El coche cruzó el puente de Waterloo y el río Támesis.
Todos los hombres eran músculos y parecían ser profesionales peligrosos, pensó Leila al observar la enorme mano de Iván con las venas brotadas en el volante; durante el recorrido, trató de trazar una ruta en su mente mientras miraba los alrededores.
Tenía que saber exactamente dónde estaban para poder escapar de ellos.
Pasaron por el hotel Savoy, la Ópera y la estación de Holborn, Leila temía que la llevaran fuera de la ciudad, pero para su tranquilidad, se quedaron en el centro de Londres, lo que facilitaría su huida.
"¿A dónde me lleváis?", los nervios la tenían al borde de la locura.
Durante los doce minutos que duró el viaje, ella no dejó de hacerles preguntas: "¿A dónde vamos?, ¿quiénes sois vosotros?"
"¿Qué queréis de mí?, ¿quién os ha enviado?", sin embargo, no obtuvo ninguna respuesta, los hombres permanecieron mudos.
Cuando Leila vio que el coche entró a un patio cerrado y aparcó justo frente a la recepción del hotel, supuso que la persona detrás de esto debía ser muy rica. Conocía este hotel, había cenado aquí con sus padres cuando su madre aún vivía, hace ya muchos años.
Era el famoso y elegante hotel Rosewood, ubicado en una ornamentada mansión eduardiana, y uno de los mejores y más costosos hoteles de Londres. Definitivamente no era el agujero de m*erda al que pensó que la llevarían y se llenó de esperanza al ver a los hombres saliendo de los coches y sacándola a ella al final.
Si hacía algo para llamar la atención, quizá podría conseguir ayuda.
"¡Vamos a llevarle el paquete al jefe!", le dijo Iván a sus hombres, y ellos lo siguieron de inmediato.
"¿Jefe?", preguntó Leila, pero él simplemente la empujó en silencio hacia la entrada del hotel, sin darle ninguna posibilidad de escapar.
Cuando dio el primer paso sobre el piso de rayas en blanco y negro del vestíbulo, intentó liberarse de los dos hombres que la sujetaban, y aunque el recepcionista la vio luchando, la ignoró; era obvio que él también trabajaba con los secuestradores. Los hoteles de cinco estrellas ya no son lo que solían ser, se lamentó ella.
Subieron las escaleras de mármol hasta el último piso del edificio, luego Iván abrió una puerta, y los cuatro la empujaron dentro de la habitación, como si quisieran demostrarle toda su fuerza; primero se tropezó, y después miró a su alrededor.
Estaban en una amplia suite con una hermosa vista de la animada vida nocturna de la ciudad.
"¡Sra. Leila Swift!", escuchó una voz junto con el sonido de la puerta al cerrarse; había un hombre con ella en la suite, pero seguía sin comprender lo que estaba pasando.
El corazón de Leila latía ferozmente en su pecho, y su ya adolorida garganta se sentía aún más seca, luego juntó sus manos y comenzó a juguetear con los dedos de manera inquieta sobre el dobladillo de la camisa gris.
Mientras tanto, sus ojos daban vueltas por toda la habitación intentando encontrar al hombre.
La chica trató de controlar sus nervios y preguntó: "¿Quién eres?, ¿por qué me trajiste aquí?, ¿qué quieres de mí?"; entonces vio al hombre sentado en una silla giratoria, estaba dándole la espalda y mirando por la ventana la noche en la ciudad.
Hizo lo mejor que pudo para disimular su miedo, pero estaba tan aterrada que su voz temblorosa la seguía delatando.
"¿Ya me olvidaste tan pronto?", la voz era ronca, y tenía un tono como de burla. Lelia lo miró mejor sin acercarse, pero lo único que alcanzó a ver fue su cabeza con el cabello negro y corto, y sus piernas, que parecían largas, por lo que supuso que debía ser alto; pero seguía sin entender sus balbuceos.
No lo conocía y se estaba comenzando a enojar.
Leila finalmente pudo recuperar un poco de su coraje gracias a la ira, que tiene la virtud de dar valentía, y respondió con la misma arrogancia: "¿Cómo voy a olvidar a alguien que no conozco?"
"Oh, pero sí me conoces, Leila, y me robaste algo", añadió el hombre con mucha tranquilidad, hablaba despacio y con el mismo tono burlón.
"No te he robado nada. ¿Y por qué sabes cómo me llamo?, ¿quién eres? ¿Estás haciendo esto por un rescate?", los nervios la volvieron a invadir, nunca había robado nada en su vida.
Además, el hecho de que él supiera su nombre le provocaba muchísimo miedo.
"No me interesa ningún rescate", respondió él, lo que dejó a Leila todavía más confundida, ahora no tenía ni idea de qué era lo que quería. Entonces el hombre continuó: "Después hablaremos de quién soy y cómo sé tu nombre. No solo me has robado algo, sino que también te negaste a devolvérmelo", seguía diciendo tonterías con su tono arrogante.
La ansiedad de la chica se estaba haciendo cada vez más grande: "¡Si crees que te robé algo, llama a la policía! No entiendo por qué me secuestraste. ¡Déjame ir!"; ella no había cometido ningún delito, y un secuestro era mucho peor que un robo.
"No hace falta llamar a la policía, podemos resolver esto nosotros mismos, Leila", el hombre no parecía estar preocupado en absoluto de que lo acusara de secuestro.
"¿Resolver qué?", gritó ella.
"Nuestra situación, eso que compartimos", su voz era tan fría como el hielo.
"¿Qué situación? No compartimos nada, no sé de qué estás hablando. Dime qué fue lo que te robé y qué es lo que quieres de mí".
"Lo haré, pero ten paciencia. Primero me robaste uno y luego rechazaste otro", dijo manteniendo el misterio y confundiéndola aún más.
"¿Qué fue lo que robé y rechacé? ¡Dime ya lo que hice o déjame ir!", gritó Leila con impaciencia, no soportaba la arrogancia de este hombre.
"¡Será mejor que te lo demuestre!", estas palabras sonaron como anuncio y amenaza al tiempo, y ella se quedó mirando la silla, que dio vueltas como un tornado y raspó el suelo cuando él se dio la vuelta.
Leila lo observó mientras se ponía de pie, era alto y bien formado, y vio su rostro por primera vez.
El hombre frente a ella era hermoso, tenía una cara bonita y un cuerpo deslumbrante, y se estaba moviendo hacia ella tan rápido como una pantera.
Entonces dio un paso atrás, pero fue demasiado tarde, la agarró por la cintura y la hizo retroceder contra el muro; lo único que Leila pudo hacer antes de que la acorralara fue dejar escapar un suspiro, y su respiración se cortó cuando él puso sus labios sobre los de ella.
Después, su lengua se hundió dentro de su boca, separándole los labios a la fuerza.
¡Recordaba ese sabor!, fresco como la menta y caliente como el chocolate.
Era él, lo supo cuando sus lenguas se enredaron, era el hombre que había besado en ese bar.
Todo este tiempo había estado hablando del beso.
Escuchó su propio gemido contra su boca mientras él la besaba con rudeza, sus manos estaban sobre ella, recorriendo cada una de sus curvas, mientras que las de ella reposaban sobre sus hombros y acariciaban su cabello.
¿Cómo se atrevía?, tenía que detenerlo, y también a ella misma.
Estaban en un hotel, y cuando Leila vio que al lado había un dormitorio, sintió el pánico apoderándose de ella; aunque había algo más, también sentía que se derretía como la nieve bajo su cálido toque.
Ella finalmente lo empujó: "¡Detente! ¡Detente, por favor! ¡Déjame ir!"
Para su sorpresa, el hombre simplemente la soltó.
Después, caminó hacia el sofá, indicándole que se sentara a su lado, y Leila no se atrevió a oponerse, sino que se sentó lo más lejos que pudo; luego él tomó una carpeta de la mesa y se la entregó.
"¡Firma esto y te dejaré ir!", explicó.
Ella lo miró con desconfianza ante de leer.
Su nombre era Nate Hill, ¡por supuesto había oído hablar de él!, era el director del Grupo Hill, una de las empresas más grandes de Londres, pero en realidad, Leila no sabía mucho más sobre él.
Alice lo había mencionado unas cuantas veces, decía que era tan atractivo como un modelo.
Y ella había besado a ese modelo.
Debía reconocer que su amiga tenía razón.
Nate era muy atractivo, casi tanto como arrogante y tóxico.
Todo en él era tóxico, su impresionante rostro, su cuerpo sexy y el sabor de sus labios, ¡puro veneno!
Cuando Leila leyó el último párrafo del documento, lo miró boquiabierta, con expresión de sorpresa y perplejidad, no podía creer lo que estaba viendo.
Ella solo lo había besado.
Sin embargo, Nate quería que fuera su esposa.
"Supongo que acabo de proponerte matrimonio", le dijo con una sonrisa diabólica.