"¿En qué hotel dijiste que te habías quedado? Parece que no dormiste en toda la noche". Mientras pasaban por el municipio de Londres, Leila miró a Alice conducir hábilmente su auto rojo brillante y se preguntó qué debía responder. No podía dejar de bostezar.
Tal vez Alice había hecho esa pregunta por simple curiosidad, sin sospechar nada. Por lo tanto, no dañaría a nadie inventar una pequeña mentira.
"En un hotel de tres estrellas en Holborn, pero no recuerdo el nombre. Apuesto a que tu cama es mucho más cómoda", respondió Leila con una sonrisa amable. Sin embargo, no se sentía bien al mentirle a su amiga.
Pero ¿qué otra opción tenía?
No podía mencionar el hotel Rosewood, pues todos sabían lo caro que era ese lugar, y eso la llevaría a mencionar a ese hombre y el estúpido contrato que había roto.
Pero aun así Leila estaba en problemas. No podía dejar de pensar en Nate Hill. Era tan guapo que debía ser un pecado, pero también era el doble de arrogante. La noche anterior había sido una tortura para ella.
No podía esperar para acostarse, dormir un poco y olvidar de una vez por todas sus labios besándola.
"Podrías haberme llamado, te habría recogido. Mis padres ya saben que te quedarás conmigo. Me dijeron que solo tenías que pedirme si necesitabas algo", agregó Alice mientras abría la puerta de su casa.
Vivía sola en una casa antigua de tres dormitorios que le pertenecía a su familia, en el corazón de Kensington, uno de los barrios más caros de Londres. No era de extrañar que la gente aspirara a vivir en ese lugar, con el fantástico paisaje de los Jardines de Kensington y los mejores museos de Londres a la vuelta de la esquina. Hacía unos años, los padres de Alice compraron un nueva casa más espaciosa a dos cuadras de distancia, ya que deseaban estar cerca de su hija.
"Oh, estoy muy cansada. Me muero por darme un baño", dijo Leila volviendo a bostezar. Tenía mucho sueño y se sentía un poco celosa.
La familia de Alice eran todo lo que su padre y su madrastra no eran. Ni siquiera soñarían con arreglar un matrimonio para su hija.
En ese momento, sonó su celular. Sin embargo, Leila se negó a contestar porque había visto en la pantalla que era su padre. Estaba enojada con él, así que ignoró sus llamadas.
No se casaría con un extraño para salvar su empresa. Él nunca le permitió participar en el negocio, ¿por qué debía ayudarlo ahora?
¿Venderse a sí misma a cambio de dinero que Lilly Greece gastaría?
"¿Es tu padre?" preguntó Alice al notar su molestia. Pero como ya sabía la respuesta, siguió hablando sin esperar una respuesta: "Estaba pensando...que puedo ayudarte a financiar tu viaje de regreso a París y prestarte algo de dinero para empezar de nuevo".
"¿Harías eso? Quiero decir, ¿puedes?", preguntó Leila boquiabierta mientras dejaba su celular en el sofá. No esperaba esa oferta.
"Claro que sí. No te lo ofrecería si no pudiera", respondió Alice con una sonrisa. Leila la abrazó, sintiéndose afortunada de tener una amiga tan buena que parecía ser familia. Durante todo ese tiempo, su celular siguió sonando.
Era su padre, pero ella ya sabía lo que deseaba, así que no se molestó en contestar.
"¡Muy bien, hagámoslo!", declaró Leila. Su corazón amenazaba con estallar de gratitud y amor por su mejor amiga. Alice estaba segura de que, con ese bonito rostro y ese cerebro brillante, además de dos diplomas (uno en Economía y otro en Diseño de Modas), el futuro de Leila en París sería prometedor. Creía en su amiga, y se mataría por ayudarla de ser necesario.
Leila no necesitaba las tarjetas de crédito de su padre para ganarse la vida. Conseguiría fácilmente un nuevo trabajo y un apartamento. Todo lo que necesitaba era un poco de inyección financiera.
Las chicas encendieron la computadora de Alice y reservaron un vuelo para mañana hacia París.
"Nuestra despedida merece la mejor comida posible y el mejor ambiente", anunció Alice. Luego, hizo una reserva en el mejor restaurante que existía en el centro de Londres para cenar esa noche, pero no le reveló a Leila dónde estaba ubicado.
Una vez que todo estuvo listo, Alice salió de la casa. Leila se duchó y volvió a la cama porque necesitaba dormir desesperadamente. Tenía la mente tranquila, ya que pronto regresaría a París, su ciudad, y viviría su vida como siempre lo había deseado.
Libre de su familia.
Ya estaba a punto de anochecer cuando Leila se despertó con la alarma de su celular. Primero miró la pantalla y vio un montón de llamadas perdidas de su padre. Sus métodos obstinados la irritaban. No estaba dispuesta a sucumbir, así que no le devolvió la llamada.
De repente, vio un único mensaje de texto de un número desconocido.
'¡Estoy esperando el contrato, amor!'. ¿Cómo consiguió el maldito Nate Hill su número? ¡Si tan solo no lo hubiera besado...!
Pero ella no dejaría que eso estropeara su buen humor, así que borró el mensaje. No importaba cómo se había enterado. Mañana regresaría París, y ni su padre ni ese hombre arrogante podrían encontrarla.
Leila volvió a ponerse su disfraz. Tal vez no se vería bonita vistiéndose poco femenina, pero al menos estaría a salvo en caso de que su padre decidiera aparecer con su madrastra. Lily Greece disfrutaba yendo a lugares elegantes, ya sea restaurantes, tiendas o teatros; mientras que Bob Greece era famoso por conceder todos los deseos de su esposa.
Si tan solo le diera la mitad de esa atención su hija...Leila suspiró con tristeza y se pintó pecas anaranjadas en todas sus mejillas. Esta vez, había elegido la camisa azul oscuro del viejo guardarropa de su padre.
"¡No hay posibilidad de que me reconozca!" exclamó viendo su propio reflejo.
Era hora de encontrarse con Alice y disfrutar de su primera y última cena en Londres. La próxima vez, ella misma lo pagaría cuando se tomara unas vacaciones de su futuro trabajo en París, o al menos esperaba eso. Le pagaría a Alice toda la ayuda que ahora estaba recibiendo.
"¡Sí escuché de este lugar!", exclamó Leila alegremente cuando llegaron al restaurante.
"Claro que sí. ¡Me encanta!", respondió Alice con una sonrisa. Luego, tomó a su amiga de la mano y la condujo al interior del restaurante. The Sketch era famoso por su comida con estrellas Michelin, servida en un entorno absolutamente impresionante. La decoración era de otro nivel, ya que cada sala tenía un tema diferente.
Alice reservó la sala Glade para su cena. La habitación era como un bosque mítico, con una esponjosa alfombra para simular el césped de un bosque. Sin embargo, había algo extraño.
"¡Qué raro!", exclamó Leila, mirando a su alrededor. Solo había dos comensales adentro, y el restaurante siempre estaba lleno.
"No me importa. Tal vez la gente lo habría cancelado. Y eso es nuestro asunto", agregó Alice con indiferencia. No pensaba que algo extraño estaba a punto de suceder.
Las chicas tomaron unos cócteles para dar bienvenida a la noche.
La lubina con aros de cebolla era deliciosa, el vino era exquisito, y el personal se mostraba amable y servicial.
"Discúlpame un minuto, porque tengo que ir al baño. ¿Quieres ir conmigo?", preguntó Alice levantándose. Sin embargo, Leila rechazó su oferta. Cuando eran más jóvenes, siempre iban juntas al baño. Pero ya no eran adolescentes, sino mujeres adultas.
Leila empezó a jugar con su celular, esperando a que Alice regresara.
"¡Eres muy traviesa, amor! Estás comiendo sin mí", comentó una profunda voz masculina. Leila sobresaltó porque la escuchó directamente en su oído y saltó de su asiento con conmoción. Aquellos labios rozaron el lóbulo de su oreja, dándole escalofríos.
"¿Cómo di*blos me encontraste? ¿Y qué estás haciendo aquí?", preguntó fulminándolo con la mirada. Luego se le ocurrió que era momento de huir.
Sin embargo, antes de que pudiera intentar moverse, Nate Hill la levantó sobre su hombro, haciendo que sus ojos miraran al suelo.
"La pregunta correcta es: ¿cómo te atreves a dejarme esperar por esa firma?", murmuró él con disgusto mientras caminaba hacia la salida. Leila golpeó su espalda y sintió su mano tocando su trasero.
"¡Ayudadme! ¡Por favor, ayudadme! ¡Llamad a la policía!", gritó a los meseros que pasaban. Pero ellos ignoraron sus gritos. Luego, dos hombres empezaron a seguir a Nate. Ambos tenían un aspecto raro y peligroso, todos de negro.
Nate Hill la metió en el asiento trasero de su auto, como si no fuera más que un saco de papas.
"¡Dios mío, no otra vez! ¡Idi*ta!" gritó Leila con un puchero. Pero Nate ya cerró la puerta con fuerza.