Capítulo 36
1593palabras
2022-09-30 14:38
Selena se recostó muy cómoda sobre el respaldo del sofá de cuero blanco mientras esperaba con paciencia a que terminara la reunión que había comenzado dos horas atrás.
Volvió a cruzar sus piernas largas y miró con curiosidad alrededor del vestíbulo de las oficinas del grupo Welox. Era moderno y minimalista, pero bonito. Era de color blanco y azul marino, y todo tenía líneas limpias.
Los muebles parecían caros.

“Disculpa, ¿me puedes traer un café? ¡Negro, sin leche ni azúcar! ¡Y que sea doble!”, dijo en un tono de mando a la asistente de Rose porque no quería que Nate la viera bostezar.
Rose Luke era la dueña y directora general de esta empresa reconocida en todo el mundo, y también su amiga. Se habían conocido en una fiesta en Moscú hace años, justo después de la primera presentación de ballet de Selena en el teatro Bolshoi y de que Rose acabara de cerrar un trato comercial con Oleg.
Oleg era un oligarca petrolero ruso. No era muy guapo, pero sí rico y Selena lo conocía muy bien.
Suspiró, pensando en él y en cómo se había negado a casarse con ella al final. Por suerte, Nate era más guapo y más rico. Al recordar esto, no pudo evitar felicitarse a sí misma en su cabeza.
Aunque era primavera en Suecia, hacía frío e incluso había nevado un poco en Uppsala en la mañana. A pesar de esto, ella estaba de muy buen humor.
Su amistad con Rose había sido la excusa perfecta para venir. Nate todavía fingía que no le interesaba, pero ella pensaba que era todo lo contrario.

Creía en sí misma y estaba segura de que era solo cuestión de tiempo antes de que reclamara a Nate Hill como suyo. “Todavía me ama”, pensó. Con esto en mente, hizo una reserva en un restaurante y planeó todo para esta noche.
Su plan estaba funcionando a la perfección como un reloj suizo.
“¡Esta será mi gran noche!”, gritó para sus adentros.
“¡Nate!”. La chica se apresuró a seguirlo al verlo salir del ascensor y lo alcanzó de inmediato.

“No tengo tiempo”, él respondió con pocas palabras y ni siquiera la miró. Tan solo siguió con su camino hacia la salida.
“¡Pero tienes que comer algo! ¡Nate! ¡No puedes ir a todas esas reuniones por la tarde con el estómago vacío!”. Selena no se dio por vencida y trató de sonar preocupada.
“Comeré en Londres”, comentó el hombre con impaciencia ya en la salida.
“Pero tu vuelo de regreso no saldrá hasta mañana”. Soltó una risita porque pensó que había confundido sus fechas por todas las responsabilidades que tenía.
“Lo adelanté”, Nate siguió caminando sin mirarla y la dejó atrás. Selena se quedó inmóvil, observándolo boquiabierta mientras cruzaba por la calle. Se sentía abrumada por la oleada de ira que la inundó.
Cuando el vuelo de Nate aterrizó en Londres, corrió a través del aeropuerto en dirección a la salida. “Al menos el aeropuerto de Gatwick es más pequeño que el de Heathrow”, pensó agradecido.
Al fin y al cabo, no quería perder ni un segundo más. Su viaje de negocios por dos días a Suecia era inevitable y necesario, pero nunca había dejado de pensar en Leila ni una sola vez.
 
Mientras se congelaba en Uppsala, no había podido dejar de imaginar su hermoso rostro, sus dulces labios color rubí y sus deslumbrantes ojos verde avellana. No podía olvidar el dolor que había visto en ellos esa noche que le hizo creer que estaba con Selena y la dejó sola en su habitación.
Nunca le había molestado lastimar a otras personas y mucho menos herir sus sentimientos. Nate pensó que sería igual con Leila y que no le importaría ella ni lo que sentía.
No obstante, estaba equivocado. ¡Demasiado equivocado!
“¡Madre mía!”. Comenzó a sentirse nervioso mientras intentaba dormir en una habitación de invitados después de su pelea. Esta terrible sensación se había extendido incluso durante todo su viaje de negocios en Suecia. No solo lo había perseguido hasta otro país, sino que también se había vuelto más fuerte y lo atormentaba.
Por este motivo, Nate acortó su viaje a solo un día. Estaba ansioso por ver a Leila, tomarla entre sus brazos y no soltarla por mucho tiempo. Quería guardarla en su bolsillo todo el día y todos los días de ser posible. ¡Así podría tocarla, abrazarla y besarla en cualquier momento, y en cualquier lugar!
¡M*erda! ¡No debería sentirse así!
“¡Leila!”. Nate la llamó al mismo tiempo que abría la puerta principal de su chalé. Esperaba encontrarla en el primer piso. Como ya era casi la hora de la cena, pensó que estaría preparando algo de comer.
Sin embargo, no respondió.
“¡Leila!”, gritó de nuevo, pero todo seguía en silencio. Entonces, caminó hacia la cocina, el comedor y la sala de estar, buscando a su esposa. Se quitó la chaqueta y colocó su maletín en la mesa de centro.
Necesitaba un café, así que preparó uno y lo dejó para que enfriara un poco.
Todas las luces estaban apagadas. Pensó que tal vez ella estaba bañándose arriba. Como no la encontró ni en su habitación ni en el baño, bajó las escaleras y sacó su móvil para llamarla.
De repente, escuchó una puerta abrirse en el primer piso y se encendieron las luces de la cocina. ¿Dónde había estado?
“¡Leila!”. Nate esperaba reencontrarse con ella y una repentina sonrisa apareció en su rostro emocionado. Estaba seguro de que era su esposa y se sentía más que feliz de por fin volver a verla.
“¡Sr. Hill! Soy yo, Mary”. Una de sus trabajadoras apareció frente a él. “Lo siento, no lo oí entrar porque estaba en la lavandería”, se disculpó.
“¿Dónde está mi esposa, Mary?”, le preguntó a la mujer.
“No sé a dónde fue, pero me dijo que le entregara esto cuando regresara a casa”, respondió. Nate cogió su café del mostrador de la cocina y la siguió a la sala de estar. Ella abrió un cajón de un estante y sacó una carpeta del interior.
Él la tomó y, cuando Mary se fue, se sentó detrás de la mesa de la cocina para abrirla.
¡Era un m*ldito acuerdo de divorcio firmado por Leila!
La furia se apoderó de su mirada mientras leía las letras y frases. Apretó la taza de café tan fuerte que se hizo añicos en su mano. La sangre comenzó a escurrir por su palma hasta gotear por sus dedos.
“¡Leila Swift! ¡¿Cómo te atreves a divorciarte de mí?!”. Nate apretó los dientes y comenzó a caminar por todo el primer piso de su chalé. Las palabras de Leila resonaban en su mente.
“¡Quiero volver a París…!”.
“¡Odio Londres…!”.
“¡No soy feliz aquí…!”.
“¡No amo a Nate Hill…!”.
El hombre cerró sus pesados ojos mientras inhalaba, y exhalaba una y otra vez. Sabía que pronto le comenzaría a doler la cabeza.
“¡Ella no es nadie! ¡Me importa una m*erda!”, exclamó y arrojó los restos de su taza de café contra el piso de madera.
Al día siguiente, Iván terminó el informe que Nate le había ordenado que preparara. Como siempre, no llamó a su puerta y entró en la oficina con completa libertad. Sin embargo, su jefe no levantó la vista y fingió que no lo había visto ingresar.
“O tal vez no me vio de verdad”, pensó Ivan.
Su jefe era un dolor de cabeza para él porque había llegado a trabajar un poco más temprano de lo habitual. Su cabello estaba hecho un desastre y lucía nervioso, como si no hubiera dormido mucho la noche anterior.
No obstante, Iván no estaba sorprendido en lo absoluto porque sabía lo que le había sucedido e incluso le quería decir algo al respecto. Se quedó en silencio frente al escritorio de Nate, abriendo y cerrando la boca como si fuera un m*ldito pez.
Entonces tosió.
“¡¿Qué?!”, gritó Nate. ¡Estaba furioso!
“Mmm”. Iván se dio ánimos a sí mismo antes de hablar. “El vuelo FR345 de la aerolínea Air France de Londres a París saldrá del aeropuerto de Heathrow en la terminal tres hoy a las tres de la tarde y cincuenta minutos… Leila estará en ese avión”. Exhaló después de terminar de decir todo de una sola vez.
No fue fácil decir una oración tan larga.
Observó a Nate, que tan solo estaba quieto en su silla con la mirada fija en la pantalla sobre su escritorio. Su rostro no mostraba emoción alguna. Ivan esperó un rato para ver si su jefe decía algo, pero al ver que no pronunció ninguna palabra, salió de la oficina.
 
Justo cuando se dejó caer en su silla, la puerta de la oficina de Nate se abrió con un fuerte golpe.
¡J*der! ¡Nunca lo había visto así!
Al ver que su jefe caminaba directo al ascensor, Ivan se despidió con una mano. 
La puerta del ascensor se abrió, el hombre entró y se dio la vuelta, gritando en el último momento: “¡Cancela mi última reunión del día!”.
“¡No hay problema, jefe!”, gritó Iván a las puertas del ascensor que ya se estaban cerrando. Sacudió la cabeza con una sonrisa porque sabía a dónde se dirigía Nate.
“¿De verdad un matrimonio puede cambiar a un hombre?”, se preguntó mientras soltaba una pequeña sonrisa para sí mismo.
Sabía que algo había cambiado en su jefe en el momento en que había conocido a Leila. ¡Nate Hill, el mujeriego pervertido, había dejado de acostarse con cualquier chica!
De repente, Alice apareció en su mente y no pudo evitar mostrar una sonrisa más amplia.