Nate se quedó inmóvil sin saber qué hacer. Leila acababa de decirle que lo amaba, pero ¿por qué? ¿Desde cuándo? Ni siquiera la trataba bien, solo se había casado con ella por sus propios motivos egoístas.
¡Madre mía!
A decir verdad, a él le gustaba. Disfrutaba sobre todo su figura curvilínea y mirar su linda cara. Eran compatibles en la cama y el s*xo era genial, pero ¿amarse? No estaba enamorado de ella.
Era imposible que Nate Hill se enamorara de nuevo y que respondiera con las mismas palabras. Sin embargo, su corazón se derritió al escucharlas. Le fascinó lo que le acababa de decirle y quería más.
“¡Eres la única que me ama! Te amo, Alice…”, murmuró Leila, lo que dejó atónito a Nate de nuevo. Si haber escuchado que lo amaba había sido una grata sorpresa, esto tenía el efecto contrario en él.
Se dio cuenta de que solo lo había confundido con su mejor amiga, Alice.
“Yo soy Nate”, dijo entre dientes.
“¡¿Nate Hill?!”. Leila hizo una mueca de desprecio y tocó el pecho del hombre detrás de ella con la palma de su mano. “¡Ay, Alice!”, gritó. “¿No te dije que Nate es un cerdo y un imbécil? ¡Ese hijo de p*ta comprará mi empresa y me dejará sin trabajo!”.
“¡Ya no hables! ¡Solo duerme!”. Al darse cuenta de que no podía razonar con ella en este estado, la empujó sobre la cama con cuidado. No obstante, Leila luchó por levantarse.
Entonces, él se acostó a su lado y la abrazó fuerte para que no se moviera. Después, la giró hacia él y enterró la cabeza de la chica en su pecho. Nunca había sido el tipo de hombre que le gustaba acurrucarse con ninguna mujer, pero todo parecía ser diferente con Leila. Disfrutaba estar así de cómodo con ella.
“Quiero volver a París”, murmuró ella de repente con una pequeña sonrisa en su rostro.
“¡No puedes!”. La abrazó más fuerte al escuchar esto. Su voz se mantuvo áspera e inflexible, lo que hizo que Leila se volviera agresiva de un momento a otro.
“¿Por qué no? Alice, ¡odio Londres! ¡No soy feliz aquí!”. Hizo un puchero y gritó.
“¡Que no soy Alice! ¡Soy Nate!”, dijo en voz alta. No se había dado cuenta de que ella todavía no lo había reconocido.
“¡Ay! ¡Eres el id*ota de Nate!”. Apartó la cara de su pecho y lo miró furiosa.
“¡Soy tu esposo!”, exclamó Nate enojado por el modo en que lo había llamado. Sabía que estaba borracha, pero también lo insultaba todo el tiempo cuando estaba sobria.
“¡Pero tú no me amas! ¡A ti solo te gusta f*llarme!”. Leila volvió a gritar. Estas palabras dejaron estupefacto a Nate. La miró por un momento, analizando su cara borracha. Le parecía tan linda que no pudo resistirse ante ella.
“Tienes razón, me gusta f*llarte”, respondió mientras la miraba a los ojos y bajó su cabeza en busca de sus labios. Leila se rio al sentir sus labios rozando la comisura de su boca.
Cuando Nate la sujetó de la cabeza con ambas manos para acercarla a él, cerró los ojos. Sus lenguas se entrelazaron entre ellas, al igual que sus dedos, y sus bocas se fundieron en un beso profundo.
Él levantó el camisón de Leila poco a poco a medida que deslizaba sus dedos por sus piernas, acariciando sus lados, muslos y senos. Luego arrojó el fino y transparente camisón al suelo mientras no dejaba de besar cada centímetro de su cuerpo.
Su piel suave se estremeció y su cuerpo comenzó a temblar. Dentro de su boca, la lengua de su esposo la excitaba más y más.
A diferencia de otras ocasiones, los besos y caricias de Nate eran suaves. Nunca antes había sido tan cuidadoso con nadie. Era como si tuviera miedo de romper a la frágil Leila entre sus brazos.
“No usaría la palabra ‘f*llar’ para describir esto”, pensó Nate, moviéndose en su interior con suavidad y lentitud. Supuso que esto debía ser lo que la gente llamaba hacer el amor. Solo pensaba en el placer de la mujer frente a él, no en el suyo.
Mientras hacían el amor, Nate se dio cuenta de que era la primera vez que estaba pensando con claridad.
Leila no podía seguir soportando que vaya tan lento. Toda está dulzura la estaba enloqueciendo.
El alcohol le dio más agallas y la animó a tomar la iniciativa. Entonces, se colocó sobre Nate para tratar de controlarlo, a lo que él sonrió con una expresión de satisfacción. Lucía muy linda e incluso más sensual.
Leila arqueó la espalda, saltando sobre él como una bestia salvaje y haciendo que entrara más profundo en su interior.
Nate no pudo evitar devorar sus pechos mientras pellizcaba sus p*zones. Ella gimió y gritó su nombre.
Él quería recuperar el control y domar a esta bestia salvaje. Le dio la vuelta y la inmovilizó bajo su poderoso cuerpo. Después, empujó más profundo, y más rápido una y otra vez para darle lo que ella tanto deseaba.
“Tienes prohibido dejarme, Leila”, dijo entre gemidos en su oído al final.
Mientras tanto, Iván cargó a Alice todavía borracha hacia la cama de la chica. Planeaba quedarse a su lado solo hasta que se durmiera porque no podía darse el lujo de cometer otro error con ella.
Como era de esperarse, Nate ya se había llevado a su esposa a su chalé.
“¡¿Ya te vas, Iván?!”, gritó la chica cuando sintió que aflojó su agarre sobre ella. Estaba acariciando sus pectorales con una actitud provocativa y luego sus abdominales.
“Quédate conmigo”. Lo miró y se quitó las sábanas de encima, lo que provocó que sus pechos rebotaran debajo de su camiseta justo frente a los ojos hambrientos de este hombre.
Iván la deseaba y mucho, pero debía irse porque no podía darle todo lo que ella merecía.
Sin embargo, Alice tiró de él y no dejó que se fuera. “¡Te prometo que no te dolerá!”.
Hizo un puchero mientras se relamía sus labios dulces y revoloteó sus largas pestañas para luego sonreír. Era lo más dulce que él jamás había presenciado en su vida. Esta m*ldita chica siempre había sabido cómo provocar su cuerpo y su mente como si fuera magia…
En la mañana siguiente, Alice despertó y recordó los eventos de la noche anterior. Iván estaba a su lado en su cama todavía durmiendo.
Ella cerró los ojos, mordiéndose el labio inferior. Habían vuelto a tener s*xo, dos veces. Ella fue quien había comenzado y, una vez más, había estado borracha. “Si ayer me atreví a tanto, ¿por qué no seguimos con esto? Parece que funcionará”. Alice se rio por dentro.
“¡Iván!”. Le dio un pequeño golpe con el codo en las costillas.
“¡¿Sí?!”. Notó que tenía el sueño ligero porque no le costó mucho despertarlo.
“¿Te gustan los niños?”. Dijo con cautela porque sabía que su pregunta lo tomaría por sorpresa y lo dejaría estupefacto.
“Mmm…”. Ivan se sumergió en sus pensamientos. No estaba seguro de si podría lidiar con el hecho de ser padre.
Los niños eran una gran responsabilidad. Por supuesto que quería tener hijos, pero ¿era alguien adecuado para tener uno? Sabía que no podía ofrecerle un futuro brillante y feliz a Alice, como el que ella esperaba y merecía.
Al darse cuenta de que Iván estaba dudando, Alice se deshizo de su miedo y se preparó para lo que diría a continuación.
“Me gustan los niños y quiero tener una familia... Contigo”. Bajó la voz al pronunciar la última palabra. Quería que Ivan la tomara en serio a ella y a su relación.
Se quedó esperando ansiosa a su respuesta.
“¿Quieres tener un hijo conmigo?”. Iván giró la cabeza para mirarla a los ojos. No podía creer a qué punto los había traído esta conversación matutina.
“Sí, pero no uno, sino cuatro. Dos niñas y dos niños”, respondió Alice con el rostro lleno de seguridad. Quería que la tomara en serio.
“Qué codiciosa”, comentó Iván, apartando la mirada a la mesa de noche. Se quedó mirando la pantalla de su móvil y soltó una broma para evitar contestar.
“Bueno, parece que tendré que buscar otro hombre para que sea el padre de mis hijos”, Alice dijo con un tono tranquilo mientras miraba la otra mesita de noche a su lado. “¡Yo también puedo quedarme mirando mi móvil!”, se dijo a sí misma un poco enojada con Ivan. ¿Él no sabía que había sido difícil para ella hablar de esto y hacerle esta pregunta?
Como a él no le gustó su comentario, sujetó la cara de Alice con sus manos y le mordió el labio.
“Eres mía y solo mía”. Por fin dijo algo que ella deseaba escuchar. La chica sonrió, lo abrazó con fuerza y lo besó.
“Te amo”, murmuró contra los labios de Ivan. Entonces se separó de él y lo miró como si estuviera buscando algo en sus ojos. “Solo para que lo sepas, no tienes que decirme lo mismo. No espero que lo hagas”, dijo con una expresión seria.
Lo decía muy en serio, él podía decirlo cuando se sintiera listo.
“Tontita”. Ivan se dio cuenta de lo que ella estaba pensando y le pasó los dedos por el cabello con suavidad.
Los ojos de Alice se volvieron sombríos. Sintió que le dolía un poco el corazón y bajó la mirada, bajando sus hombros. Ivan notó su expresión y le dio un beso en la frente.
“Yo también te amo, Alice”. Sus palabras la hicieron sonreír de nuevo.