Capítulo 14
1435palabras
2022-09-30 18:00
"¡Idi*ta! ¡Suéltame!". Leila estaba furiosa con Nate por alejarla de Ivan. Ni siquiera había empezado a golpear a ese hombre como se merecía, y este arrogante futuro esposo que tenía a la fuerza acababa de encerrarla en su est*pida oficina.
Por lo tanto, Nate recibió una pequeña porción de los golpes de Leila. Solo una pequeña porción porque logró dominarla momentáneamente.
"¡Deja de moverte y patearme con tus pies!", exclamó él. Estaba sujetando sus manos para que no lo golpeara más, Nate no era un pulpo de ocho tentáculos, pero ella tenía las piernas libres. 'Por ahora', pensó.

"¡Me prometiste que no lastimarías a Alice! ¡Mentiroso! ¡B*stardo!". Leila se negaba a dejar de gritar o golpear a Nate; y para su sorpresa, ahora estaba llorando.
Con el ceño fruncido, Nate observó las lágrimas que rodaban por sus mejillas. Leila estaba llorando como un bebé, y a él le pareció extrañamente linda, incluso dulce.
Además, conocía muy bien a Ivan. Su amigo nunca obligaría a una chica a tener relaciones sexuales con él, por lo que debía haber sido consensuado. Tal vez Leila se había confundido.
Y en cuanto a su lloriqueo, Nate sabía muy bien cómo detenerlo.
"¿Qué estás haciendo? ¡Bájame!". Leila dejó de llorar tan pronto como él la levantó y la obligó a sentarse en su escritorio. El pánico se extendió por todo su rostro, reemplazando a sus lágrimas. Ahora Nate estaba entre sus piernas.
"Le dijiste a mi personal que eras mi esposa, así que debo actuar como tu esposo", anunció él con una sonrisa. Leila se sonrojó mientras recordaba lo que le había dicho a esa grosera recepcionista.

Cuando entró al edificio de Corporación Hill y solicitó reunirse con Nate Hill, la recepcionista le preguntó si tenía una cita mirándola burlonamente. Leila afirmó ser su esposa con la voz más alta posible, queriendo avergonzar a Nate con sus horribles ropas.
Antes de que Leila pudiera reaccionar o morderlo, Nate ya tenía sus labios sobre los de ella. Primero la besó suavemente, pero luego el beso se volvió cada más salvaje y profundo. Su lengua se introdujo en su boca en una persecución febril, dejando a Leila acalorada y sin aliento.
Nate estaba loco de deseo. No entendía por qué ansiaba besar a esa chica ni por qué extrañaba tanto sus labios de color rubí. Sus deliciosos besos eran lo único en lo que había podido pensar durante su reunión, apenas fue capaz de escuchar a los socios o a su personal.
Tal vez se debía a que era algo desconocido para él, una nueva experiencia.

Nunca antes se había metido con una chica poco femenina. Sí, debía ser eso, por lo que ese sentimiento desaparecería tan pronto como había llegado.
Leila forcejeó hasta romper el beso e inhaló una bocanada de aire. Sin embargo, Nate no la dejó descansar porque atacó su boca al segundo siguiente.
Leila sintió las manos de Nate recorriendo todo su cuerpo y delineando sus exuberantes curvas, haciéndola derretirse bajo sus caricias abrasadoras. No le quedaba voluntad para resistirse a él. Con un gemido, ella abrazó su cuello y lo agarró con más fuerza.
Quería tenerlo lo más cerca posible, y ese b*stardo la sintió rendirse ante él.
"Mmm, ¿te gusta esto?", preguntó Nate, pero ya sabía la respuesta. Leila habría susurrado una afirmación si el celular de Nate no hubiera sonado en ese momento.
El timbre la detuvo, pero él no dejó de besarla.
"Mmm, tu teléfono…", gimió Leila contra sus labios, sin poder terminar la oración.
Nate simplemente siguió devorando su boca. "Contéstalo", insistió ella. Finalmente él retrocedió y respondió la llamada.
"¿Sí, mamá? ¿Qué pasa?", preguntó Nate. Sus ojos no dejaron el rostro de Leila en ningún momento. Estaba sonrojada; y apostaba a que si Karen no lo hubiera llamado, ella habría dicho que sí. A Leila le gustaban sus besos tanto como a él.
"Está bien, mamá. Tú y papá tomad la decisión. ¡Nos vemos!". Nate colgó la llamada mientras Leila se bajaba de su escritorio. Luego, ella se arregló su ropa y su corto cabello pelirrojo.
Nate se dio cuenta de que Leila no sabía qué hacer a continuación. Estaba sonrojada y bastante confundida frente a él.
"Ya debo irme", murmuró ella cuando Nate guardó su celular en el bolsillo.
Leila se dio la vuelta y caminó hacia la salida.
"¿Adónde vas, esposa mía?", preguntó Nate. Antes de que ella pudiera llegar a la puerta, la agarró por los hombros y la acercó a su cuerpo.
La cabeza de Leila golpeó su pecho debido a la rapidez y el vigor que Nate había ejercido.
"No es asunto tuyo, no soy tu esposa", espetó ella mientras intentaba alejarse.
"Todavía no", declaró Nate como si la estuviera amenazando. Luego, la agarró y caminaron juntos hacia el ascensor.
"¿A dónde vamos?", preguntó Leila. Nate la obligó a subir al asiento trasero de su auto y se unió a ella, dejando que su conductor manejara el volante.
"De compras", respondió él.
"¿Qué? ¿Por qué iremos de compras?", preguntó Leila varias veces. Sin embargo, no obtuvo respuesta. Nate se sentó a su lado con un aspecto muy relajado.
"¡Respóndeme!", espetó ella. Nate lanzó un suspiro, como si lo estuviera molestando. Esperaba que él se enfadara tanto con ella que terminara dejándola libre, libre de él y de su est*pido contrato.
"Mañana tenemos una fiesta de compromiso en casa de mis padres, y mi esposa no puede vestirse así, ¿entiendes?", explicó Nate con impaciencia mientras la señalaba con la cabeza.
"¿Fiesta de compromiso?", repitió Leila. Pero él la ignoró y siguió leyendo las noticias en su celular.
Cuando llegaron al centro comercial, Nate la llevó a una tienda de lujo. Incluso ese sofá de cuero blanco donde él acababa de sentarse daba a entender que era una boutique de alta costura.
Nate solo tuvo que hacer un movimiento con la mano para que la dependienta empezara a traerle varios vestidos. ¡M*ldito sea este hombre!
"¡Elige!", ordenó Nate cruzando sus largas piernas. Leila se quedó en medio de la habitación, tan inmóvil como una estatua.
"¡No necesito ni quiero ropa nueva!", exclamó con furia. Su arrogancia la irritaba. No podía esperar para mañana abordar ese avión y escapar de él.
Todas esas compras la estaban poniendo nerviosa. Aquellos lujos eran demasiado innecesarios. No pensaba asistir a esa fiesta ni a su est*pida boda, ya que mañana por la noche felizmente estaría en París.
"En ese caso, ¡empaca toda la tienda para ella!", ordenó Nate tranquilamente a la dependienta. Leila pudo ver su enorme sonrisa. Estaba loco porque, por supuesto, toda la tienda le costaría un ojo de la cara. Pero ¿qué era eso para Nate Hill?
"¡Está bien, espera! ¡Elegiré uno!". Con los ojos en blanco, ella agarró un pequeño vestido negro, unos tacones plateados, un collar con un dije de una estrella plateada y aretes a juego. La dependienta empacó todo y se marcharon.
"Preséntate en el edificio de mi empresa mañana a las cinco de la tarde. Nos iremos a la fiesta desde ahí", indicó Nate con frialdad.
"¡Bien!", respondió Leila con el mismo tono. Luego, se bajó del auto cuando se detuvieron frente a la casa de Alice. '¡Vete a la mi*rda! No seré tu esposa falsa ni les mentiré a tus padres, idi*ta', pensó.
Una vez que entró a su habitación, Leila empacó su maleta para el vuelo de mañana. No debería tener ningún problema u obstáculo para abordar ese avión.
De repente, escuchó sonar su celular y vio que se trataba de su hermanastro. "¡Oye, Carl! ¡Cuánto tiempo ha pasado!".
"¡Cindy! ¿Dónde estás? ¿Estás bien?", preguntó él ansiosamente.
"Sí, estoy bien. Mañana me iré a París. ¿Quieres cenar conmigo?", cuestionó. Deseaba ver a su hermano, pero no había tenido tiempo por culpa del idi*ta de Nate Hill.
"¿Puedes venir a casa? Papá está desaparecido desde hace tres días y nadie sabe dónde está", explicó Carl temerosamente.
"¿Qué?". Leila entró en pánico, ya que no era como su padre en absoluto.
"Ya llamamos a la policía, pero no tienen ninguna información. ¡Por favor, ven a casa! La empresa es un desastre. Mamá y yo no sabemos cómo manejarla, solo tú puedes hacerlo", suplicó Carl. Leila sintió que su corazón se hundía, pero no estaba segura.
Tal vez era uno de los trucos de su padre.
Sin embargo, confiaba en Carl. Su hermanastro nunca la engañaría ni haría nada para lastimarla.
Debía tomar una decisión. Si regresaba a casa, se arriesgaría a convertirse en la esposa contractual de otro multimillonario. Y si escapaba a París, no podría ayudar a su familia.
Leila ya sabía qué hacer.