Leila sintió que el tiempo se detuvo cuando vio a Nate.
Retrocedió un paso al ver que su figura alta se levantó de repente. Sus largas piernas se movían poco a poco mientras caminaba con elegancia hacia ella. Sus miradas nunca se separaron. Las rodillas de Leila comenzaron a temblar y los músculos de sus piernas se debilitaron por todo el movimiento, pero sus pies estaban plantados en el suelo.
Sin embargo, el suelo debajo de ella parecía estar sacudiéndose.
Se quedó de pie paralizada, viendo a Nate acercarse a ella. Trató de respirar, pero no podía recuperar el aliento.
Había una tormenta eléctrica dentro de su pecho. Su corazón latía como un salvaje y solo empeoraba más con cada paso que él daba. Cuando por fin se detuvo frente a ella, los labios de Leila se secaron y le dolía la garganta.
Su cara estaba a solo un par de centímetros de la de ella.
“Se le cayó su cinta métrica, señorita”, dijo Nate con calma. Tenía miedo de que la llamara por nombre, pero no lo hizo. Él tampoco la había reconocido.
De todos modos, lo que dijo la sacó de su trance.
“¡Oh! Gra-gracias”, logró susurrar. Selena se dio la vuelta para ver lo que estaba sucediendo. Miró a Leila con desdén mientras se inclinaba para recoger la cinta métrica del suelo.
“Ya me voy, tengo una reunión dentro de media hora”. Nate sonó tan frío como siempre al hablar. Era como si hubiera lanzado las palabras al aire a todos o a nadie en particular.
“Sí, no hay problema, Nate. Nos vemos en la noche”. A pesar de su actitud, Selena respondió con mucha dulzura, como si le hubiera hablado solo a ella.
“Tal vez sí se lo dijo a ella”, pensó Leila.
Su sorpresa disminuyó y se sintió aliviada al darse cuenta de que él estaba a punto de irse, pero, mientras lo observaba darle la espalda y marcharse, sintió náuseas.
Su partida fue dolorosa para ella y casi la lastimó.
El cuerpo de Leila anhelaba el suyo, deseaba que se quedara a su lado. Se odiaba a sí misma por sentirse así. Casi sentía como si su cuerpo fuera adicto a su presencia. Su olor, su voz, todo de este hombre todavía podía confundir su mente con mucha facilidad.
“¡Debería darte vergüenza, Leila!”. Se regañó a sí misma y volvió en sí de nuevo.
Era hora de terminar de tomar las medidas de Selena, finalizar este m*ldito trabajo y largarse de este lugar.
Tiempo después, Nate estaba sentado en su oficina, revisando con calma los periódicos que Iván le acababa de traer. Apenas había pasado una hora desde que había regresado de esa m*ldita tienda en Bond Street.
Su mirada se posó en una foto que adornaba uno de los artículos de la sección de negocios.
“Iván”. Lo llamó justo cuando el joven se dio la vuelta para salir de la oficina.
“¿Sí?”.
“¡Quiero información sobre este hombre!”, ordenó mientras giraba el periódico y lo empujaba sobre su escritorio para que Iván pudiera ver la cara de la persona a la que se refería. “Quiero saber todo sobre él”, agregó.
Iván se inclinó para ver la imagen y el texto más de cerca. El artículo era sobre un desfile de modas que había tenido lugar en Francia hace unos días. El titular decía que una empresa llamada Fashion Muse había obtenido el primer lugar.
No obstante, había más de un hombre en la foto, cuatro en total.
“¿Cuál de ellos?”, preguntó Iván.
“El que está abrazando a Leila sobre los hombros”, respondió Nate con frialdad. Luego apartó la mirada hacia la pantalla de su ordenador.
“¡Vale!”. ¡M*erda! Iván no había notado que Leila estaba en la foto hasta que su jefe se lo dijo. ¡Qué tonto!
Nate actuaba como si la foto no le molestara en lo más mínimo, pero Iván sabía que, para su jefe, ver a otro hombre tocando a Leila era todo menos aceptable.
Después de que Iván salió de su oficina, lo primero que hizo Nate fue volver a mirar la foto.
Leila parecía feliz y sonreía como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. Lucía fantástica con su vestido negro corto. Nate pudo ver una pizca de orgullo asomándose con timidez en sus ojos color avellana.
Esperaba ser el único que lo hubiera notado. Se preguntaba si ese sujeto junto a ella la conocía tan bien como él.
El artículo no mencionaba el nombre del hombre, pero Nate supuso que era el jefe de Leila. Tras analizar la foto y ver cómo la miraba, se dio cuenta de algo.
No le parecía solo una mirada amable y amistosa. Ese tipo deseaba lo que le pertenecía, deseaba a Leila.
Nate quería arrancarle los ojos, y romperle los brazos y las piernas.
Observó la foto una vez más y sus ojos se entrecerraron, cambiando a un tono más oscuro. ¿Por qué Leila siempre estaba con un hombre diferente a su lado? Sam Binley, Louie Frederic y ahora, ¡este tipo!
“¡J*der!”. Cogió los periódicos de su escritorio, los aplastó con su mano y arrojó el montón a la papelera, pero no entró.
La última vez que la había visto, estaba con su exnovio, el tal Louie, en la terminal del aeropuerto. Nate había decidido dejarla ir porque pensaba que era su verdadero amor. Tras eso, su mente y sus acciones solo se concentraron en su trabajo para no pensar en ella y no echarla de menos.
Funcionaba durante el día más o menos, pero, cuando llegaba la noche, todo era en vano.
Mientras la oscuridad devoraba la luz a su alrededor, las imágenes, olores y sonidos de Leila lo consumían por completo. Nate no podía alejarlos de su mente, corazón y alma.
En un intento de hacer que se detuviera, comenzó a salir con chicas de nuevo.
Sin embargo, ninguna de ellas podía reemplazarla. No había llevado a ninguna a su cama porque no eran capaz de excitarlo como Leila. Trató de imaginarla cuando estaba con algunas de ellas, pero su imaginación no era tan poderosa.
Nate pensó que estaba condenado a la memoria de Leila para siempre y que no volvería a tener una er*cción nunca más en su vida.
Al menos hasta que se reencontró con ella en la tienda de vestidos de novia el día de hoy. Su enorme er*cción la saludó con orgullo.
Escuchar su voz fue más que suficiente y, cuando por fin la vio, enloqueció de deseo.
Su lujuria le ordenó que echara a todas las personas, cerrara la tienda con Leila y él dentro, e hiciera lo que quisiera con ella. Fantaseó con arrancarle la ropa y clavarla con fuerza contra la primera pared que viera o el sofá en el que había estado sentado.
“¡Pero ella fue la que pidió el divorcio!”. Esta idea le vino a la mente. Entonces, se controló a la perfección y actuó tan frío como siempre.
Estaba seguro de que Leila pensaba que no la había reconocido.
“¡Jefe! ¡Ya tengo la información que me pidió!”. Las palabras de Iván sacaron a Nate de sus pensamientos. Levantó la cabeza y lo miró a los ojos.
“¡Continúa!”, le ordenó, impaciente por escuchar lo que había descubierto sobre el hombre que salía en la foto con Leila. Esperaba que tuviera algún defecto o algo negativo sobre su forma de ser, cualquier cosa que hiciera que Leila se mantuviera lejos de él.
“Se llama Mark Bernard, tiene 36 años, es diseñador en jefe de Fashion Muse y jefe directo de Leila”. Iván se detuvo por un momento para tomar aire antes de seguir hablando. Nate había tenido razón al pensar que era su jefe.
“Fashion Muse lo contrató. Bueno, se podría decir que casi se lo robó a D&W Co. Le ofrecieron cinco veces el salario que tenía ahí. Es un talento único, muy respetado en los círculos comerciales de la moda. Ganó…”. Iván siguió balbuceando, pero no le dijo a Nate lo que más le interesaba escuchar.
“¿Está casado? ¿Comprometido? ¿En una relación?”. Su jefe lo interrumpió y fue al grano. Iván abrió los ojos como platos. “¡Por supuesto! ¡Eso es lo que quiere saber!”, pensó. Se sintió cómo un tonto de nuevo, pero era la primera vez que Nate le pedía que indagara sobre la vida privada de alguien, así que no le podía echar la culpa.
“Mmm, no está claro. No encontré esa información”, respondió mientras pensaba que debía haberse esforzado más para buscar esos datos en particular. Sin embargo, Mark Bernard parecía una persona muy reservada, por lo que no había mucha información disponible sobre su vida personal.
“Vale. ¡Ya puedes irte!”. Nate le hizo un gesto con la mano, actuando casi como si quisiera echarlo a patadas de su oficina, pero Iván se estaba guardando lo mejor para el final.
“Una cosa más. Jack Kim, el dueño de Fashion Muse, le envió una invitación para su fiesta de cumpleaños. Es este sábado en…”.
“Nunca asisto a fiestas de cumpleaños”, lo interrumpió Nate, sin entender por qué se lo estaba diciendo.
El joven suspiró con los ojos en blanco. “¿No me está prestando atención?”, se quejó para sus adentros.
“Lo sé”, le dijo entre dientes, irritado por su actitud obstinada. “¡Pero en esta fiesta de cumpleaños en particular, Leila estará presente!”. Iván casi gritó porque quería dejar grabado en el cerebro de Nate lo que acababa de decir.
Al parecer, sí funcionó. Su jefe lo miró y se recostó sobre su silla, frotando su nariz con el dedo.
“Vale, confirma mi asistencia”, dijo.
“¡Bien!”. Iván por fin pudo volver a su trabajo.