Gregary preguntó una vez más: "¿Le quieres ser fiel a tu hombre?".
La chica no daba crédito.
¿Ahora resultaba que tenía un hombre?
Al escuchar esto, Laurel dejó de llorar. Abrió los ojos y miró confundida al sujeto que estaba encima de ella.
Se estremeció al ver sus ojos, ¡parecía que estaba enojado otra vez!
Estaba aterrorizada pensando en la mujer que había visto en el suelo cuando entró a la habitación, por eso no se atrevía a moverse. Simplemente lo miraba con sus ojos llorosos y grandes.
Entonces él tomó la actitud de la joven como un permiso silencioso. ¡Además, había llegado a la conclusión de que ella le tenía miedo!
Gregary cerró los ojos y respiró profundamente. Luego se dio la vuelta y se envolvió con una toalla.
En el momento en que la soltó, Laurel se refugió en una esquina de la cama, abrazando el edredón contra su pecho.
Gregary se sentó a un lado, puso sus manos sobre su frente hinchada y dijo casi sin aliento: "¡Ve a prepararme el baño!".
Por un momento Laurel se quedó atónita, pero rápidamente siguió sus instrucciones.
Se escuchó una voz fría detrás de ella: "¡Quiero un baño de agua helada".
"¡De acuerdo!". La mujer sintió algo de esperanza. Sabía que Gregary por fin la dejaría ir. Corrió descalza al baño, llenó la tina con agua fría y gritó: "¡El baño está listo!".
Gregary entró al baño y sus ojos se posaron en sus pies descalzos.
"¡Sal de aquí! ¡Espera afuera!".
"¡Enseguida!". En cuanto escuchó esas palabras, Laurel sintió como si un conejito feliz brincara dentro de su pecho, pero estaba consciente de que una bestia salvaje la perseguía. Dio media vuelta y salió corriendo sin mirar atrás.
Gregary pudo ver todas sus acciones con claridad. Cierto disgusto apareció en sus ojos.
Se quitó la toalla y se metió al agua. Finalmente, su cuerpo caliente se alivió un poco.
En cuanto cerró la puerta, Laurel dejó escapar un largo suspiro de alivio. Cada uno de sus nervios y tendones se relajaron de inmediato. Sus piernas se aflojaron y se sentó escurriéndose en el suelo, como si fuera un charco derretido.
Esa lujosa habitación era un infierno para ella. No quería quedarse ahí ni un segundo más, por lo que decidió abrir la puerta para salir corriendo.
Pero en ese momento, se escuchó un leve gemido.
Laurel se detuvo de inmediato y volteó a mirar la puerta del baño.
¿Qué está pasando? Ella lo dejó solo en el baño pero, si algo le sucedía, ¡ni ella ni Ansel saldrían vivos del castillo!
¡Ese hombre apareció en su vida solo para torturarla!
Laurel cerró la puerta con resignación dudando si debería preguntarle si estaba bien. Caminó hacia el baño, pero terminó dándose la vuelta y se sentó en la esquina de la cama, furiosa.
¿Por qué debería preocuparse por él? Si se congelaba o se asfixiaba, probablemente sería lo mejor.
Un sinfín de pensamientos perversos invadieron su mente. Extendió los brazos y se recostó en la enorme cama que, por cierto, estaba sumamente cómoda.
El silencio inundó la habitación, solo se escuchaba el tictac de un reloj antiguo que colgaba de la pared. El tiempo transcurría lentamente. En cierto punto, la mujer ya no escuchó más sonidos provenientes del baño.
Laurel estaba agotada, por lo que después de un rato se quedó dormida.
Un sobresalto la despertó de súbito. Se dio cuenta de que estaba cometiendo un grave error. ¿Cómo podía dormirse en un lugar como ese?
Definitivamente, Laurel tenía una veta intrépida en ella.
Miró el reloj y descubrió que se había quedado dormida por una hora.
¡Una hora! ¡Ay dios mío! ¿Pero dónde estaba Gregary Stewart?
Pensó lo peor. Se levantó de un salto e inmediatamente abrió la puerta del baño. "¡Gregary! ¿Estás bien?".