Su cuerpo temblaba de rabia. Le había dado a Gregary una bofetada casi por reflejo.
Muy molesta le reclamó: "¿Qué tipo de persona crees que soy? ¿Una p*ta? No me importa si eres rico, ¡eso no te da derecho a controlar la vida de los demás como si fuéramos títeres!".
La bofetada que le dio fue tan fuerte que dejó sus cinco dedos marcados en el impecable rostro de Gregary.
Sin decir una sola palabra, el hombre se acomodó el pelo y se limpió la comisura de los labios con el pulgar.
Daba la impresión que estaba pensando en algo diabólico para vengarse. Laurel se moría de miedo, no sabía cómo iba a reaccionar.
Contestó con sarcasmo: "Si eres rico y lo suficientemente capaz, puedes manipular y controlar la vida de otras personas. ¿No es así?". Su voz parecía un leve rugido y su mirada se endureció en un instante.
De pronto, la tomó por las muñecas y la sujetó contra la puerta. Sus cuerpos se estaban rozando. Él se acercó y besó su pequeña boca. Le dijo con voz baja: "¡Eres demasiado traviesa!".
Sus labios eran dulces, pero al mismo tiempo bastante escandalosos. ¡Mucho mejor que los mantuviera cerrados!
Laurel estaba estupefacta. Finalmente entendió la droga de la que hablaba Atwood.
Ella perdió completamente la calma y comenzó a luchar ferozmente. "¡Déjame ir! ¡No quiero! ¡No!".
Todo fue inútil, ya que solo hizo que Gregary la aprisionara con más y más fuerza.
Laurel sintió que quería morir. Sus ojos se abrieron y de un momento a otro lo mordió con fuerza.
Gregary trataba de luchar contra el efecto de la droga, por lo que no pudo evitar que lo mordiera como lo hizo la última vez. La sangre comenzó a salir por la comisura de sus labios.
"¡Oye!, ¿sabes lo que te costará haberme mordido?".
Laurel estaba furiosa. Podía sentir la sangre hirviendo en su cabeza, tanto que deseaba sacar un cuchillo y matarlo. Pero en realidad, no había mucho que pudiera hacer.
Una vez más, Gregary besó los labios de la chica.
Él no era experto con las mujeres, pero dado su estatus social y el entorno en el que se encontraba, definitivamente sabía manejarse con ellas. Aunque no era de ese tipo, había visto a muchos hombres ricos de su misma edad jugando con sus esposas.
Cada vez que los veía tratando complacerlas, se burlaba de ellos.
Fue hasta entonces que comprendió por qué hacían eso.
Estaba completamente enamorado de su aroma y no la dejaría escapar por nada del mundo.
La agarró por la nuca y le dijo que no se moviera. Incluso le pellizcó la barbilla con una mano para asegurarse que lo besaría obedientemente.
Laurel no podía hablar. La abrazó con tanta fuerza que sintió que la estaba asfixiando.
Intentó defenderse, pero terminó dándose por vencida. En ese momento tuvo una extraña sensación de abandono. Fue callándose gradualmente, resignándose a ser violada.
Cerró los ojos con fuerza, sin embargo, no pudo contener las lágrimas que silenciosamente se deslizaron cayendo en cascada por sus mejillas como un collar de perlas.
Gregary saboreaba sus lágrimas en sus labios. Su cuerpo se estremeció y sus ojos se abrieron como platos.
Le excitaba verla debajo de él, callada y quieta, llorando.
Aunque la indiferencia de la chica lo hizo sentir como si alguien le echara un balde de agua helada. Eso hizo que comenzara a perder el interés.
Su rostro se oscureció y dijo con voz ronca: "¿Querías reservar tu castidad para el hombre de tu casa?".