Capítulo 39
1568palabras
2022-10-02 00:02
Leila estaba revisando uno de los catálogos de sus proveedores en busca de los botones perfectos para una chaqueta negra. Los quería un poco recubiertos de plata o al menos con una pizca de brillo plateado.
Sin embargo, no tuvo suerte porque parecía que esta temporada solo estaban disponibles los de oro.
“¡Nada de plata!”. Leila suspiró desesperada, pero los botones y todo lo relacionado con la moda eran lo último en lo que pensaba en este momento. Solo podía pensar en cómo evitar el viaje de negocios. Tenía miedo de regresar a Londres, pero no quería admitir qué o quién era la causa de su miedo.

“¡Elige los que te gusten de oro y le pediré al fabricante que los haga en plata para nosotros! ¡Ahora ve y prepárate un café! ¡Lo necesitas después de haber estado mirando todos esos botones!”, le ordenó Mark con una mirada suave y una sonrisa.
Era el mejor jefe para el que había tenido el honor de trabajar y uno de los mejores hombres que había conocido en su vida.
Entonces, Leila revisó todos los botones de nuevo y colocó los que prefería sobre el escritorio de Mark.
“¡Buena elección! Bueno, no es que dudara de tu buen gusto”. Él elogió su selección y añadió: “Saldremos más temprano hoy, alrededor de las dos de la tarde, para que podamos regresar a casa y empacar lo que necesitemos para nuestro viaje a Londres”. A Leila no le agradó lo que Mark le acababa de decir.
Cuando María, la otra asistente de Mark, entró en su oficina, Leila tuvo una idea. Esperó a que la chica se fuera porque no sería profesional de su parte decirla frente a ella.
 

“¿Por qué no me quedo en París y vas con María? ¡Ella nunca ha estado en Londres!”, sugirió emocionada. Pensaba que no había ningún motivo para que Mark la llevara a ella y no a la otra chica.
María trabajaba tan duro como Leila y sus puestos de trabajo eran similares. Además, ya le había dicho a Mark que no se sentía cómoda regresando a Londres, justificándose con que amaba estar en París.
“Sí lo pensé, Leila. Dime, ¿no quieres ir conmigo?”. Mark sonrió. Era obvio que estaba coqueteando con ella de nuevo. Luego dijo con una expresión seria: “Sé que no te gusta Londres, pero María no puede ir porque su hermana y su familia vendrán de visita de Bulgaria. Lo siento, pero tendrás que ir”.
Leila no se sentía tranquila con la idea de regresar a Londres, pero parecía que no tenía otra opción. Mark tenía razón, era hora de tomar ese café que tanto necesitaba porque no podía quitarse de la cabeza esos botones de todas las formas y colores posibles.

Cuando entró en la pequeña cocina de su piso, vio que dos colegas de otro departamento ya estaban dentro, agregando leche y azúcar a sus tazas de café. Estaban cotilleando y, aunque a Leila nunca le gustaron los chismes, no pudo evitar escucharlas.
Estaban hablando de su exesposo, Nate Hill.
“¡¿Cómo es posible que no conozcas a ese multimillonario tan guapo?!”, le preguntó una de las chicas a la otra. Parecía sorprendida de que su amiga nunca hubiera oído hablar de Nate.
“¿Y quién es ella?”, preguntó la segunda.
“Selena Samuel, la bailarina famosa. No me digas que tampoco has oído hablar de ella. ¡Será la boda del año!”.
Nate, Selena y una boda… Leila juntó todas las piezas en su cabeza.
La noticia la tomó desprevenida. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos al conocer la amarga realidad. Apartó la mirada para que las otras chicas no pudieran verla y tanteó con sus manos alrededor de la cafetera.
“Nate se casará con Selena… ¡Solo tres meses después de habernos divorciado!”. El corazón de Leila dio un vuelco.
Esta vez, a diferencia de cuando se iba a casar con ella, Nate había hablado al respecto ante todos los medios de comunicación. Lo había anunciado mucho antes del día de la boda.
Leila se dio cuenta de que había una gran diferencia entre casarse con una esposa falsa y casarse con su verdadero amor.
Lo único que podía hacer ahora era seguir adelante y se prometió a sí misma que por fin lo haría. ¡Iría a Londres sin preocuparse por ese imb*cil! Mark incluso mencionó que podría obtener un ascenso después de este viaje de negocios y que debería verlo como una oportunidad única.
¡La aprovecharía y también conocería mejor a Mark!
La cafetera hizo un sonido, indicando que su café estaba listo y ella tomó la taza.
“¡Ay!”. Volvió en sí al sentir el líquido caliente derramándose sobre su mano y quemando su piel.
“Todo es por culpa de ese id*ota”, pensó.
Ya había oscurecido cuando el avión de Mark y Leila aterrizó en Londres.
Luego pidieron un taxi para que los llevara al hotel. Después de comer, se dirigieron a sus respectivas habitaciones. El día siguiente sería su primer día de trabajo en la sucursal de Londres de Fashion Muse Corp. Sus habitaciones estaban en el mismo piso, una frente a la otra. Mark solo le dio un pequeño beso de despedida en la mejilla y le deseó buenas noches.
Leila pensó que fue un gesto muy dulce. Esto la hizo darse cuenta de que debía esforzarse para tratar de encariñarse más con él…
“Leila, hoy trabajarás con el Sr. Brown. Estaré ocupado con capacitaciones y reuniones durante los primeros días, así que tal vez no nos veamos mucho”, le informó Mark por la mañana antes de mostrarle el lugar donde trabajaría y presentarle a Robert Brown.
Era un hombre de mediana edad con una barba de perilla, y un par de ojos marrones, pequeños y estrechos.
Robert comenzó a darle órdenes a Leila en cuanto Mark se fue. Le pidió que le preparara un café, le trajera el almuerzo e imprimiera algunos documentos. Estas tareas no eran parte de su trabajo, pero no se quejó porque solo era la asistente y quería encajar en su nuevo entorno laboral.
 
“¡Oye, chica nueva!”. Robert ni siquiera recordaba su nombre y ya la estaba irritando.
“¿Sí, Sr. Brown?”. Leila acababa de regresar de su hora de almuerzo. Le había dicho su nombre al menos unas veinte veces este día, pero esta vez prefirió no hacerlo.
“Ve a nuestra tienda en Bond Street. Tienes que estar ahí a las dos y treinta. Una de nuestras clientas VIP necesita que le hagan unos ajustes en su vestido de novia. Parece que le queda un poco grande”, le ordenó el Sr. Brown, sin molestarse en decir por favor.
Leila pidió un taxi que ella misma pagó y, después de unos veinticinco minutos, llegó a Bond Street y entró en la tienda de su empresa. Primero, notó un hermoso vestido de novia colgado en un perchero frente a ella.
Sin embargo, cuando giró a la izquierda, vio a una rubia que le resultó familiar y quiso salir corriendo de inmediato.
Entró en pánico, sorprendida de ver a Selena sentada en el sofá de la tienda.
¡M*erda! ¡Selena era la cliente VIP que le habían mencionado!
“¡Tendré que ayudar a la futura novia de Nate con su vestido de novia!”. De repente, Leila se sintió humillada y triste, y quiso romper en llanto.
Sacó una máscara facial y una bufanda de su bolso. Se sentía afortunada de tener estos artículos a la mano. Envolvió su cabello con la bufanda y se puso la máscara sobre la boca, nariz y barbilla. Así Selena no la reconocería.
“Srta. Samuel, le presento a nuestra diseñadora, Le…”, la vendedora de la tienda comenzó a presentarle a Leila, pero ella tosió de un momento a otro y la detuvo.
“Lo siento, Srta. Samuel, tengo un resfriado, así que tendré que usar esto”, explicó, señalando la máscara en su cara.
“Vale, solo comienza”, dijo Selena impaciente con los ojos en blanco. Le echó un vistazo rápido a Leila y se tapó la nariz porque tenía miedo de que la contagiara.
Leila se sentía afortunada de que Selena no hubiera reconocido su voz. Entonces sacó la cinta métrica que siempre llevaba consigo y le pidió con amabilidad a la prometida de Nate que se pusiera de pie para tomar sus medidas.
No había notado al hombre sentado en el otro sofá en la esquina. Estaba frente a Selena, mirando la espalda de la diseñadora.
Leila primero midió su pecho, luego su cintura y sus caderas, evitando en todo momento mirarla a los ojos. Luego midió la altura de su torso y la longitud de sus brazos mientras anotaba los números. También necesitaba saber el ancho de sus hombros, por lo que se situó detrás de Selena.
Cuando levantó la cabeza, su mirada se encontró con un par de ojos color esmeralda.
Estos ojos se clavaron en sus iris con fuerza, como si quisieran perforar dentro de ella para entrar y ver lo que escondía dentro de su alma. Sintió unos escalofríos subiendo y bajando a lo largo de su columna. Después, se congeló atónita.
Todos sus vellos se erizaron y el sudor frío cubrió cada milímetro de su piel.
Su mente se quedó en blanco con los ojos pegados a los de él. Sin importar qué, Leila no podía apartar la mirada del b*stardo frente a ella.
Nate Hill, el mismo diablo en persona estaba sentado en la misma habitación que ella.