Capítulo 46
1670palabras
2022-10-08 00:02
Nate cargó a Leila, consciente de que todos estaban mirando con curiosidad su paso firme. Había solo unos pocos pasos más que dar antes de llegar a la salida del campo de tiro. La multitud los observaba, queriendo saber qué estaba pasando, pero no tenían el valor para decir algo o preguntar.
Ella había dejado de quejarse, ya no le rogaba que la bajara, tan solo se aferró a su cuerpo como si perteneciera en este lugar.
El hombre podía sentir su cálido aliento contra su pecho, filtrándose a través de la fina tela de satín de su camisa. El cabello de Leila rozaba su piel y caía sobre sus manos como la más suave cascada de hilos de seda negra. Estaba aferrada a su cuello con sus manos. “Es el mejor sentimiento de todos”, se dijo a sí mismo con orgullo.

De todos modos, no confundió su silencio con que estuviera cómoda con esta situación.
Sabía que le mostraría toda su ira más tarde, pero confiaba en sus métodos para calmarla y tranquilizarla. No podía esperar para aplicarlos.
“¡Nate! ¡Nate, espera!”, gritó Selena. Él había imaginado que sería persistente, incluso tan est*pida como para perseguirlo, pero no tenía la intención de responderle. Selena Samuel estaba muerta para él desde el momento en que la había atrapado engañándolo con su profesor de ballet hace muchos años.
No tenía nada más que decirle.
La única mujer que quería estaba justo en sus brazos y decidió que nunca la dejaría ir de nuevo.
“Nate, ¡espera! ¿Es ella la razón por la que cancelaste nuestra boda?”. El corazón de Leila dio un brinco al escuchar a Selena gritar furiosa detrás de ellos.

El hombre no respondió ninguna de sus preguntas y por fin abrió la puerta de su coche. Incluso apartó la mano de Selena de su brazo cuando trató de tocarlo.
La rubia se quedó atónita. Solo atinó a mirar boquiabierta cómo Nate colocaba a Leila con cuidado en el asiento del pasajero. ¡Ella era quien debía estar con él dentro de su coche, no esta mujer insignificante!
Nate la dejó sola en el aparcamiento. Había abandonado a la famosa Selena Samuel como si no fuera nada y se fue en su coche con otra mujer. Había elegido a Leila Swift sobre ella.
Le había dicho hace días que quería cancelar la boda, pero Selena no lo tomó en serio. Estaba segura de que, ¡si le daba una oportunidad, lo haría cambiar de parecer!

No obstante, todos sus planes se arruinaron. Quería arrancarse el cabello recogido en un perfecto moño en su cabeza. Estaba loca de ira mientras pensaba en qué haría ahora para recuperarlo.
“¿A dónde me llevas?”, Leila le preguntó a Nate con un puchero tan pronto como la subió al coche y encendió el motor. Luego presionó unos botones y los encerró dentro de su est*pido vehículo valorado en un millón de libras esterlinas. “¡Cómo si fuera a saltar del coche en movimiento!”, pensó de brazos cruzados mientras le lanzaba una mirada obstinada al hombre a su lado.
“¿Y bien?”, insistió porque él ni siquiera había volteado a mirarla. Nate presionó el acelerador a fondo y giró el volante a toda velocidad. No podía quitarse de la cabeza la imagen de Mark Bernard tocando lo que era suyo. Esa escena lo había enfurecido.
“¡Nate Hill, respóndeme! ¡¿A dónde me llevas?!”, Leila preguntó una vez más.
“A casa”. Nate usó toda su fuerza de voluntad para responderle con calma. No quería que se diera cuenta de lo enojado y celoso que se sentía.
“¿Qué casa?”.
“A nuestra casa”. Leila puso los ojos en blanco tras escuchar su respuesta.
“No existe algo como ‘nuestra casa’, Sr. Hill. Llevamos tres meses divorciados”. Sonaba como si lo estuviera regañando. “¿Está loco? Se divorció de mí y ahora pretende llevarme de regreso a nuestra casa… ¡Ni muerta es nuestra casa!”, Leila pensó, hirviendo de furia.
“¿Segura?”, preguntó Nate casi como si estuviera haciendo una broma. Leila estaba muy enojada con él y su comportamiento tan descontrolado. ¡Había actuado como si todavía estuvieran casados!
Lo vio estirar la mano y abrir la guantera del coche. Luego sacó una carpeta y la dejó caer sobre sus rodillas.
“¿Qué es esto?”, preguntó confundida, levantando los papeles de su regazo.
“¡Léelo!”, le ordenó Nate con la mirada fija en el tráfico frente a él.
Ella abrió la carpeta y comenzó a leer los documentos. Era el mismo acuerdo de divorcio que había firmado y le había dado a Mary, la trabajadora de Nate. Todo lucía bien, a excepción de algo, faltaba una firma.
Nate nunca lo había firmado. Esto quería decir que todavía estaban casados.
“¡Hijo de p*ta!”, gritó Leila, arrojándole los papeles. No podía creer las agallas de este hombre. Él fue quien le había pedido el divorcio y, al final, nunca firmó los papeles. Después, anunció su boda con Selena, aunque sabía que Leila todavía era su esposa.
Había jugado con ella una vez más y, al igual que antes, solo se quedó quieto, sin decir una sola palabra sobre el asunto. Solo seguía sonriendo como si no hubiera pasado nada ni hubiera hecho algo malo.
 
“¿Cómo pudiste? E-eres un… un… ¡Ah! ¡No tienes vergüenza!”. Leila lo fulminó con la mirada con los ojos entrecerrados y clavados en él como espadas. ¿Qué más podía decirle? No había palabras lo bastante feas como para describir la arrogancia de su esposo.
“¡Mi esposo…! ¡Madre mía! ¡Sigue siendo mi esposo!”. Leila entró en pánico y por fin se dio cuenta de la verdad.
Cuando Nate aparcó su coche frente a su chalé, ella no esperó a que abriera la puerta y escapó. No obstante, Nate fue más rápido y la alcanzó en cuestión de segundos. La cargó de nuevo en sus brazos y la llevó a la entrada.
“¡Bájame, imb*cil!”, gritó la chica, golpeando su espalda con sus manos, pero no pudo detenerlo.
“¡Shh! ¡Relájate, cariño!”, dijo Nate con un tono suave, como un esposo amoroso.
“¡No me digas cariño!”. Ella volvió a golpear su espalda y ahora su pecho. Sin embargo, no había nada más que pudiera hacer, así que dejó que la llevara a cuestas.
De repente, abrió los ojos de par en par cuando notó que la estaba llevando a la piscina.
“¿Qué estás haciendo?”, le preguntó a Nate cuando se detuvo frente al agua.
“Es tu castigo, cariño”, respondió con una sonrisa maliciosa.
Leila trató de soltarse de su agarre para huir de lo que sabía que vendría, pero fue inútil y demasiado tarde
Nate la arrojó a la piscina. La ropa de Leila estaba empapada y se sentía pesada. Bebió un trago de agua y tosió mientras se esforzaba por llegar a la superficie, pero no lo logró.
Lo maldijo en su mente y, acto seguido, Nate la arrastró a la superficie. Había saltado después de ella.
“¡¿Estás loco?! ¡¿Quieres matarme?!”, reclamó mientras tosía en la cara del hombre frente a ella. Ambos estaban de pie con el agua a la altura de sus cinturas. “¡¿Por qué siquiera pregunto?! ¡Claro que estás loco!”, siguió gritando.
Nate no la soltó y tiró de ella más cerca de él. Después, la cargó de nuevo.
La levantó sobre sus hombros y pasó sus manos por su cuerpo.
“¡Sí! ¡Quiero matarte! ¡Te lo mereces!”. Leila lo escuchó gritar. Luego sintió sus dedos debajo de su vestido y levantando su falda. A continuación, bajó sus bragas por sus piernas.
“¿Qué haces? ¡Detente!”, gritó, tratando de quitarse sus manos de encima, pero no podía detenerlo.
“¡Te atreviste a divorciarte de mí!”, exclamó Nate, desnudándola debajo de la cintura. Entonces le dio dos n*lgadas muy fuertes.
“¡Me diste los papeles del divorcio y los firmé! ¡¿Qué tiene de malo?!”. Leila volvió a gritar con el trasero adolorido.
De repente, Nate la bajó y la puso de pie en el agua.
“¿Yo te di los papeles del divorcio?”, preguntó con los ojos clavados en los de ella.
“Bueno, le pediste a Mary que me los diera. Ni siquiera te molestaste en decírmelo tú mismo. ¡Deja de fingir! ¿Qué? ¿Ahora perdiste la memoria? ¡Id*ota!”. Leila no podía dejar de gritarle. Por otro lado, él solo la miraba fijo, como si estuviera sumergido en sus pensamientos.
“¡Cámbiate! Tu ropa sigue donde la dejaste. Iremos a comer a la casa de mis padres”. Nate le dio un beso en la frente, salió de la piscina y se alejó a paso rápido.
Ella lo vio irse, enojada y confundida. Sabía que Nate se saldría con la suya y la obligaría a asistir a la cena.
Entonces, se envolvió con una toalla y se dirigió a la habitación de Nate como una chica obediente.
Los hombres de Nate llevaron a Mary a su estudio. Él estaba sentado en el sofá y, cuando la vio, arrojó el acuerdo de divorcio sobre la pequeña mesa de centro.
“¿Quién te dio esto?”, le preguntó a la mujer, quien comenzó a temblar de inmediato.
“La Srta. Swift, su exesposa”, respondió, pero Nate repitió la misma pregunta y agregó que era su última oportunidad para confesar. No obstante, Mary insistió en que había sido Leila.
“Odio a los mentirosos”, dijo Nate con un tono inexpresivo, pero a la vez amenazante. Esto asustó a la trabajadora y no pudo evitar caer de rodillas en el suelo bajo la mirada fría de su jefe.
“¡Lo siento mucho! Fue la Srta. Samuel. Me pagó para que les entregara los papeles del divorcio a usted y a su esposa”. Mary por fin confesó lo que Nate ya había adivinado. El hombre apretó los dientes con la ira hirviendo en sus ojos.
No era lo mismo sospechar que escucharlo de la boca de la persona que lo había hecho. Agitó la mano en el aire en dirección a sus hombres, que estaban de pie junto a la puerta. Mientras sacaban a rastras a Mary de la habitación, ella no dejaba de rogar por misericordia.
Sin embargo, no había ningún rastro de piedad en el corazón de Nate.