Capítulo 30
847palabras
2022-07-19 13:52
Aunque Diana estaba platicando con Julie, en realidad su mente andaba en otra parte. Estaba al pendiente del más mínimo movimiento de la puerta. 
Miró el reloj de la pared, se excusó con Julie y salió de la habitación, dirigiéndose al estudio de Gregary.
Justo cuando iba a tocar, alguien repentinamente abrió la puerta.

Se encontró con un hermoso rostro. Pero no era el hombre que esperaba ver.
"¡Ah! ¡No me veas! ¡Idi*ta!". Rápidamente se tapó sus senos, pero no alcanzó a cubrirse lo demás.
Temía que el café no hubiera sido suficiente, así que decidió darse un baño con leche y pétalos de rosa y, con la intención de excitar a Gregary, se puso un fino camisón de encaje.
Aunque no un simple camisón, en realidad lo que traía puesto era lencería sexy.
Atwood la miró y se le desorbitaron los ojos. 
"¡Demonios!". No pudo evitar maldecir cuando se toparon de frente tan sorpresivamente.

Sus dudas se disiparon. ¡Estaba tratando de seducir a Gregary!
Sin embargo, como era de sus pocos amigos, por supuesto que sabía que Diana no era su tipo. Corría el rumor de que si ella se quitaba la ropa y se acostaba desnuda en su cama, Gregary no tendría ningún interés en ella.
Pero la mujer que estaba frente a Atwood no era cualquiera, ¡era la madre de Julie!
La situación no se veía bien y probablemente debería salir corriendo. ¡Su principal preocupación en este momento era encontrarle una mujer a Gregary!

Podría apostar una bolsa llena de carne seca picante a que echaría a Diana en menos de dos minutos.
Era una pena que nadie apostara con él. "¡Ah, qué soledad!".
"¿Johnny?, te hablo para pedirte que me consigas a las chicas que me mencionaste. ¡Pero asegúrate de que estén limpias y envíalas al castillo lo antes posible!".
Atwood colgó el teléfono. Estuvo pensativo por un momento antes de enviarle un mensaje de texto a Martha. "Cariño, ¡necesito un poco de carne seca picante ahora mismo!".
"¡Vete a la m*erda!". La respuesta llegó como un relámpago.
Atwood miró al cielo y guardó su teléfono. Le urgía conseguirle unas chicas a Gregary, lo más pronto posible.
Seguramente serían de paso, pero se dio cuenta que la mujer de anoche ¡logró flecharlo!
...
Al mismo tiempo, Laurel y Martha se habían ido de compras con Ansel.
Después de enterarse de lo que le había sucedido a su ahijado, Martha los invitó a dar una vuelta, sugiriendo que al muchacho le haría bien distraerse.
Lamió el helado que tenía en la mano y gruñó indignada: "Laurel, ¿cómo puedes tener tan buen temperamento y logras soltar las cosas así tan fácilmente?". Continuó: "Si yo fuera tú, hubiera molido a golpes a ese sujeto y me hubiera asegurado de que se tragara sus dientes".
Laurel revivió la escena en el parque de diversiones. Se estremeció cuando recordó al montón de guardaespaldas. ¡La miraron como si fueran a comérsela viva!
Volvió a mirar al muchacho, que estaba saboreando su helado, y le dijo a Martha en voz baja: "¡Preferiría que Ansel no tenga ningún contacto con Gregary! ¡Sería mejor que no nos volvamos a ver!".
De repente, un pensamiento pasó por la mente de Martha. Sus hermosos ojos se abrieron como si acabara de descubrir algo sorprendente. Se exaltó y dijo: "¿Es en serio? ¿Será que Gregary es ese hombre?, mmm...".
"¡Pero qué fuerte!". Laurel se horrorizó y por instinto le tapó la boca a Martha con la mano. "¿Cómo crees? ¡No es él!".
Muy en su interior, se resistía a aceptarlo, por lo que ni siquiera se le había ocurrido aventurarse ahí.
Confundida, Martha levantó las cejas y volteó a ver a Ansel.
Cuando vio que su madrina lo miraba, sonrió, dejando al descubierto sus pequeños y afilados colmillos. ¡Se veía adorable!
El corazón de Martha se derritió instantáneamente. Ella solo deseaba darle lo mejor del mundo.
¿Cómo era posible que un niño tan encantador fuera hijo de alguien tan despiadado como Gregary Stewart?
Le agarró los cachetes a Ansel y lo besó una y otra vez. "¿Qué más quieres comer? ¡Te compro lo que quieras!".
"Madrina, mi panza está llena. ¡Vamos a casa!". Ansel siempre había sido un niño sensato, consciente de lo duro que era para su mamá tener que criarlo sola.
Fue desgarrador ver cómo ese niño tuvo que madurar antes de tiempo debido a una vida difícil.
"¡Buen chico! ¡Vayamos a casa!". Laurel sonrió y le acarició cariñosamente la cabeza al muchacho.
El mensaje de texto de Atwood apareció de nuevo. Martha vaciló por un momento y dijo: "Laurel, ¿podrían esperarme aquí? ¡Necesito comprar algo!".
"Maldito Atwood, ¿qué le pasa hoy? ¿No puede ocuparse él mismo de sus necesidades como un adulto? ¡Espero que esta carne seca picante le queme la lengua!".
Tan pronto como Martha se fue, un auto deportivo color naranja se detuvo frente a ellos.
La puerta se abrió y un hombre, que portaba un par de gafas de sol, salió del coche. Mientras hablaba, esbozó una sonrisa de oreja a oreja:
"Señorita Laurel Kelly, ¿me acompaña por favor".