El cuero cabelludo de Leila le picaba bajo esa estúpida peluca y sus pecas le hacían arder la piel.
Se veía horrible mientras experimentaba el episodio más extraño de toda su vida.
Por un lado, su padre quería que se casara con un extraño, y por el otro, estaba Sam con esa absurda obsesión por ella.
Y ahora, este lunático también quería casarse con ella. ¡Todos los hombres estaban locos!
Arrojó las gafas de sol de un golpe sobre la mesa de color blanco brillante, mientras que Nate solo la miraba con una sonrisa maliciosa en los labios; aunque no era bonita, besarla era delicioso y quería seguir haciéndolo.
Esos ojos brillantes color avellana eran hermosos y encantadores, en realidad, demasiado hermosos, por lo que no entendía la razón para ocultar esos ojos tan fascinantes; entonces Nate agarró sus gafas de sol y las tiró a la basura.
Leila se sorprendió: "¿Qué estás haciendo?, ¿por qué tiras mis cosas a la basura?"
"No deberías ocultar tus ojos", respondió él sin dar más explicaciones.
Aunque esto aumentó la furia de Leila, no pensaba discutir con él por esto, ahora le importaba más el tema del contrato.
La chica se puso de pie enojada y exclamó: "No lo firmaré, ¿acaso estás loco?"
"¡Oh, confía en mí, claro que lo harás!", respondió mientras observaba atentamente al marimacho, que caminaba de un lado a otro frente a él; esta horrible chica, que parecía más hombre que mujer, era perfecta para el papel de esposa temporal, así estaría seguro de que no se volvería a enamorar.
Además, también debía darle una lección.
"¡Aléjate! ¿Qué estás haciendo?", los ojos de Leila se abrieron cuando lo vio levantándose del sofá y acercándose a ella.
"¡Ya verás!", Nate la giró, la tomó por la cintura con fuerza, y ella luchó en vano para resistirse mientras él la empujaba, llevándola a la fuerza al dormitorio.
"¡No!, ¿a dónde me llevas? ¡Noo!", gritó Leila llena de miedo, y con razón; Nate podía escuchar su corazón latiendo con fuerza, al tiempo que pateaba la puerta, que ya estaba abierta de par en par.
Entonces la arrojó sobre la cama y se colocó justo encima de ella.
"¡Firmarás el contrato y te convertirás en mi esposa por un año!", apretó los dientes mientras la dejaba inmóvil, sosteniendo sus muñecas por encima de su cabeza; ella pudo sentir su cálido aliento contra sus mejillas y su erección entre sus muslos.
"¡Por favor, no me hagas nada!" le rogó la chica, que tenía miedo de que la violara.
"No te dolerá, ¡solo sentirás placer, te lo prometo!", dijo el b*stardo con una sonrisa y guiñando un ojo.
"¡No!", gritó ella antes de que Nate la hiciera callar.
Frotó sus labios contra los de ella, acariciándolos, mientras su lengua lamía sus bordes de rubí para separarlos, y su lengua traicionera siguió a la de él, balanceándose y dando vueltas juntas. Cuando las manos de Nate se deslizaron por sus brazos hasta ahuecar sus senos, Leila se estremeció.
Al oírla gemir, el hombre se rio entre dientes, agarró su rostro con ambas manos, despegó sus labios de su boca, y finalmente le dio un respiro.
"¡Si no lo firmas, seguiré haciendo esto todo el día!", murmuró en su cara enrojecida, antes de lanzarse de nuevo contra sus suaves labios; esta vez el beso fue más profundo y exigente, como si quisiera devorarla.
Ella gimió, besándolo, disfrutándolo, rindiéndose; la dulce tensión se fue acumulando en su parte baja y en su interior, que ya se había humedecido.
Él la estaba excitando, pero a ella le parecía que todo esto estaba mal, ¡no debía sentirse así!
Leila tenía que detenerlo de alguna forma, y sabía muy bien lo que debía hacer para conseguirlo.
"¡Bien, lo haré!", susurró todavía besándolo.
Nate se detuvo, se levantó de la cama y luego la levantó a ella, este hombre siempre conseguía lo que quería; sin embargo, Leila tenía otro plan y una de sus piernas desvió su rumbo.
Entonces golpeó sus testículos de nuevo, y él volvió a inclinarse de dolor mientras la veía huir.
Cuando finalmente pudo moverse, ella ya estaba en la puerta.
"¡Estúpida!", maldijo Nate.
En un abrir y cerrar de ojos, sus guardaespaldas la trajeron de vuelta.
"¡Déjame ir, b*stardo!", gritó ella luchando contra él, pero no pudo detenerlo, y terminó de nuevo en esa cama, pero esta vez con las manos atadas.
"¡Ya veo que eres testaruda! Déjame enseñarte cómo una mujer debe someterse y complacer a su hombre", agregó Nate sentándose tranquilamente en el sofá frente a ella mientras enviaba un mensaje de texto.
Poco tiempo después, apareció una chica rubia.
Tenía unos pechos demasiado grandes para el vestido rojo que llevaba, sus piernas eran largas, sus caderas anchas, y se puso de pie frente a Nate con sus tacones excesivamente altos; las piernas del hombre estaban muy separadas, luego puso una mano sobre su bragueta y la abrió.
"¿Qué demonios estás haciendo?" gritó Leila al ver su miembro justo en frente de la cara de la mujer, quien se arrodilló, tomó su p*lla en la mano, inclinó la cabeza y abrió la boca.
"¡Ostras!, ¿qué está haciendo esa mujer? ¡Eres un idiota!", la chica volvió a gritar, disgustada ante la escena que se desarrollaba frente a ella.
"¡Oh, sí!", gimió Nate al tiempo que inclinaba su cabeza hacia atrás.
La cabeza de la mujer se movía de arriba a abajo, sus labios se deslizaban sobre su gran v*rga y su lengua lamía su cabeza hinchada; Leila había visto algunos especímenes así en esas películas para adultos que Alice la obligó a ver con supuestos fines educativos.
Estaba avergonzada y trataba de no mirar, pero le resultaba imposible, tenía curiosidad, y también un poco de excitación al ver este acto.
Cuando todo terminó, la mujer se limpió los labios, salió de la suite como si nada y Nate se subió el cierre de los pantalones acercándose a la cama.
"Piensa en el contrato. Aunque veo que te gustó", le susurró al oído a la marimacho que estaba atada en su cama; ella giró la cabeza hacia un lado, sin mirarlo en absoluto. En parte estaba avergonzada, pero en parte le gustó lo que vio, pensó Leila.
Después, el hombre salió del hotel satisfecho al ver que su plan estaba funcionando.
A la mañana siguiente, Leila sentía ganas de llorar, pero estaba demasiado enojada para derramar una lágrima; le dolía todo por estar atada a la cama, y casi no había podido dormir en toda la noche. "¡Ay, cuándo será que ese imbécil vuelve!", quería que regresara y la desatara, ya estaba decidida a firmar ese contrato solo para salir de aquí.
Por fortuna, no tuvo que esperar mucho, porque solo unos minutos después llegó Nate, abriendo las cortinas con su actitud burlona de siempre.
"¿Dormiste bien?", preguntó con una sonrisa.
"¡Vete a la m*erda, b*stardo! ¡Eres un imbécil!", la luz del sol la cegó mientras lo insultaba en voz alta; Leila estaba de muy mal humor, necesitaba lavarse los dientes y tomar una ducha.
Además, tenía muchas ganas de orinar, sentía que su vejiga iba a estallar en cualquier momento.
Nate miró a la horrible chica con los brazos cruzados sobre el pecho y los pies ligeramente separados, luego preguntó: "Entonces, cariño, ¿vas a casarte conmigo?"
"Pensé que nunca me lo preguntarías, ¿pero y mi anillo, amor?", respondió Leila irónicamente y con el mismo tono arrogante de Nate; el hombre sonrió al ver que esta marimacho también tenía sentido del humor y sabía cómo bromear con él.
Finalmente la desató, la dejó ir al baño y le dijo: "Bien, ¡tienes hasta esta tarde para firmar!", luego le entregó el contrato y le explicó que mañana le presentaría a sus padres.
¡Sí, claro, sigue soñando!, pensó Leila mientras se alistaba para irse con el contrato en su bolso, pero en realidad no iba a firmar nada, ¿por qué lo haría?
No planeaba volver a encontrarse con este hombre arrogante de nuevo.
Leila no tenía ni idea de la hora que era cuando salió a la calle; entonces sacó su teléfono, y vio que en ese momento la estaba llamando Alice.
Además, también tenía una docena de llamadas perdidas de anoche.
"Hola", contestó Leila.
"¡Oh, Dios, por fin contestas!", al escucharla, Alice se sintió aliviada, pero luego preguntó: "Estaba tan preocupada por ti, ¿dónde te metiste anoche?"
"Lo siento, me sentía demasiado cansada después de todo lo que pasó con Sam, así que entré en el primer hotel que vi y alquilé una habitación". Leila se sentía culpable por mentirle a su amiga, pero no quería decirle nada sobre Nate Hill y el contrato, al menos no por teléfono.
Las chicas acordaron que Alice la recogiera en una librería cercana, primero la llevaría a casa y luego cenarían juntas en la noche, porque todavía tenía trabajo que hacer.
Antes de subirse al coche de su amiga, Leila rompió el contrato.
"¡Adiós para siempre, contrato estúpido y Nate Hill, m*ldito arrogante!"