Capítulo 74
1649palabras
2022-08-10 00:00
Laurel, con un delantal puesto, se encontraba activa en la cocina.  
Cuando vivía en el extranjero y carecía de dinero para poder comprar buena y sabrosa comida y así complacer a Ansel, se dedicó a ensayar todo tipo de platos y cocinó para su hijo de diferentes maneras. Todavía creía en que poseía extraordinarias habilidades culinarias.
Julie, quien la veía desde cerca, se sentó en un pequeño taburete junto a la puerta de la cocina. Ella miraba cómo se ocupaba Laurel, y no ocultaba su admiración. 

La niña no se contuvo en adularla y por eso la elogió con una voz clara y tierna: "¡Me parece que los fideos que estás haciendo deben estar muy divinos!"
Gregary, al escuchar el comentario de su hija, dijo con desdén. "Todavía no te los has comido. ¿Cómo puedes opinar que saben bien?"
Esta pequeña era una aficionada a la cocina. ¿De quién era hija? ¡Laurel solo pudo ganársela con un plato de fideos!
"Sí, está delicioso. Papi, tú todavía no lo has probado, ¡pero yo sí! ¡No te imaginas a qué sabe!" Evidentemente, a Julie no le había agradado el tono de Gregary al tratar de subestimar a Laurel.
Gregary, se dio cuenta de su falta, y no supo qué responderle a su hija.
Desde donde se hallaba, él veía a Laurel, y la examinaba de pies a cabeza.

Pudo ver que el cálido sol amarillo brillaba sobre ella a través de la ventana. Y se dio cuenta que era tan elocuente la imagen, que hasta el temblor de sus pestañas se podía detallar en su cara blanca y pura.
La escena parecía una pintura hermosa, en la que la suave expresión de su rostro tomando el sol estaba representada.
¡De repente entendió! ¿Por qué él estaba siempre propenso a romper sus principios una y otra vez por ella?
Era porque había una especie de aura, una cálida presencia a su alrededor que lo sustraía e inspiraba...

El mundo que rodeaba a esta mujer era cálido y tenía el poder de atraer a la gente para acercársele.
Él sentía lo mismo, y se dio cuenta que también Julie.
Fue así como comenzó a experimentar una sensación de alegría en su corazón.
Él estaba comenzando a querer a esta mujer.
Ahora sus pensamientos le dictaban que mientras ella estuviera dispuesta, él le permitiría ser su amante por el resto de su vida. Y si ella lo hacía feliz, él respondería consintiéndola.
"¡Prepara un plato para mí también!", dijo de repente el hombre.
Laurel, confundida, enmudeció y giró para mirar hacia la puerta de donde vino la voz.
Inadvertido, Gregary se condujo desde el comedor hasta la cocina y su esbelta figura se apoyó contra la puerta. Su hermoso rostro no tenía ninguna expresión, pero un destello de luz iluminaba sus ojos oscuros, que mantenían oculta una risa muy suave. 
Laurel, impactada por aquella presencia, estuvo en trance por un momento. Pero, se dio la vuelta y frió un huevo extra, y siguió en silencio.
Después que los fideos terminaron de cocinarse, Laurel caminó hacia el comedor con un plato para Julie.
"¡Julie, ven a comer, tus fideos ya están listos!", dijo.
"¡Hurra!", exclamó la niña.
Julie, como un gorrión feliz, acudió al llamado de Laurel, dejando de llorar como lo había estado haciendo tan fuerte e irracionalmente.
Gregary ocupó sitio en el asiento principal y pudo observar la cálida interacción entre Julie y Laurel. Luego se quedó mirando el plato servido a Julie con una cara infeliz. "¿Dónde está el mío?", preguntó.
¿Acaso esta mujer no había pensado en él? 
Laurel lo miró y con paciencia dijo: "¡El tuyo ya llegará!"
La criada, quien era la empleada encargada de la cocina, se acercó con un plato de fideos y se paró con respeto frente a Gregary. "Joven amo, aquí están sus fideos".
Gregary ni siquiera levantó la mirada para verla. Medio cerró sus ojos y con frialdad ubicó a Laurel en la mesa, quien estaba a unos metros de distancia.
Laurel lo ignoró y colocó las palmas de sus manos sobre la mesa, y solo se concentró en la comida de Julie.
La niña pequeña estaba muy satisfecha con la comida y tanto le gustaba que se la tragaba a grandes bocados.
Laurel, por su parte, también se sentía muy satisfecha de que la comida que había cocinado fuera reconocida por otros.
Por eso, al mirar a la pequeña y hermosa figura de la niña, sentía deseos de sostenerla en sus brazos y darle besos con fuerza.
Aunque Ansel igualmente era un niño lindo, había crecido muy rápido y alcanzó una madurez que le impidió seguir coqueteando con ella.
Si... Si aquella niña no se la hubieran arrebatado a la fuerza hace años, ¿sería tan linda como Julie?
Laurel la miraba y soñaba despierta. Ni siquiera se había dado cuenta de los gritos que estaba dando Gregary.
"Señorita Laurel, el joven amo... ¡la está llamando!", dijo la criada acercándose y en voz baja.
"¿Eh?", reaccionó Laurel, quien confundida volvió la cabeza y miró al hombre.
Él no podía echarle la culpa por no poder escucharlo. 
Si a ver vamos, la mesa del comedor tenía varios metros de largo y esa distancia hacía difícil escucharlo.
Ella había visto esta situación antes en la televisión. Decían que cuando la gente rica comía, necesitaban de un micrófono para comunicarse con la persona que estaba en el extremo opuesto de la mesa.
Pero en este momento, ella no estaba de acuerdo con él y no hizo otra cosa que responder con frialdad; además, pensó que era un poco exagerado lo que decía. Por otra parte, ella quería pensar en otras cosas.
"¿Qué dices? ¡Puedes hablar más fuerte!", dijo la mujer.
Sin embargo, el rostro de Gregary era sombrío y se había puesto irascible. Entonces no pudo soportar más esa situación y por eso le reclamó: "¡Ven aquí! ¿Qué diablos hiciste?", preguntó alterado.
Laurel sintió que se le hacía un nudo en el corazón. Ella arqueó las cejas y frunció el ceño muy confundida. "¿Por qué?", preguntó, y agregó: "¿Qué es lo que está mal?"
¿Acaso había gusanos o moscas en los fideos?
De acuerdo con la personalidad tan exigente de Gregary, si hubiera hallado algo sucio en los fideos, ella, pues, no tendría otra salida que morir en sus manos.
Se apresuró, tragó saliva con nerviosismo y preguntó en forma rápida: "¿Qué pasó?"
Gregary, que estaba usando los palillos para revolver los fideos, los colocó pesadamente sobre la mesa y la miró con ojos fríos. 
"¿Tú crees que yo puedo comer esto? ¡No quiero comer nada de origen desconocido!"
Obviamente, él era un tipo quisquilloso, y ahora solo trataba deliberadamente de meterse con ella.
Al mismo tiempo, no estaba de acuerdo con su hija. ¿Cómo podía ella tener una relación tan buena con Laurel? ¡Cómo podrían ambas ignorarlo!
¡Qué niña tan desagradecida!, pensó.
Pero no tenía cómo descargar la ira en su hija, que no llegaba ni a cinco años. Solo podía descargarla con Laurel.
Bien..., fue lo pareció flotar en el ambiente.
Sin embargo, Laurel lo único que quería era desmayarse.
¿Cómo este hombre que ni siquiera ha probado su comida está diciendo que no comerá lo que ella cocinó?
Seguro pensó que ella quería envenenarlo para que fuera impotente. O, quizá, que pondría laxante a la comida y así provocarle diarrea durante tres días y tres noches para que no caminara correctamente, o que no pudiera levantarse de la cama.
Pero ella todavía quería vivir y no tenía agallas para hacer nada de lo que él pudiera estar sospechando.
"¡Está bien! ¡Si tú no quieres comer, entonces yo me la comeré!
Laurel se sentó a la mesa, recogió los palillos y se comió los fideos, luego pinchó un trozo de huevo y se lo llevó con tranquilidad a la boca.
Puso a un lado los palillos y se limpió la boca con una toalla de papel. Y dijo satisfecha: "Mira, te das cuenta, pues, no me envenené, y no era mi intención matarte tampoco, ¿verdad?"
“...”
Aún enojada, su mirada era sensual y, por lo tanto, se hacía más interesante. 
Cuando Laurel vio que él se había calmado, se volvió hacia la criada que lo atendía y le ordenó: "¡Por favor, señora, traiga otra porción de fideos que quedó en la olla!".
"Sí señorita...", dijo la criada.
Sin embargo, antes de que la criada terminara de hablar, ya Gregary llevaba consigo los fideos frente a la mirada de Laurel.
Y se podría decir que tal como el viento barrió las nubes residuales, en menos de un instante, Gregary terminó de comer su plato de fideos.
No había quedado lleno todavía y por eso le preguntó a la criada que estaba a su lado: "¿Ella dijo que quedaba un plato más? ¡Tráemelo!", ordenó.
Quienes veían la escena se quedaron pasmados. 
Gregary y Julie eran dos personas difíciles de complacer ordinariamente. Se podía afirmar que más de una docena de los mejores chefs del mundo lo habían intentado; de hecho, en una oportunidad se lucieron con una lluvia de ideas y frieron a más no poder durante una noche para hacer un desayuno, pero aún así fue un problema satisfacerlos.
Lo más curioso y que parecía ahora asombroso, era ver cómo Laurel fue capaz de satisfacer las exigencias de estos dos monstruos con apenas un sencillo plato.
¿El joven amo había comido fideos? ¿Solo un simple plato de fideos de huevo con vegetales?
Todos estaban conmocionados y, al mismo tiempo, se habían quedado petrificados. Ellos comenzaron a admirar la habilidad de Laurel.
Igualmente, pero ya en secreto, pensaron que tenía un futuro prometedor y pronto hasta podría convertirse en la anfitriona del castillo. Ahora, parecía que tendrían que halagarla.
Al ver que Gregary se había acabado toda la comida hasta el fondo del plato, Laurel se quedó impactada y no pudo evitar la pregunta: "¿Entonces, te gustó?"