Bob, Lily y Carl, la familia de Leila, abordaron un avión a los Estados Unidos. Después, ella vio cómo despegaba con sentimientos encontrados.
¡Familia! Era una palabra extraña para ella, un concepto que nunca había llegado a conocer del todo. Nunca había sido una chica nostálgica. Después de todo, había vivido sola en París durante todos estos años. Suspiró mientras recordaba cómo, a veces, había sentido envidia al ver a sus compañeros de clase riéndose con sus familias. Esto le hacía dudar sobre sus decisiones, lo que aumentaba su dolor.
Cuando regresó a Londres, pensó que las cosas cambiarían. Soñaba con volverse más cercana con su padre y reparar su relación. En cambio, todo seguía igual y su vida incluso había empeorado porque había caído en la trampa de convertirse en una esposa por contrato.
Aunque no se amaban, Nate la había obligado a casarse con él. El s*xo sin amor la hacía sentir como una cualquiera que él usaba solo para su placer. No obstante, no sería justo culparlo solo a él porque ella también lo deseaba. Ansiaba sentir su cuerpo y disfrutar de todo lo que hacían debajo de las sábanas.
La culpa y la lujuria se mezclaron, desgarrándola por dentro.
A pesar de todo, debía estar agradecida con Nate porque la había ayudado mucho. Al pensar en esto, decidió prepararle algo de comer esta noche. Después de todo, el contrato era solo por un año, así que decidió dejar de preocuparse tanto.
Dejó la culpa de lado y pensó en algo. Tal vez podría intentar hacer que su matrimonio funcionara. Sacudió la cabeza y se regañó a sí misma por haber tenido la idea más est*pida del mundo.
Sin embargo, ¿no valía la pena intentarlo?
Nate estaba en medio de una reunión cuando recibió una notificación en el móvil. Su corazón se encendió al ver que era un mensaje de Leila y el resto de él también se sintió cálido.
“Cocinaré mi plato emblemático esta noche, no querrás perdértelo. Llega a casa a las siete y media”. No pudo evitar sonreír. Su mensaje era tentador y hacía correr su imaginación.
No podía esperar a que llegara la noche porque soñaba con todo lo que le haría a su esposa. Estaba seguro de que probaría mucho más que solo su comida.
Los presentes en la reunión lo miraron asombrados. Su jefe siempre lucía tranquilo e inexpresivo. Nunca nadie lo había visto tan feliz. Era algo muy extraño para ellos.
Cuando Nate dio por terminada la reunión, le llegó otro mensaje de texto, esta vez era de Selena. “Mi fiesta de bienvenida comenzará a las cinco de la tarde. Rose Luke ya confirmó que irá”.
Rose Luke era una mujer de unos cincuenta años y jefa del Grupo Welox, una corporación multinacional con sede en Suecia. Él había querido durante mucho tiempo hacer un trato con esta empresa y ahora tenía la oportunidad porque ella estaba en Londres.
“Estaré allí”, le respondió a Selena con un mensaje de texto. No podía dejar pasar esta oportunidad, tenía que conocer a esa mujer.
La fiesta sería en la tarde, así que tendría suficiente tiempo para regresar a casa para comer con Leila.
En la fiesta, Selena lo siguió como una sombra a todo momento. Sostenía su brazo como si Nate siguiera siendo suyo. Él se mantuvo tranquilo y dejó que hiciera su acto. Al fin y al cabo, era su fiesta y él tenía solo un objetivo en mente, así que no quería avergonzarla, al menos no por ahora.
“¡La cena está lista, su majestad!”. Nate sonrió al ver el mensaje de Leila y se le hizo agua la boca cuando vio la foto de la comida que le había enviado. Acababa de hablar con la Sra. Luke y ella le había expresado su interés en hacer negocios con la Corporación Hill. Como ya había conseguido lo que había venido a buscar, estaba listo para irse de la fiesta de Selena.
Estaba ansioso por ver a su esposa.
“Todavía no te vayas, la fiesta acaba de comenzar. ¿No tienes hambre?”. Selena lo sujetó con más fuerza y lo llevó a rastras a una mesa donde había bocadillos y bebidas.
“No mucha, comeré en casa”. Nate trató de soltarse, pero Selena ya le había hecho señas con una expresión arrogante a un camarero para que se acercara. Les sirvió dos copas de vino tinto y ella le ofreció una a su acompañante.
“No”. Hizo un gesto con la mano y se dio la vuelta para irse. Sin embargo, un hombre se acercó a la mesa para coger algunos bocadillos y Selena aprovechó la oportunidad.
Fingió que el hombre la había empujado y se arrojó contra Nate como toda una actriz experimentada. Salpicó su vino por todo su traje a propósito. Su camisa blanca estaba intacta, pero su chaqueta estaba manchada por completo.
“¡Permíteme lavarlo por ti! Te lo devolveré otro día”. Selena se disculpó por ser tan torpe y lo ayudó a quitarse la chaqueta a toda prisa. Nate no quería seguir perdiendo el tiempo, por lo que la dejó hacerlo.
“No me siento bien, creo que me desmayaré. ¿Puedes llevarme a casa?”. Al ver que Nate quería irse de su fiesta, Selena fingió limpiarse el sudor de la frente y continuó con su acto.
“Tim puede llevarte a casa”, propuso Nate después de ayudarla a tomar asiento.
“¿Puedes llevarme tú en lugar de él?”. Le hizo un puchero, no contenta con su respuesta.
“No tengo tiempo”. Entonces Nate le dio la espalda, ansioso por dejar este lugar y volver con Leila, pero Selena lo abrazó por atrás.
“¿Sigues enojado conmigo? Puedo explicártelo. Mi papá me obligó a hacerlo, no tuve otra opción”. Inventó una mentira descarada.
“Leila me está esperando en nuestra casa”, dijo Nate sin ninguna emoción en su voz y por fin se soltó de su agarre. Selena se puso furiosa cuando escuchó el nombre de Leila y que había dicho “nuestra casa”. No podía hacer nada más para retenerlo.
“Al menos, no por ahora”, pensó.
Como a Leila nunca le había gustado usar demasiado maquillaje, se aplicó una fina capa de base, sombra en los ojos y un lápiz labial rojo brillante. Su vestido también era rojo y abrazaba sus curvas a la perfección. Estaba feliz con su apariencia.
“Menos es más”, comentó.
Nate entró aflojándose la corbata y ella se congeló. Sus rodillas comenzaron a temblar al notar el brillo en sus ojos verdes. Le gustaba lo que veía frente a ella.
“¡Buenas noches…!”. Le sonrió aún muy tímida bajo su mirada. “Cariño”, añadió en voz baja. Era obvio que este hombre no solo quería probar la comida que le había preparado, pero primero le daría de comer.
“Primero, la comida, luego todo lo demás”, pensó Leila con una actitud traviesa.
“Buenas noches, cariño”. Nate le devolvió la sonrisa juguetona mientras tomaba asiento. Leila caminó hacia la cocina para servir la comida.
Había hecho chuletas de cordero a las finas hierbas, y patatas al ajo y aceite de oliva. Era un plato que había aprendido en Francia. ¡Estaba segura de que a Nate le encantaría! Sin embargo, cuando se acercó a él y sintió su olor, su corazón dio un vuelco.
Percibió el aroma de otra mujer en su cuerpo y también vio un rastro de lápiz labial en la parte trasera del cuello de su camisa.
Se sentó frente a él y clavó el tenedor en la carne para cortarla con el cuchillo. Solo podía pensar en matarlo, pero no le mostraría lo enojada y herida que se sentía. ¡Era un m*ldito! ¡Él y su contrato!
Estaba muriendo por dentro al recordar la parte del contrato en la que decía que ella no podía interferir en su vida s*xual.
“¡Está delicioso! ¡Sabe muy bien! ¡Hay que brindar con un poco de vino!”, exclamó Nate, sin saber lo que pensaba Leila y cómo se sentía. Se puso de pie y sacó su móvil del bolsillo trasero de sus pantalones porque le incomodaba. Luego lo puso sobre la mesa.
“Gracias”, respondió Leila con frialdad, mirando la espalda de Nate, que estaba a punto de ir por un sacacorchos. Entonces vio un trozo de papel en el suelo. Él debía haberlo dejado caer, así que se puso de pie para recogerlo.
Su corazón se partió en dos al ver que se trataba de una invitación a la fiesta de Selena. Se dio cuenta de que había estado con ella.
¡Nate había estado con esa mujer mientras ella le preparaba la cena!
Leila no dijo nada, tan solo engulló el vino que Nate le sirvió y, minutos después, se fue a la cocina para lavar los platos.
“¡La comida estaba deliciosa!”, susurró Nate de repente mientras la abrazaba por atrás. Su voz sonaba ronca y ella sabía lo que esto significaba, que quería f*llarla. Leila se estremeció por la lujuria mientras sentía su er*cción contra su espalda.
Se sentía asqueada de que su propio cuerpo la hubiera traicionado. Lo deseaba mucho y anhelaba tenerlo dentro de ella.
No obstante, su mente gritaba que no lo hiciera. Si quería, ¡podía regresar con Selena y f*llársela!
“Tomaré una ducha”, se escabulló de sus brazos, sintiéndose destrozada. Sabía que no debería importarle, pero no podía evitarlo.
“Vale”, dijo Nate más en tono de pregunta que de afirmación. Se sentía confundido por la actitud de Leila. Sirvió más vino en sus copas, las cogió y se dirigió a su habitación. Esperó dentro con paciencia a que Leila regresara.
“¡Hijo de p*ta! ¿Qué esperaba obtener de alguien como Nate Hill? ¿Que le importara?”, susurró Leila enojada en el baño. No podía dejar de pensar en Nate y Selena juntos, aunque esto la atormentara.
“¿Solo porque mi primera vez fue con él? ¡Todo el mundo sabe que es un mujeriego!”. Le dolía imaginar a Nate haciéndole a Selena todas esas cosas que le había hecho a ella. Creía que seguían siendo amantes.
Se sentía sucia por lo que acababa de enterarse, así que se frotó cada centímetro de su cuerpo.
Quería borrar cada uno de los besos y las caricias de Nate.
“¡Leila, llevas una hora en el baño! ¿Estás bien?”, preguntó Nate en un tono delicado. Esperaba que le estuviera preparando una sorpresa especial para esta noche. No podía esperar para ver qué era y quitarle lo que se hubiera puesto.
De repente, Leila abrió la puerta y lo miró.
“¡Quiero el divorcio!”, gritó furiosa.