Capítulo 47
1686palabras
2022-10-09 00:01
Leila entró en la habitación de Nate, miró a su alrededor, y dejó que los recuerdos y los sentimientos la invadieran. Había echado mucho de menos a su esposo mientras estaban separados, su presencia, su tacto y su voz, incluso su absurda arrogancia. También había echado de menos cada segundo que había pasado con él dentro de este lugar.
Habían tenido s*xo aquí muchas veces. Parecía que había sido hace un día y no tres meses atrás.
Todo estaba igual que el día que lo había dejado tras firmar los papeles del divorcio. Este recuerdo hizo que su corazón le volviera a doler.

Su olor varonil a menta seguía en todas partes, despertando a las mariposas dormidas dentro de su estómago. Lo deseaba tanto como antes. Las sábanas de seda negra de la cama la llamaban y le hacían sentir la boca seca.
No había ningún rastro de polvo o de ropa sucia en ningún lugar de la habitación. ¡Ese hombre era muy estricto con la limpieza!
“Siempre me gustó eso de él”, pensó.
Abrió su lado del vestidor y vio que toda la ropa que Nate le había comprado seguía en su lugar sana y salva, esperando su regreso.
Era como si ella de verdad perteneciera aquí a su lado.
“Pero ¿cuánto tiempo durará esta vez? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que lo reconsidere y se divorcie de mí de nuevo?”. No pudo evitar preguntarse qué nuevos trucos tenía reservados para ella. ¿Qué estaba planeando?

Sacudió la cabeza y sacó el vestido que había elegido para la comida en la casa de los padres de Nate.
Lo colocó sobre la cama, y entró en el baño porque necesitaba una ducha urgente para lavarse el cloro del agua de la piscina de su cuerpo y cabello. ¡El b*stardo por poco la había ahogado!
Nate se estaba comportando extraño, había actuado como si nunca le hubiera pedido el divorcio en primer lugar.
Leila salió de la ducha y tomó una toalla para secarse. Luego se puso las bragas, todavía sin poder creer todo lo que había sucedido más temprano en el campo de tiro. No obstante, estos recuerdos trajeron una sonrisa a su rostro que no podía negar.

“¡Permíteme!”. Una voz la sobresaltó justo cuando estaba a punto de ponerse el sujetador.
Leila suspiró aliviada. Por suerte, las copas ya cubrían sus senos. Nate estaba detrás de ella, susurrándole al oído con las manos en los cierres de su sujetador. El toque de este hombre hacía arder su piel y las mariposas chocaron contra sus paredes internas como unas salvajes.
“¡M*ldito! Nunca me deja tener privacidad”, pensó.
“¡Póntelo!”. Mientras la observaba en el espejo, le entregó el vestido corto y negro que ella había dejado sobre la cama. Las piernas de Leila comenzaron a temblar bajo su mirada seductora, pero se las arregló para mantener la cabeza fría. Se puso el vestido por debajo de los pies y lo subió por su cuerpo semidesnudo. Sabía que sería inútil protestar porque no la dejaría ponérselo ella misma.
Nate subió la cremallera del vestido muy lento a propósito. Su mirada nunca se apartó del reflejo de Leila en el espejo.
Si no le hubiera preocupado que pudieran llegar tarde a la comida con sus padres, se la habría f*llado aquí mismo, en el baño, contra la pared más cercana. Así de mucho la deseaba, pero sabía que a sus padres no les quedaba mucha paciencia con él tras los últimos meses.
“Al menos puedo mirarla. Es mi esposa, mi mujer, ¡y estoy en mi derecho!”, Nate pensó mientras sus ojos se embriagaban con el cuerpo de Leila.
En la casa de Karen y Phil Hill, la pareja no podía dejar de sonreír. Como querían darle la bienvenida a su nuera a la familia, la invitaron a cenar junto a su hijo. 
El día anterior, Nate les había informado que se había vuelto a casar con ella. Sus padres estaban encantados de saber que había regresado con Lucinda Greece.
El asado de ternera estaba delicioso como siempre y las papas al horno a las hierbas estaban como para morirse. Todo gracias a las habilidades culinarias de Karen. La ensalada también sabía espectacular. Todo ya estaba listo porque esta cena solo era una excusa para que los padres de Nate le pidieran algo.
“Nate, estaba pensando…”. Phil comenzó a hablar mientras comían el plato principal.
A él y a su esposa nunca les había gustado inmiscuirse en la vida de su hijo. Respetaban el hecho de que ya era todo un adulto, así que nunca le preguntaron qué había sucedido entre ellos. No era su vida para entrometerse. Lo único que les importaba era que ya no estaba saliendo con Selena Samuel ni mucho menos planeaba casarse con esa mujer.
“Adelante, padre”. Nate le pidió a Phil que continuara hablando. Suponía a dónde quería llegar con esta conversación. También notó que su madre estaba mirando a su padre con aprobación. Ambos estaban juntos en esto.
Entre Selena y Lucinda, la elección era más que obvia para el Sr. y la Sra. Hill. Siempre optarían por Lucinda porque era mucho mejor persona.
Aun así, querían que Nate echara raíces y formara una familia. No podía seguir casándose y volviéndose a casar cada vez que quería. Los adultos responsables no hacían esto.
“Decidí que te entregaré Hill Corp. cuando Lucinda y tú tengáis un hijo”. Phil y su esposa habían pensado en esto desde que su hijo los había llamado para decirles que había regresado con Lucinda. Karen estaba de acuerdo, era el momento de que Nate se hiciera responsable y no había mejor manera de hacerlo que convirtiéndose en padre.
“No hay problema, padre. ¡Considéralo hecho!”. Nate mantuvo la calma y aceptó los términos de su padre, lo que dejó a Leila aún más sorprendida.
Como si no hubiera sido suficiente que casi se atragantara cuando escuchó la condición de Phil, Nate notó que Leila se puso pálida de repente y se quedó inmóvil en su asiento. Le apretó la mano por debajo de la mesa para evitar que dijera algo est*pido.
“¡Un bebé!”, Leila dijo para sus adentros. No solo Nate estaba loco, parecía que lo había heredado de su padre. Toda esta familia era un poco extraña, no es que la suya no lo fuera, pero ¡¿un m*ldito niño?! ¡Ni pensarlo!
“¡Genial! Entonces, ¡es un trato! Comenzaré a preparar todas las cosas que necesitará el bebé. Las compraré en amarillo porque todavía no sabemos su género. ¿Qué te gustaría que sea, Lucinda? ¿Un niño o una niña?”. Karen no podía dejar de hablar, estaba demasiado alegre por la respuesta positiva de su hijo. Se sentía impaciente por tener nietos.
“Emm, lo que sea. Bueno… Siempre y cuando sea saludable”, Leila sonrió algo incómoda.
No sabía qué decir. Imaginaba los hijos que podría tener con Nate, pero… Había un gran “pero” en su mente que entristecía su corazón. No era más que una esposa falsa.
“¡Tienes razón! ¿Pasaréis la noche aquí?”. Karen le preguntó a Nate esta vez, con su sonrisa todavía en sus labios.
“Claro, ¿por qué no?”, respondió el joven y Leila no se opuso. Ya estaba resignada a la idea de pasar la noche con Nate en la misma cama.
Después de comer, Nate la llevó a la habitación de su infancia en el piso superior. Leila recordó la última vez que la había traído a este lugar, todavía se sentía nerviosa por estar de nuevo a solas con él en la misma habitación.
Se excusó diciendo que tenía que usar el baño primero y, cuando regresó, la esperaba una sorpresa. Nate estaba sentado en la cama con una pequeña caja envuelta en papel de regalo a su lado.
Su corazón dio un vuelco al darse cuenta de que era un regalo para ella de parte de Nate. Abrió la caja, y dentro encontró un par de aretes de platino y rubí.
“¿Te gusta?”, preguntó Nate mientras la miraba. Quería besar sus orejas dulces, pequeñas y hermosas hasta dejarla sorda con sus labios.
Los había comprado durante un corto viaje de negocios. En ese momento, Leila ya había firmado el acuerdo de divorcio y se había ido a París, pero Nate no pudo evitar comprarlos para ella. Se sorprendió por su propia reacción. En ese entonces, sabía que no la vería pronto, mucho menos podría darle un regalo.
“Sí, me encantan”. Leila sonrió mientras Nate la ayudaba a ponerse los aretes. Se miró en el espejo y se sintió feliz desde el fondo de su corazón.
“¿Y bien? ¿Cuál será mi pago?”. El hombre sonrió con malicia.
“¿Cuánto te costaron?”. Leila hizo un puchero y su sonrisa se desvaneció.
“No quiero tu dinero”. Nate frunció el ceño.
“Entonces, ¿qué es lo que quieres?”. Ella preguntó con cautela. “¡Qué estúpida fui al pensar que me compraría un regalo solo porque sí!”, pensó, recordándose a sí misma que Nate siempre quería otra cosa. ¡Este m*ldito y sus trucos!
¿Cuán más ingenua podía ser?
“Quiero un heredero”, respondió Nate con orgullo.
“¡¿Qué?!”. Leila no podía creer lo que acababa de escuchar.
“¡Dame un hijo!”. Sonaba como siempre, como un b*stardo arrogante y dominante.
“¡No, ni lo sueñes!”. Ella se levantó de la cama, gritando perpleja, pero él insistió.
“Pondré a Greece Inc. a tu nombre”.
“¡No!”.
“Y te daré el 20 % de las acciones de Hill Corp”. Nate comenzó a negociar.
“¡Que no! ¿No me escuchas? ¡¡No!!”. Leila se puso furiosa. ¿Qué pensaba? ¿Que podía comprar un niño? ¿Que era un negocio?
“Entonces, ¡dime qué quieres!”. Nate no podía entenderla.
Le acababa de ofrecer la empresa de su padre y una gran parte de su propia empresa. ¡M*erda! Era la empresa más grande y próspera de todo Londres. A cambió, solo le pedía un hijo con ella.
Sin embargo, ¡ella solo decía que no!
Nate estaba decidido a hacer que sucediera. Le daría todo con tal de tener a ese bebé. Lo necesitaba para complacer a sus padres, cumplir con sus requisitos y hacerse cargo de Hill Corp. O tal vez en realidad no tenía nada que ver con esto.