde esmeralda perforando los suyos, esa mirada era tan intensa y profunda que llegaba hasta lo más hondo de su alma.
"Gracias", respondió ella también con una sonrisa, pero la lengua de Nate continuó deslizándose poco a poco sobre su dedo, y aunque toda la crema que lo cubría ya había desaparecido, él siguió lamiendo sin parar. Leila inclinó la cabeza y desvió la mirada.
Luego trató de sacar su dedo de la boca de Nate, pero sus dientes la mordieron ligeramente al sentir que trataba de escapar.
El hombre no la soltó, sino que presionó con más fuerza el puño que tenía sobre su mano.
Leila se lamió los labios y los apretó tratando de ahogar un gemido, sus rodillas empezaron a temblar y su respiración se aceleró.
Nate sentía que casi podía escuchar el corazón de la chica latiendo con fuerza debajo de sus costillas, y al notar sus pupilas dilatadas, no tuvo dudas de que ella se estaba excitando; la timidez de Leila, que contrastaba con su experiencia, lo enloquecía.
De repente, le soltó la mano con una sonrisa y después buscó algo en el bolsillo del delantal.
Le pareció que este era el momento perfecto.
Leila recuperó un poco la compostura, pero su pecho todavía palpitaban, así que trató de calmar su corazón acelerado, y luego vio a Nate sacando un pequeño joyero negro y lujoso del delantal.
El hombre levantó la tapa y lo abrió.
La chica se sonrojó al ver una delgada pieza de color plata brillante sobre la parte superior del sedoso forro blanco: "No tenías que hacerlo...".
Nate le había comprado un anillo de cumpleaños.
El corazón de Leila se estremeció al escuchar sus palabras: "Está hecho de platino, no de oro, para que no te dé alergia", lo miró a él y luego a la joya; era una pieza impresionante, adornada con tres hermosos diamantes negros, de metal cepillado y bordes pulidos. Además, le conmovió el hecho de que recordara su alergia al oro.
"¡Gracias!", no sabía qué más decir, así que alzó la mirada y observó el rostro de Nate una vez más mientras tomaba su mano; después sintió que le ponía el anillo en el dedo, por lo que volvió a posar los ojos en sus manos, y notó que él usaba un anillo igual al de ella en su mano izquierda.
A los ojos de Leila, estos anillos parecían de boda, lo cual la hizo sonreír llena de felicidad.
"¿Te gusta?", preguntó Nate dando un paso atrás.
"¡Sí!", exclamó ella con entusiasmo, observando el anillo; en realidad le había encantado.
No tenía sentido fingir que no era así.
Nate sonrió y dio un paso adelante una vez más, serpenteando sus manos alrededor de su cintura para acercar a Leila a su cuerpo.
Entonces se inclinó hacia adelante y le susurró con una voz sensual y un poco áspera al oído: "¿Y cuál va a ser mi recompensa, cariño?", la punta de su nariz rozó la tierna piel de su cuello, lo que hizo estremecer a la chica de la cabeza a los pies, e incluso sintió la humedad empapando sus bragas.
"¿Qué quieres?", tartamudeó ella ante la repentina ola de excitación que la inundaba desde adentro.
"Un bebé", respondió Nate, y ella se sonrojó. Leila no tenía más opción que asentir en silencio, se había prometido a sí misma que haría todo lo que él quisiera; estaba dispuesta a darle cualquier cosa y hacer todo lo que fuera necesario.
Este hombre la tenía bajo su hechizo desde hacía tiempo, probablemente desde su primera vez.
Al notar su docilidad, Nate tomó la iniciativa.
Hundió su cabeza en su cuello mientras agarraba sus caderas y las presionaba contra él; la chica jadeó ruidosamente con cada roce de sus labios sobre su piel. El hombre estaba adherido a ella como una sanguijuela, y en cuestión de segundos, le quitó el pijama, que cayó al suelo de la cocina.
Como no tenía sostén, quedó solo en sus bragas.
El cuerpo de Leila se derritió entre las manos de Nate, y su piel se estremeció con cada caricia; se sentía en medio de una tormenta de pasión, una de la cual no podía escapar. Entonces desabotonó su camisa y desabrochó su cinturón, ansiosa por sentir su piel suave contra su cuerpo y sus dedos.
Él la cubrió de besos por completo, primero sus labios, luego su cuello y clavícula y finalmente sus senos, antes de que su lengua se arremolinara en sus p*zones, haciéndola enloquecer de deseo.
La mordió suavemente con sus dientes, su camisa cayó al suelo y después se quitó los pantalones, al tiempo que removía las bragas de Leila con los dedos y las deslizaba por sus piernas.
De repente, levantó su cuerpo desnudo en sus brazos y la puso sobre el mesón de la cocina.
Leila gimió cuando él la arrastró de nuevo hacia él sobre la superficie dura, llevando su trasero hasta el borde del mesón; la chica se retorció bajo su cálida boca, que mordisqueaba su abdomen bajo, y luego enterró su cara entre sus muslos, al tiempo que ella tiraba de su cabello.
Nate apretó sus pechos mientras su lengua se deslizaba desde la punta de su cl*toris hasta el final de su abertura; luego chupó esa sensible protuberancia, haciéndola gemir más y más fuerte.
"¡Nate, por favor!", gimió y jadeó, casi rogándole por el deseo de tenerlo dentro de ella; Leila sentía que nunca había estado tan caliente ni tan mojada.
"¡Nate, cariño!", Leila explotó mientras gritaba su nombre sin parar y sus muslos apretaban su rostro, al tiempo que se deshacía en éxtasis. Nate gimió a su vez, incapaz de seguir controlándose.
Este gemido aumentó aún más el deseo de ella. Lo único que quería él era estar dentro de la chica, así que la sujetó por debajo de las piernas y tiró de ella hacia abajo, le levantó las piernas y se colocó en medio.
La cabeza de su miembro, duro como una piedra, rozó su apretada abertura, y Leila gimió como loca al sentirlo deslizarse dentro de su v*gina; envolvió sus piernas alrededor de sus caderas y clavó sus talones en su trasero para que se acercara, quería sentirlo más cerca y profundo.
Él continuó embistiendo, deslizándose dentro y fuera de ella, la sensación de sentir su miembro apretado y rodeado por ese calor húmedo provocó un escalofrío que se extendió por toda su columna; luego acercó las caderas de ella a las suyas con las manos mientras empujaba más profundamente dentro de Leila. Podía observar cómo rebotaban sus pechos y sus ojos se ponían en blanco.
Leila apretó sus paredes alrededor de su p*ne, sujetándolo con fuerza, y él continuó embistiendo hasta por fin llegar a lo más profundo de su útero.
Nate levantó a la exhausta Leila del mesón y la llevó al cuarto, todavía faltaban varias horas para que amaneciera.
Un ruido despertó a la chica, quien abrió los ojos y vio a Nate saliendo del baño, probablemente fue el sonido de la ducha lo que la despertó; él estaba a medio vestir, solo tenía los pantalones del traje y se estaba poniendo la camisa.
Leila quería arrancarle la ropa para que se quedara con ella, pero él ya se estaba preparando para ir a trabajar, lo cual la hizo fruncir el ceño; además, sabía que Nate no había dormido ni dos horas, porque hicieron el amor dos veces más esa noche.
"¿No podrías quedarte a dormir un poco más?", dijo con un tono de decepción.
"Tengo que ir a conseguir dinero para ti y nuestros bebés, cariño", respondió Nate guiñándole un ojo, obviamente era incapaz de tomarla en serio; la chica sonrió para sus adentros, maldiciéndolo con ternura, porque sabía que era una broma.
"¿Cuándo volverás?", al escuchar la pregunta de Leila, él se acercó a la cama y la besó en la frente.
"Al mediodía, esta es la última reunión del viaje", respondió el hombre mientras besaba sus labios y se frotaba contra ellos ligeramente como un adiós. Ese beso se sintió tan ligero como una pluma en sus labios y al verlo irse, sintió que ya lo extrañaba.
Justo al mediodía, Nate volvió como lo había prometido, su trabajo en Italia había terminado y ahora podía dedicar toda su atención a Leila; no podía esperar, ya tenía muchos planes en mente.
Después del almuerzo le dijo: "Ponte esto y nos vemos en el lago".
"¿Qué?, pero no sé nadar", Leila entró en pánico al ver un traje de baño en la bolsa que le entregó; sin embargo, como Nate no escuchó sus quejas, tuvo que obedecer, se puso el traje de baño y envolvió su cuerpo en una toalla.
"No recuerdo haberte dado eso", se rio el hombre cuando vio Leila llegar al lago con la toalla, así que tiró de ella con fuerza, se la quitó y la chica hizo un puchero; después, Nate la agarró de la mano y la llevó hasta el agua, lo que provocó un puchero aún más triste en Leila.
"Hace frío", se quejó.
"Claro que no", sonrió él, porque sabía que en realidad no tenía frío sino miedo.
"¡Quiero salir!"
"¡No lo harás!"
Nate se metió al agua con ella hasta la cintura.
"¡Ahora relájate!", le ordenó a Leila mientras la arrastraba a sus brazos.
"¿Cómo?"
"¡En mis brazos!", dijo Nate colocándola encima de sus manos para enseñarle a flotar: "¡Pon la cabeza hacia atrás y el c*lo hacia arriba!", ajustó el cuerpo de la chica pacientemente con sus manos mientras corregía sus movimientos. "¡Ahora cierra los ojos!", le ordenó, y aunque Leila mantuvo su cuerpo rígido por un tiempo, incapaz de relajarse, él no era de los que se daban por vencidos tan fácil.
Durante los siguientes cinco días, le enseñó los conceptos básicos de la natación, y su progreso fue evidente, aunque ella quisiera negarlo.
Cuando Leila se cansaba o se ponía nerviosa, él la llevaba en el bote y remaba por todo el lago.
En su último día, Leila preparó una canasta de picnic llena de comida y una botella de vino; Nate remó de nuevo con ella en el bote y volvieron a hacer el amor allí, pero terminaron volcándolo y cayendo al agua en varias ocasiones.
Sonreían y bromeaban, se hundían y se salpicaban el uno al otro, pero al final fue él quien ganó, y Leila hizo el mismo puchero de siempre.
"Vamos a comer", dijo Nate, recogiendo la cesta, y la chica le ayudó a preparar un par de sándwiches; estaban hambrientos y cansados de nadar, remar y hacer el amor.
Entonces, después de la comida, el hombre llevó a Leila de regreso al bote y se quedaron allí.
"Duerme", le dijo, cerrando los ojos, y Leila así lo hizo durante unos veinte minutos, pero los cantos de los pájaros sobre el lago la despertaron de su sueño ligero.
"Te amo, Leila", estas palabras la sobresaltaron, pero su voz era demasiado baja, casi inaudible.
Leila no podía dejar de mirarlo, sin saber si había escuchado correctamente.