Leila colgó la llamada con el Sr. Lewis después de darle las gracias, aunque no hubiera hecho nada.
Se sentía cansada y desesperanzada, observando la lista de personas que había conocido en el baile de caridad, y pensando en quién podría invertir en el Grupo Greece. Estuvo haciendo llamadas los últimos dos días, el Sr. Lewis era el último en la lista, pero todos se negaron a seguir hablando con ella en el momento en que escuchaban el nombre de su empresa.
Aunque le pareció extraño, no había nada que pudiera hacer.
"Si la gente no quiere hablar conmigo, tampoco voy a obligarlos", suspiró Leila en voz alta, estaba en la habitación de la casa de Knightsbridge de su padre en Londres, donde había pasado su infancia.
La noche que escapó del hotel Rosewood, se fue a casa de Alice y se quedó a dormir allí, no estaba de humor para ver a su madrastra después de todo lo que había pasado con Nate.
Podía ver el rostro de ese hombre siempre frente a sus ojos, nunca abandonaba su mente, y soñaba con sus besos cada m*ldita noche; los recuerdos de Nate la estaban volviendo loca, y se sentía muy ingenua por haber pensando que él en verdad estaba interesado en ella.
Sin embargo, lo que más la hizo enojar fue esa desvergonzada oferta.
¿En qué diablos estaba pensando?, ¿cómo se atrevía a sugerir eso?, ¡ella no era una p*ta!
De repente, Leila se sobresaltó y volvió la mirada hacia su móvil, que estaba sonando frente a ella.
Cuando vio que la llamada era de un número desconocido, contestó: "Hola"; generalmente no respondía a este tipo de llamadas, pero pensó que quizá alguien estaba interesado en invertir en su empresa, así que lo hizo.
"¿Srta. Lucinda Greece?", dijo una voz masculina, áspera y profunda, pero no agradable, como la de Nate; seguramente era un hombre mayor, supuso Leila, calculando que tenía uno cincuenta años.
Además, había algo inquietante en esa voz, lo que la dejó congelada por unos segundos.
"Sí, soy yo", respondió reticente, esperando lo que diría el hombre a continuación, y esos segundos de silencio le parecieron prolongarse una eternidad.
"Tengo a tu padre...", comenzó a hablar el hombre.
Sin embargo, al escucharlo mencionar a su padre, Leila no pudo evitar bombardearlo con preguntas: "¿Mi padre?, ¿está bien?, ¿dónde está?"
"¡No me interrumpas si quieres que siga con vida!", gritó el hombre, que continuó con su discurso una vez ella se calló, aterrada por la amenaza.
"Tengo a tu padre, y si quieres volver a verlo con vida, no lo busques ni vayas a la policía. Tienes 24 horas para conseguir 500 millones en billetes de 50 libras. Te llamaré después para decirte el lugar de la entrega", a pesar de las palabras del hombre, la chica no estaba segura de si debía creerle.
Cuando Leila expresó sus dudas sobre el supuesto secuestro, él le envió una foto de Bob sentado en una silla, estaba atado, lleno de moretones negros y azules, y lucía como una m*erda.
Esta imagen disipó cualquier duda al instante, era obvio que ese hombre realmente tenía a su padre, así que Leila supo que no tenía más opción que obedecer su pedido.
¿Pero cómo conseguiría todo ese dinero?
La familia estaba casi en la ruina y la empresa se mantenía operando al borde de la bancarrota.
¿A quién le podría pedir ayuda?
La mente de Leila comenzó a dar vueltas sin parar, analizando todas las posibles soluciones, tenía que pensar en algo para salvar a su padre; sin importar lo que hubiera hecho o cómo la hubiese tratado, él seguía siendo su padre.
¿Qué tal Alice? No, aunque los padres de su amiga tenían todo ese dinero, se habían involucrado en un negocio recientemente y sus fondos estaban invertidos allí.
¡500 millones! Esa era una cantidad considerable, incluso para los más ricos. ¿Y Nate? No, preferiría estar muerta antes que pedirle ayuda a ese cerdo de m*erda; seguro le pediría que le pagara con su cuerpo y dignidad, ¡y de ninguna manera lo haría!
¿Sam? ¡Por supuesto!, podía pedirle el dinero a él, pero la idea tampoco la terminaba de convencer, y menos ahora que estaba comprometido; pero justo en ese momento exacto su teléfono volvió a sonar, y esta vez era precisamente Sam quien la llamaba.
"¡Me he enterado de todo!, puedo ayudarte con tu empresa. Déjame, el Grupo Binley puede invertir en el Grupo Greece", exclamó él casi sin respirar, lo cual conmovió profundamente a Leila. La chica sabía muy bien que Sam tenía fondos para ayudar, la empresa de su familia era el mayor competidor del Grupo Hill.
Entonces abrió su armario y se puso ropa casual, jeans azules, camisa blanca y chaqueta de traje de color azul marino; quería verse profesional frente a Sam, con la esperanza de que no fuera a suponer otra cosa. Luego se fue corriendo a toda prisa a la sede del Grupo Binley.
Como cualquier otra empresa importante de la ciudad, el Grupo Binley también tenía su propio edificio en el centro de Londres.
Treinta minutos después, llegó a la oficina de Sam.
Los ojos azules del chico la observaron llenos de ansiedad: "Leila, te ves pálida y cansada, ¿estás bien? Te veo más delgada, ¿quieres comer algo?"; aunque Leila valoraba su preocupación, percibía que se debía a algo más que una amistad, lo cual la hacía sentir incómoda.
"Sam, estoy bien, no te preocupes", ella detuvo sus preguntas, quería ir directo al grano, a la inversión. Entonces Leila le hizo la pregunta, con la intención de darle una explicación: "¿Podrías prestarme 500 millones? Sé que es mucho, pero yo...".
Sin embargo, antes de que pudiera continuar, Sam la abrazó con fuerza mientras le daba un beso en la cabeza.
Leila trató de alejarse, no quería darle esperanzas, pero justo en ese momento se abrieron las puertas del ascensor.
Dos mujeres entraron a la oficina de Sam, Megan, su madre, y Cecilia, su prometida; de inmediato, la chica vio que los ojos de las dos se oscurecieron y sus miradas se llenaron de furia. Incluso la madre de Sam corrió hacia ellos y trató de separarlos con las manos.
"¿Qué crees que estás haciendo?", le gritó Megan a Leila mientras la apartaba a un lado; Cecilia, por su parte, se quedó callada, fingiendo tranquilidad, pero Leila sabía cómo era ella en verdad.
"Nada, no he hecho nada", respondió, no entendía por qué la estaba haciendo sentir avergonzada si ella no había hecho absolutamente nada.
Todo había sido culpa de Sam, quien permaneció en silencio, sin decir nada sobre la situación.
"Esto no parece que sea nada, Lucinda. Cómo te atreves a venir a la oficina de mi hijo a seducirlo", la acusó Megan; Leila trató explicarle la situación y que solo necesitaba dinero, pero la mamá de Sam no quería escucharla.
Megan solía apreciarla mucho, la trataba como un miembro más de su propia familia.
Sin embargo, todo cambió cuando se enteró de los problemas financieros del Grupo Greece; después de eso, Megan arregló el matrimonio entre Sam y Cecilia, porque a los padres de ella les iba bien económicamente, ¡por supuesto!
"Nos casaremos el próximo mes", susurró Cecilia, pestañeando mientras abrazaba a Sam, poniendo en evidencia el derecho que tenía sobre él; su voz era demasiado dulce, y se comportaba como si en realidad sintiera lástima por ella. Aunque Cecilia actuaba como si Leila estuviera enamorada de Sam, ella sabía la verdad, estaba segura de eso.
Además, Cecilia también debía saber que Sam no sentía nada por ella.
Sam finalmente habló: "¡Quería ayudarla, es todo! El Grupo Greece tiene problemas financieros, solo se trata de negocios, fue un abrazo amistoso".
Entonces Megan regañó a su hijo, señalando a Leila con su mano: "Sam, no puedes abrazar a otra mujer cuando estás a punto de casarte, ¿en qué pensabas? ¡Además, no vamos a invertir en esa empresa, hijo!"
Megan se comportaba como si Leila fuera un pedazo de m*erda.
Al darse cuenta de esto, y al ver que Sam les dijo solo una verdad a medias a su madre y a Cecilia, Leila levantó las manos en el aire, definitivamente ya había aguantado demasiado.
"¡Basta!, fue solo un abrazo amistoso. Necesitaba dinero, no estoy detrás de Sam, él siempre ha sido solo un amigo, y nada más. No lo amo, y nunca lo amaré, ¡lo creáis o no! Gracias, Sam, pero buscaré otro inversionista. Os deseo lo mejor en vuestro matrimonio. Sam, Cecilia, Sra. Binley", y después de decir esto, se marchó, enojada consigo misma por haberse metido en esa situación.
Justo cuando estaba saliendo del edificio, su móvil volvió a sonar; "¿ahora qué?", gritó para sí misma, pero se quedó congelada al ver que era Lily.
"Hola, Lily", contestó Leila, ella solo la llamaba en situaciones de vida o muerte, ¿le habría pasado algo a su padre?
"¡No te asustes, pero Carl está en el hospital! Toma un taxi y ven ahora, estamos en el Barts Health Hospital", dijo Lily con voz temblorosa y llorando incontrolablemente. Sin importar lo que pensara de su madrastra, ella amaba a Carl, era su único hijo.
"¿Qué?, ¿por qué?, ¿qué pasó?", Leila hizo todo lo contrario a lo que le dijo Lily y al instante entró en pánico; ¿cómo no hacerlo?, ¡era su hermano!
"Unos delincuentes lo atacaron. ¡Date prisa, por favor!"
Cuando Leila llegó al hospital, se dio cuenta de que sus problemas se habían multiplicado.
Carl yacía exánime en la cama del hospital, se le partía el corazón al verlo así, incluso le dolía ver a Lily, que estaba igual de desesperada que ella.
En este momento su hermano se debatía entre la vida y la muerte, necesitaba una cirugía que solo podía realizar un cardiólogo estadounidense.
Sin embargo, era un procedimiento muy costoso.
Y ahora no tenían todo ese dinero.
Todo se reducía a Nate, él era la única opción que le quedaba a Leila.