Un perfecto día caluroso y soleado acababa de alejarse en el horizonte, dando paso a una noche estrellada, pero todavía bastante cálida.
Habían pasado tres largos meses desde que Leila se había ido de Londres. Había cambiado sus calles mojadas por la lluvia y ese clima turbio por París, la ciudad que adoraba.
Era verano y le encantaba pasar las largas noches de esta estación en su ciudad al aire libre.
Estaría envuelta en una completa felicidad si no fuera por todos esos recuerdos de Londres que la habían perseguido incluso hasta aquí.
“¡Oh! ¡Iremos al Café de Flore!”, exclamó Leila mientras seguía a Mark Bernard dentro de este lugar tan famoso. Era una de las cafeterías más antiguas de la ciudad y estaba entrelazada con la larga historia de París.
Ella por fin había aceptado salir a comer con Mark. Le había comentado que no tenía mucha hambre y parecía que él había elegido el lugar perfecto. Leila estaba ansiosa por probar su Quiche Lorraine.
No era ninguna tonta, sabía muy bien que a él le gustaba y estaba cortejándola a la antigua. Leila decidió que era hora de dejar que él intentara usar su magia con ella porque deseaba olvidar todo sobre ese id*ota arrogante de Nate Hill.
“¿Has venido aquí antes?”, él le preguntó justo después de que ordenaron su comida. Mark Bernard era el diseñador en jefe de la empresa para la que Leila trabajaba, Fashion Muse. Trabajaban juntos, y compartían la misma oficina y el estudio de diseño día tras día.
Leila había sido su mano derecha y lo había ayudado a terminar un gran proyecto para un desfile de modas. Habían pasado muchas tardes y noches juntos haciendo ese trabajo.
Mark había obtenido el primer lugar en el desfile hace solo dos días, lo que aumentó el precio de las acciones de su empresa y agregó algo de elegancia a su marca.
Por lo tanto, cuando la invitó a cenar para celebrar la victoria, ella no pudo negarse.
“No, ¿y tú?”, respondió Leila con otra pregunta. Sabía que esto era más que una comida de negocios para Mark. Estaba segura de que él lo consideraba una cita. Lo apreciaba, pero ¿sería suficiente el hecho de que solo lo respetaba para poder sentir algo más por él algún día? Leila tenía esta duda porque sentía que él podría decirle o pedirle algo más íntimo.
“He venido dos veces, pero no con una compañía tan hermosa y agradable”. Leila levantó la mirada de su plato, y se encontró con sus ojos cálidos, oscuros y sonrientes. Era todo lo que cualquier mujer podría desear en un hombre, guapo, talentoso, trabajador y en una buena posición. Además, era muy tranquilo y confiado, sin ningún rastro de arrogancia.
“¡Gracias, Mark! Eres demasiado amable conmigo”, respondió con cortesía. Pensó que él actuaría diferente porque acababa de comenzar a coquetear con ella, pero se las arregló para mantenerse calmado, amigable y semiprofesional.
De repente, Leila recordó a Louie y cómo le había coqueteado.
La había llamado cinco días después de que había llegado a París. Era un mujeriego más, como su exesposo. Solo que no sentía química con él como la que había sentido con ese imb*cil. Rechazó los intentos de Louie y se dio cuenta de que no era el hombre adecuado para ella.
Por otro lado, Mark era diferente. Él era sincero. Le estaba ofreciendo todo de sí mismo a Leila y se esforzaba para llamar su atención.
“Hablo en serio, Leila. El tiempo pasa rápido. Como verás, ya tengo 36 años. Es normal que quiera casarme y tener hijos. ¿Por qué no damos un paso más en nuestra relación? De verdad me gustas”. La expresión de Mark iba de acuerdo con la seriedad de sus palabras. Su voz sonaba baja y seria, pero todavía cálida.
No estaba bromeando y Leila sabía que no podía responderle a la ligera. Se dio cuenta de que necesitaba ser sincera con él. Entonces tomó un largo y lento sorbo de su vino.
“No lo sé, Mark. Me acabo de divorciar hace tres meses. Puedo ver que eres un buen hombre. Me agradas y te respeto. No diré que no, pero todavía no puedo aceptar, al menos no por ahora. Lo siento”, explicó Leila en voz baja después de arreglárselas para no entrar en pánico. Ambos eran adultos y Mark ya sabía de su matrimonio anterior. Él parecía alguien muy confiable, así que Leila se lo había contado un día durante la hora del almuerzo. Nunca se arrepintió de haberlo hecho.
Ella sentía que era el momento de seguir adelante con su vida. Debía olvidar a Nate y todos esos sentimientos que tenía por él.
“Entiendo. Podemos ir con calma y conocernos mejor. ¿Quién sabe qué podría suceder?”, dijo con una sonrisa.
Valía la pena darle una oportunidad. ¿Por qué no? Leila decidió que lo conocería mejor y vería si llegaba a desarrollar algún sentimiento por él. Se lo merecía por ser cómo era.
“Tal vez Mark es el hombre correcto”, pensó Leila.
La cena salió bastante bien. Mark era una compañía agradable y Leila disfrutó mucho de este momento. El Café de Flore no era famoso por nada. Su sopa de cebolla era espectacular y su quiche era delicioso. Además, su tarta de manzana con un poco de crema encima era la mejor que había probado.
¡Nadie podía decir que no tenía hambre en París!
Pasearon por el barrio latino durante un rato, observando a los transeúntes y escuchando todo el alboroto en las animadas calles. Mark le compró un gran ramo de rosas rojas, veinticinco flores para ser exactos.
“Mmm... Vaya, qué bien huele. ¡Gracias, Mark!”. Sonrió cuando sintió el aroma de las flores.
Era casi medianoche cuando la trajo a casa. Luego esperó a que ella entrara en su edificio antes de irse. ¡Era muy caballeroso!
Esta cálida noche de verano fue la primera noche desde que había llegado a París en la que Leila por fin no tuvo ningún problema para conciliar el sueño.
Sin embargo, escuchó una voz ronca llamándola “cariño” y vio sus ojos esmeralda mirándola con una lujuria familiar. De repente, un fuerte par de manos llenas de venas reclamaron su cuerpo. La sujetó con fuerza y tiró de ella tan cerca de él que ni siquiera podía respirar. Sus labios con aroma a menta conquistaron las comisuras color rubí de Leila y forzó su lengua sobre la de ella en una persecución imparable.
Mientras seguía soñando, sintió que se ahogaba y que ardía al mismo tiempo. El sudor frío ya la había cubierto por completo.
“¡Vete a la m*erda, Nate Hill!”. Lo maldijo en voz alta cuando por fin despertó. Tuvo que cambiarse de pijama al ver que estaba empapado.
Habían pasado varias noches desde que se había mudado a París, pero no podía dejar de pensar en ese b*stardo. Se preguntaba si él la extrañaba, si pensaba en ella, o si ya estaba con Selena y era feliz sin mirar atrás. Tal vez no habían terminado juntos y llevaba una mujer diferente a su cama cada dos noches.
Leila no sabía nada sobre él y evitaba leer al respecto en las redes sociales a propósito. Creía que, cuanto menos supiera, sería mejor.
Esperaba que las cosas fueran diferentes después de comer con Mark. Tal vez por fin olvidaría a Nate, y él abandonaría su mente y su corazón para siempre. Sin embargo, parecía que no había sido suficiente para alejarlo de su cabeza.
Él nunca se fue de su mente o quizás ella no lo dejaba irse.
Fuera lo que fuera, odiaba esta sensación. Se habían divorciado y no se volverían a ver. Ya no tenían nada que ver el uno con el otro.
Debía encontrar una manera de dejar de pensar en él.
“¡Ese imb*cil no quiere dejar de torturarme!”, gritó enojada con sus sueños, recuerdos y emociones turbulentas.
¡Mark Bernard! Él la haría olvidar toda esta m*erda de Nate. “Mark podrá hacerlo”, se aseguró Leila a sí misma mientras se preparaba una taza de café fuerte. Al fin y al cabo, tenía que ir a trabajar en media hora.
Se acostaría más temprano esta noche para poder recuperar el sueño.
No obstante, cuando llegó a la oficina, la estaba esperando la sorpresa más desagradable.
“Iremos a la oficina central durante un mes. Ocurrió un problema en el que solo nosotros dos podemos ayudar. Dos de nuestros diseñadores más experimentados resultaron heridos en un accidente de coche”, le informó Mark.
“¿Qué? Pero ¿están bien?”, preguntó Leila preocupada.
“Estarán bien, pero les darán permiso por enfermedad durante mucho tiempo, así que tenemos que entrenar a sus reemplazos. El avión sale mañana a las cinco y media de la tarde. Prepárate para ir a Londres, Leila”, añadió su jefe, y ella se quedó helada al volver a escuchar de Londres.
“¡Madre mía! ¡Cualquier lugar menos Londres!”, gritó para sus adentros.