Esta vez, Leila no se quedó sola en el asiento trasero, sino que Nate se sentó junto a ella después de arrojarla dentro de la limusina. Su trasero le dolió un poco cuando se golpeó contra la manija, pero su orgullo resultó más herido.
¿Cómo se atrevía ese lunático a robarla del restaurante y de su amiga? ¿Quién se creía que era? No podía tratar así a una mujer.
Además, estaba preocupada por Alice. ¿Se asustaría al ver que había desaparecido?
Tenía que regresar al restaurante, ya que mañana debía tomar su vuelo. París la estaba esperando. No podía permitir que Nate Hill destruyera sus planes ni su futuro.
Sintiéndose un poco mareada por el vino, Leila estiró la mano hacia su espalda, agarró la manija de la puerta y luchó con todas sus fuerzas para abrir el coche. Nate vio lo que estaba haciendo y pensó que debía estar loca para querer abrir la puerta de un vehículo en marcha.
Leila se encogió cuando la mano de Nate agarró su codo. Forcejeó lo más fuerte que pudo y lo abofeteó varias veces, pero él era mucho más fuerte. Agarrando sus muñecas, él la jaló hacia su cuerpo y acercó más a su rostro.
"¡¿Lo firmaste?!", rugió Nate mirándola a los ojos. Una vez más, pensaba que eran de un hermoso color avellana, a diferencia del resto de ella. Leila tenía un carácter tan molesto, además de no ser nada femenina.
"Rompí tu estúpido contrato en un millón de pedazos. ¡Y esto es un secuestro! ¡Déjame ir o te demandaré, Nate Hill!", exclamó ella. '¡Qué imbécil!', pensó mirándolo con desafío.
Los dos hombres que estaban sentados al frente sonreían mientras los observaban pelear por el espejo retrovisor. También eran idiotas.
"Puedes demandar a la m*erda. ¡Firma ahora!", volvió a gritar Nate sosteniendo sus manos con fuerza. Luego, colocó el contrato sobre su regazo. Uno de sus hombres se lo había entregado después de sacarlo de la guantera.
"¡No lo haré! ¡Déjame ir, b*stardo!", exclamó Leila. Sus muñecas comenzaron a doler, y estaba segura de que mañana tendría marcas de dedos por toda la piel. No obstante, se sintió orgullosa al ver las marcas rojas de sus uñas en la mejilla izquierda de Nate. ¡Lo había arañado! Ese idi*ta se lo merecía.
"¡Lo harás! ¡Firma el contrato!", insistió él, tan terco como una mula. No quería dejarla ir, pero ella no entendía la razón.
"¿Por qué yo? Estoy segura de que puedes encontrar a alguien más bonita para que se convierta en tu esposa. Yo ni siquiera te gusto". Leila lo intentó de otra manera diferente. Tal vez si lo convencía de que no era lo suficientemente hermosa, él la dejaría ir. Como era consciente del efecto que su buena apariencia tenía en los hombres, se sintió agradecida por su ropa poco femenina. Al menos la ayudaba a verse más fea que de costumbre.
"Por supuesto que no me gustas, pero te necesito. ¡Firma!", respondió Nate mientras le daba un bolígrafo. Giró de vuelta a su cabeza y no entendía nada, porque siempre había una larga fila de mujeres que ansiaban meterse a su cama, todas asombrosamente hermosas. Todas se matarían por convertirse en su esposa.
"¡No! Yo quiero casarme por amor. ¡No me casaré contigo, imb*cil! ¡Suéltame!", gritó Leila. Nate se volvió hacia ella.
"¡Lo harás!". A pesar de ser poco atractiva, esa mujer estaba balbuceando estupideces sobre el amor y no quería aceptarlo, a pesar de todo el dinero que le estaba ofreciendo en el contrato. Unos malditos ochocientos millones de dólares después de que se divorciaran en un año. ¿Quién di*blos se negaría? A juzgar por su ropa grande y vieja, debía ser pobre. El dinero podría ayudarla a tener una mejor vida. ¿Por qué no quería firmarlo?
"¡No! ¡Ni siquiera me gustas!". Leila le devolvió el bolígrafo y el contrato. Nate la miró sorprendido por su aspecto y aún más por su inflexibilidad. Era hora de animar un poco la situación.
"Oh, amor, no tengo que gustarte. ¡Pero yo sé que te gusta esto!", dijo inclinándose peligrosamente hacia adelante mientras sus manos agarraban su cintura.
"¡No!", exclamó Leila retrocediendo para escapar de él. No obstante, Nate siguió avanzando hasta elevar su alto y musculoso cuerpo sobre ella. Leila puso las manos sobre su pecho, en un débil intento de alejarlo, pero fue inútil. Nate la acercó más, la sentó en su regazo y selló sus labios con un beso. Leila dejó que él metiera la lengua en su boca mientras tramaba furiosamente su venganza.
¡Le daría una lección!
Justo cuando Nate pensó que ya la tenía donde quería, bajó la guardia y se entregó a la dulzura de su beso. Leila gimió contra sus labios y le mordió fuertemente el labio inferior.
"¡Ay!". Nate se tocó la zona adolorida y vio que tenía sangre en la mano. "¡M*ldición!".
"¡Tú lo pediste!", comentó Leila, enfureciéndolo aún más.
"¡Tú también, amor!". Nate le lanzó una mirada mortal mientras su voz sonaba amenazadora. Leila se encogió de miedo, pero aun sentía mariposas revoloteando en su estómago. Nate tenía razón, Le había gustado.
Le había gustado ese beso.
Pronto Leila se encontró con las manos atadas a la espalda y la boca tapada con cinta adhesiva. Nate esbozó una sonrisa mientras la observaba maldecir con los labios sellados, forcejeando desesperadamente para liberarse. Si era así de salvaje, le encantaría lo que había planeado para ella.
Tras diez minutos, el coche se detuvo. Los ojos de Leila se abrieron como platos y quedó boquiabierta al ver adónde la había llevado ese imb*cil.
Un helicóptero aguardaba en el aeródromo, con la hélice girando con fuerza. Nate la arrastró fuera del auto y se dirigieron al helicóptero. Se movían tan rápido que ella sentía que sus pies apenas tocaban el suelo.
Cuando se acercaron, el viento que se arremolinaba contra la hélice empezó a soplar aire hacia su rostro. Su corazón latía violentamente en su pecho, pero no era el viaje en helicóptero lo que la asustaba, sino el loco de Nate Hill. No pudo evitar que él la arrastrara y entraron.
Nate la sostuvo mientras ella estaba amarrada en medio de la cabina. El helicóptero ya se encontraba en el aire. '¿Por qué no nos sentamos? ¿Por qué dejó la puerta abierta?', se preguntó Leila, temiendo por su vida. '¿Qué di*blos planea hacer?'.
"¡Firma el contrato!", espetó Nate, más autoritario que nunca. Leila se negó obstinadamente, sacudiendo la cabeza de izquierda a derecha.
Y entonces él actuó.
Nate tiró de ella hacia la puerta abierta de la cabina, le quitó la cinta de los labios y la alzó en sus brazos. Sosteniendo su cintura, colocó su torso en la borda hasta que ella quedó mirando el océano que pasaba por debajo.
Leila empezó a gritar.
"¡Fírmalo o nadarás con tiburones!", exclamó Nate atrayéndola más hacia adelante y la soltó unos centímetros. Ahora Leila colgaba con la cabeza gacha y se sentía mareada.
"¡No, voy a morir", gritó con pánico, negándose a decir que sí. Nate sintió que el cuerpo de Leila se deslizaba de sus manos, así que la atrajo hacia adentro.
"¿Me excedí?", susurró para sí mismo. Sostuvo a la chica desmayada en sus brazos con la cabeza en su regazo. Nate observó su pequeño rostro, y se dio cuenta de que no le parecía tan fea de cerca.
Sin embargo, ahuyentó esos sentimientos de culpa, recordándose a sí mismo que no aceptaría una respuesta negativa de nadie, y mucho menos de esa chica poco femenina que lo había engañado tantas veces.
Mañana se cumplía el plazo que le habían dado sus padres, así que la obligaría a firmar ese contrato o dejaría de llamarse Nate Hill.
Entonces, se levantó con Leila en brazos y la dejó caer en los asientos.
Era el momento del plan B. ¿O era el C?