Nate había planeado un largo viaje de negocios de nueve días, pero le pareció que sería demasiado tiempo para dejar a su esposa sola en casa.
Le preocupaba que Leila pudiera dejarlo como la última vez o, peor aún, que terminara lastimada, así que decidió llevarla con él. Todos los hombres de negocios que conocía llevaban a sus esposas o amantes, ¿entonces él por qué no iba a hacerlo?
Tenía que asistir a una reunión en Milán y también a otras en Verona y Venecia.
Nate quería que este viaje fuera algo así como su luna de miel, había reprogramado algunas de sus reuniones para terminar el trabajo en los primeros cinco días, y así tener tiempo libre para disfrutar con Leila.
La miró mientras pensaba en todas las cosas divertidas que podrían hacer. El avión despegó, y con solo observar a la chica, sintió una erección instantánea, por lo que se lamentó al saber que este avión no tenía una suite.
Debió haber elegido otro.
"¿Te gusta Italia?", preguntó, tratando de hacerla sentir más relajada, apenas estaban despegando; luego le sirvió un trago y le ordenó que lo bebiera, y como la chica sabía que era inútil negarse, se lo tomó de inmediato.
Sin embargo, incluso después de ese trago, Leila seguía evidentemente nerviosa; estaba sentada frente a él, con las manos cruzadas e inmersa en sus pensamientos.
Nate se preguntaba en qué estaría pensando.
"Sí, he estado varias veces en Milán sola, y estuve en Roma con mis padres", respondió la chica con una expresión sombría.
"¿Y qué pasó?", preguntó él preocupado, sintiendo que su expresión debía estar relacionada con eso.
"Fue un viaje corto de cinco días, cuando mi madre aún vivía", dijo Leila; al enterarse de que iría a Italia con Nate, los recuerdos de ese viaje y de todo lo que sucedió vinieron a ella.
"¿Y...?", la voz de Nate se volvió suave, tenía una mirada llena de consideración y empatía.
"Mi madre se enfermó de repente al quinto día y falleció solo dos meses después, ese fue su último viaje", añadió Leila con tristeza al recordar; eso era lo único en lo que había podido pensar desde que subió al avión.
Nate se desabrochó el cinturón de seguridad y se sentó a su lado.
Entonces puso su cabeza sobre su pecho y no dejó de abrazarla hasta que el avión aterrizó.
Nate había alquilado un chalet en las afueras de Venecia, esta ciudad era mucho más romántica que Milán y mucho más interesante que Verona; además, con su avión, volar a Milán no era ningún problema, y Verona estaba a solo una hora y media en coche.
El hombre observó a Leila mirando los alrededores de los jardines del chalet, así que le preguntó: "¿Te gusta?"; ya sus cosas estaban adentro, incluyendo la ropa italiana de diseñador que había ordenado comprar para su esposa, junto con algunos trajes de negocios para él, y un millón de cosas más.
"Sí", respondió ella, completamente maravillada ante la belleza del lugar.
Nate sonrió satisfecho con su elección.
Frente al chalet, había un campo de lavanda, y el vasto océano de flores lilas se extendía desde el porche hasta el horizonte, donde parecía no tener fin; la puesta de sol de color rojo, naranja y púrpura se mezclaba con el campo, intensificando la magia del magnífico paisaje.
Leila amaba la lavanda, en especial su aroma tranquilizador, y él lo sabía.
"Es espléndido", dijo la chica con un suspiro, antes de cerrar los ojos por un momento; se preguntaba si Nate sabía que le gustaba la lavanda.
Leila podía sentir ese fascinante aroma llenando el aire, y entrando por sus fosas nasales tan fresco y tan fuerte; luego dio un paseo por el chalet, bajo la magia de ese momento, y con Nate siguiéndola.
En el jardín trasero pudo ver un lago cristalino con dos botes de remos flotando sobre el agua y anclados a salvo en el muelle.
"Si nos queda tiempo, puedes aprender a nadar mientras yo remo", dijo Nate, abrazando su cintura por detrás; sus manos estaban tibias, al igual que su aliento, lo cual se sentía agradable con el aire frío del exterior.
"Tengo hambre, ¿y tú? ¿Qué vamos a cenar?", preguntó Leila, temblando entre el frío y el calor.
"Risotto negro", respondió el hombre, pensando que ella había inventado esa pequeña mentira piadosa para tratar de escapar de él; sin embargo, Nate no tenía planeado apresurar las cosas, el tiempo estaba de su lado, se quedarían suficientes noches en este lugar, así que habría mucho tiempo para disfrutar de su esposa.
Además, ya casi se hacía de noche, y en realidad tenía un poco de hambre y se sentía algo cansado.
Leila se despertó, era su cuarto día en el chalet.
Al menos para ella, porque durante los tres días y las tres noches había estado sola, no entendía por qué él la había traído aquí; Nate se mantenía muy ocupado, y por lo general, cuando volvía de las reuniones, ella ya estaba dormida, y antes de que se despertara, él ya se habría ido a trabajar.
Hoy no fue la excepción, por lo que ella ni siquiera sintió ganas de levantarse de la cama vacía.
En general, Leila no tenía mucho por hacer en este lugar aparte de pintar y cocinar. El segundo día visitó Venecia, paseó por sus canales y cruzó sus hermosos puentes; incluso entró al Palacio Ducal y dio un paseo en góndola; esta ciudad le pareció un lugar muy romántico.
A pesar de todo, se sentía incómoda por estar tanto tiempo sola, extrañaba a Nate.
No había dejado de extrañarlo en ningún momento.
Entonces Leila pensó en ese misterio que no había podido resolver mientras volvía su cabeza hacia la mesita de noche.
"Ahí está de nuevo", susurró con una sonrisa.
Era una flor de lavanda fresca, y Nate era el único que podría haberla puesto allí; todas las mañanas se despertaba para verla y olerla, pero no tenía ni idea de cuándo la ponía ahí, se preguntaba si era antes de ir a trabajar o en las noches después de que regresaba.
Había estado durmiendo muy bien en este chalet gracias a la lavanda, su olor la tranquilizaba, haciendo que sus pesadillas desaparecieran; la última fue cuando aún estaba en el hospital.
O quizá fue ese gesto de Nate lo que trajo la calma a su corazón e hizo desaparecer sus terrores nocturnos.
De repente, sonó su móvil, eran exactamente las 10:00 p.m. y Leila estaba a punto de acostarse, pero recibió un mensaje de su hermanastro.
"Feliz cumpleaños, Leila", decía el mensaje, Carl siempre recordaba su cumpleaños, nunca lo olvidaba, y este año fue el primero en felicitarla. Además, la felicidad era doble, porque la salud de Carl estaba mejorando gracias a su tratamiento en los Estados Unidos, y también había ingresado a una escuela secundaria privada en ese país.
El siguiente mensaje fue el de Alice: "Feliz cumpleaños, mejor amiga", y una sonrisa se dibujó en su rostro al leerlo; también la había felicitado con mucha antelación, seguramente ella y Carl se habían confundido por la diferencia horaria.
Entonces se giró hacia el lado vacío de la cama, el lado donde dormía Nate.
Leila suspiró, esta sería la primera vez que pasaría un cumpleaños sola; cuando estaba en París, sus amigos siempre organizaban una fiesta para ella, normalmente al aire libre, junto al Sena. Tratando de consolarse con esos recuerdos, se durmió.
Sin embargo, no pudo dormir mucho, y se despertó exactamente a media noche con una sed terrible que la estaba matando.
El lado de la cama de Nate seguía vacío, él todavía no había regresado.
Leila frunció el ceño, bastante molesta por eso.
"¡M*ldito pescado!", se quejó ella, había cenado 'Sarde in saor', un plato tradicional veneciano que estaba compuesto por filetes de sardina fritos marinados en vinagre, cebollas, pasas y piñones.
Ni siquiera la copa de vino tinto pudo eliminar el fuerte sabor de las sardinas, necesitaba un poco de agua ahora mismo, y cuando bajó las escaleras hasta la cocina, se dio cuenta de que todas las luces estaban encendidas como si fuera la víspera de navidad; entonces sus ojos se encontraron con una inesperada escena que la hizo estremecer.
Una hermosa sonrisa hizo iluminar su rostro.
Nate, que estaba de pie frente a ella, junto a la isla de la cocina, se dio la vuelta, y vio que llevaba un delantal, ¡un delantal!
Ella se rió, mostrando lo gratamente sorprendida que estaba: "¿Qué estás haciendo?", no creía lo que veía, la respuesta a su pregunta se encontraba encima de la encimera que estaba detrás del hombre. La chica se quedó congelada.
¡Era un pastel!, ¡le había hecho un pastel con fresas y crema batida encima!, pero a él no le gustaban los dulces, así que no podía entenderlo.
"Mira, te hice un pastel..., ¡yo mismo lo preparé!", declaró el hombre con orgullo antes de volver a darle la espalda, luego Leila se acercó para ver lo que haría a continuación.
Nate tomó algunas chispas de chocolate de un pequeño tazón de vidrio y las espolvoreó con sus dedos sobre la nata y las fresas para darle el toque final a su preparación.
"¿Por qué? ¡No te gusta comer dulces!", exclamó la chica con un risita nerviosa.
Nate miró a Leila con una sonrisa cálida: "Porque hoy es tu cumpleaños, cariño".
"Así es", respondió ella, un poco sorprendida al ver que él lo había recordado, luego Nate le contó que había pedido un pastel en la panadería local, pero como una de sus reuniones se retrasó, llegó tarde a recogerlo y la panadería ya había cerrado, así que decidió preparar uno él mismo.
Había hecho todo esto por ella. Leila se emocionó al verlo encender una vela mientras apagaba las luces de la cocina.
"¡Feliz cumpleaños, Leila! ¡Pide un deseo!", dijo él mientras los ojos de ella se llenaban de lágrimas de felicidad, que hizo todo lo posible por contener.
"¡Vale!", luego se acercó y pidió le deseo, al tiempo que soplaba la vela.
Después, Nate agarró un cuchillo y cortó el pastel, poniendo el primer trozo en un plato que Leila tomó de su mano con los ojos cerrados; tenía ganas de jugar con él, así que agarró un poco de crema con los dedos y se la untó en la cara a Nate.
Sin embargo, él sostuvo su mano, le llevó los dedos a sus labios, introdujo el índice en su boca, y lo lamió hasta quitarle toda la crema, haciendo que Leila se estremeciera.
"Mmmm..., qué rico sabe", murmuró Nate, mirando fijamente sus dilatados ojos avellana, pero Leila se sintió un poco tímida ante su sensual mirada.
"Solo me falta una reunión, quizá sí podamos tener nuestra luna de miel después de todo", añadió el hombre, haciéndola estremecer aún más.
Leila se moría de ganas de que llegara ese día.