Leila no apartó la mirada de Nate mientras la ira hervía en su interior.
Había visto a Karen y Phil. Ellos todavía estaban enamorados el uno del otro. Era claro que Nate había crecido con unos padres que se amaban mucho y ella también. Tal vez su madre había muerto demasiado pronto, pero al menos había experimentado cómo se sentía tener una familia completa por un tiempo.
Cuando su esposa seguía viva, Bob Greece había sido un hombre muy diferente, más amable, más gentil y, sin duda alguna, una mejor persona.
“¿Qué quiero?”. Repitió las palabras de Nate mientras imaginaba el futuro de su hijo. Ese pobre niño tendría todo lo que el dinero podría comprar, excepto la oportunidad de ver a sus padres enamorados. Esto era lo único que Leila deseaba para su hijo cuando creciera.
Después de todo, era lo que más echaba de menos después de que su madre falleciera y ninguna suma de dinero podía reemplazar ese sentimiento.
“¡Nada!”, respondió, viendo cómo Nate se quedaba en silencio. “Nuestro contrato solo dura un año, ¿no lo recuerdas? ¡Pídeselo a tu prometida!”. Dejó salir con un grito todo el resentimiento que había guardado en su interior. Pensaba que debía pedírselo a Selena porque él le había pedido el divorcio y luego había anunciado que se casaría con esa rubia.
Leila rodó sobre la cama para darle la espalda. Los celos y el dolor la devoraron, y sintió ganas de vomitar.
“¡No te atrevas a repetir ese nombre!”. Nate se enfureció al escucharla mencionar a esa mujer. No podía escuchar su nombre después de todo lo que Selena Samuel le había hecho.
Tiró de Leila y la colocó bocarriba. Luego se subió sobre ella y presionó su cuerpo delicado con fuerza debajo del suyo.
Tras esto, la sujetó de la barbilla para obligarla a mirarlo a los ojos. Ella frunció el ceño, confundida y soportando su mirada. Creía que Nate seguía enamorado de esa bailarina. No podía entender por qué había cancelado su compromiso con Selena y había anunciado frente a todos que seguía casado con ella.
No tenía ni idea de cuáles eran sus motivos.
Sabía que nunca se lo aclararía porque no era el tipo de persona a la que le gustaba dar explicaciones.
Todos estos eventos se habían desencadenado debido a la repentina decisión que habían tomado los padres de Nate tres meses atrás.
Se habían enterado del divorcio de su hijo justo después de que Leila se fuera a París. Por supuesto, pensaron que Selena era la culpable.
No les agradaba la situación sentimental tan inestable de su hijo. Por lo tanto, Phil no perdió el tiempo y comenzó a seleccionar candidatos para elegir al heredero de Hill Corp. Entonces, Nate inventó una mentira, les dijo que se casaría con Selena.
Solo quería evitar que su padre nombrara a otra persona en lugar de a él. Había planeado casarse con Selena y dejarla después de haber heredado Hill Corp.
Por esta misma razón tampoco había firmado los papeles del divorcio y los había dejado a un lado para que acumularan polvo. Pensó que podría firmarlos en cualquier momento. Mientras tanto, todo su dinero y poder le permitieron ocultar el hecho de que seguía casado con Leila.
Sabía que Selena había publicado sus fotos antiguas a propósito y que había promocionado la noticia de su boda en todas las redes sociales. Se lo había permitido porque, en ese momento, ella le servía para algo.
Ahora, sabía que esa mujer había usado trucos sucios para hacer que su matrimonio con Leila terminara. Le molestaba lo que había hecho. Lo único que sentía por ella ahora era odio y asco. Decidió que pronto la haría pagar por todo lo que había hecho.
“Me duele”. Las palabras de Leila sacaron a Nate de sus pensamientos.
Miró su dulce rostro y aflojó su agarre de inmediato. Había apretado cada vez más fuerte su barbilla por culpa de estos pensamientos que rondaban en su mente. Todo era culpa de Selena Samuel. Incluso había lastimado a Leila por culpa de esa mujer astuta y tramposa.
“¡Leila es la única mujer que me dará un heredero! ¡Un hijo!”, pensó Nate. Se sentía seguro al respecto porque estaba acostumbrado a siempre obtener lo que quería.
“¡Hagamos al bebé ahora!”, Nate le ordenó con una expresión seria. Leila se sonrojó y volvió a mirarlo con recelo. La sujetó de los huesos de la cadera y ella reconoció la mirada en su rostro. Estaba hablando en serio.
Trató de soltarse de sus manos, que se estaban deslizando desde sus caderas hasta su cintura, pero él no se lo permitió. Sus dedos rozaron sus p*zones ya endurecidos a través de la tela de su vestido.
“¡No!”, gritó afligida.
“¿Por qué no?”, preguntó Nate. De pronto, Mark, el jefe de Leila, apareció en su mente, seguido de una oleada de celos. “Tal vez está enamorada de él”, pensó. “¿Es por ese tal Mark Bernard?”. Frunció el ceño, deseando poder matar a ese hombre y salirse con la suya.
“¡No! ¡Es porque no me amas!”, respondió en su mente, pero no quería que él lo supiera.
En cambio, dijo: “¡No puedes hacerme feliz!”.
Nate sonrió con una expresión juguetona y Leila se sonrojó más antes de que él siquiera pudiera decir algo. El hombre sujetó su cuerpo con más fuerza y hundió su cabeza en su cuello. Ella sabía lo que vendría después.
“Estoy seguro de que puedo hacerte feliz aquí y ahora mismo”, le susurró al oído, lo que hizo que su suave piel temblara de deseo. Nate bajó poco a poco el fino tirante del vestido de su hombro izquierdo mientras deslizaba su otra mano bajo su falda.
“Nate…”. Leila sujetó su mano mientras subía por sus muslos.
Él jadeó mientras se aferraba a sus bragas ya empapadas y las bajó por sus piernas. Todas las mariposas en el estómago de Leila se despertaron y chocaron contra sus paredes internas a la misma vez. Ella soltó un gemido. Se odiaba a sí misma por volverse tan sumisa con Nate y excitarse con tanta facilidad.
Sabía que, sin importar lo que intentara, no sería suficiente para detenerlo. “Nate siempre consigue lo que quiere de mí”. Leila suspiró y se dejó llevar.
Él la levantó, le desabrochó el vestido y lo arrojó al suelo. Rozó sus labios con los suyos mientras deslizaba su lengua por el labio inferior de Leila. Después, atacó la delicada piel de su cuello y clavícula para luego bajar hasta sus senos.
Leila soltó un gemido superficial en respuesta a cómo la estaba haciendo sentir.
Él tiró de su sujetador a un lado, revelando sus pequeñas montañas blancas. Metió una en su boca y luego la otra. Las succionó con fuerza a medida que movía y acomodada sus dedos entre sus muslos suaves.
Leila se derritió al sentir su pulgar presionando su cl*toris. Al principio, rodeó su punto con cuidado, pero presionaba cada vez más fuerte. Sus dedos sabían qué hacer mientras se movía tan lento que hasta dolía.
Nate jugó con su protuberancia endurecida antes de introducir un dedo en ella y después dos. La chica echó la cabeza hacia atrás con un largo suspiro, incapaz de contener sus gemidos. Se estaba acercando más a su punto máximo de placer.
Sin embargo, Nate se detuvo de repente y sacó los dedos.
“¡No! ¡Por favor, no te detengas!”. Leila le rogó sin vergüenza porque se sentía insatisfecha con el repentino vacío en su interior y por no haber experimentado ese maremoto de éxtasis. Nate sonrió mientras la miraba a los ojos. Le gustaba verla así, rogando por más.
“¡Arrodíllate en la cama!”, le ordenó. Entonces, Leila lo miró boquiabierta.
“¿Qué?”. Se preguntaba qué quería que hiciera.
“Te enseñaré a hacerlo tú misma”, respondió con calma, sin dejar de observar su rostro sonrojado. Eran marido y mujer, así que debía dejar de ser tan tímida con él y disfrutar de esto sin sentir vergüenza, culpa o remordimiento.
Quería ayudarla a disfrutar este momento.
“No”, respondió, todavía resistiéndose a la idea.
Una parte de ella pensaba que era incorrecto, pero otra parte quería hacerlo.
“Oh, claro que lo harás”. Nate insistió y tiró de ella para obligarla a arrodillarse en la cama frente a él. Luego cogió la mano de su esposa y extendió sus dedos hasta la hendidura entre sus piernas.
Nunca apartó sus ojos de los de ella. Leila lo observó con una mirada intensa mientras se lamía los labios.
Esto hizo que Nate quisiera empujarla contra el colchón y enterrarse en lo más profundo de ella. Sin embargo, primero quería enseñarle y, por supuesto, ver el espectáculo. Moría por verla dándose placer.
Leila sintió sus propios dedos dando vueltas sobre su cl*toris mientras Nate la guiaba con su mano. Estaba muy mojada y resbaladiza.
Sintió que su cara se ponía roja como un tomate bajo la mirada lujuriosa de este hombre.
Él se estaba dando placer al igual que ella. La chica inclinó la cabeza hacia atrás mientras deslizaba sus dos dedos en su interior. Tuvo que cerrar los ojos porque era incapaz de resistir la excitante mirada de Nate.
Él se había puesto duro muy rápido solo con verla tocarse a sí misma.
Leila comenzó mover sus dedos dentro y fuera de su interior mientras escuchaba la voz baja y seductora de Nate, cambiando su ritmo bajo sus órdenes.
La tensión comenzó a acumularse dentro de su interior y sus paredes se tensaron alrededor de sus dedos.
Comenzó a gemir, jadear, y respirar con dificultad. Enloqueció cuando Nate acercó su propio pulgar y presionó su cl*toris en círculos. Entonces, explotó en una erupción de placer.
Se dejó llevar, todavía deslizando sus dedos dentro y fuera de sí misma hasta que el placer la consumió por completo.
Al ver que Leila había tenido un org*smo, Nate la acercó más a él, y dejó que su cuerpo sudoroso y cansado colapsara sobre su regazo.
“¿Estás perdida, cariño?”, le susurró al oído. Humillada, dejó caer su cabeza sobre el pecho de Nate con un profundo suspiro.