Albert empujó la puerta del estudio para abrirla y, una vez dentro, le entregó a Gregary una bolsa de papel marrón llena de documentos.
"¡Sr. Presidente, aquí esta toda la información sobre la Srta. Laurel Kelly!".
El hombre levantó la vista y miró la bolsa de papel en las manos de su asistente, pero no quiso recibirla.
De pronto, una imagen pasó por su mente. En ella vio a aquella madre e hijo en el parque de diversiones, junto a una expresión amarga y hostil en sus rostros.
Por ende, se inquietó y desvió la mirada. "¡Eso ya no es necesario! Ve y prepara los detalles para la reunión de mañana".
"¿Ah?". Albert se quedó sorprendio frente a su respuesta. ¿No le pidió el presidente que investigara los antecedentes de la Srta. Kelly ayer?
Si bien ese asunto se retrasó debido al secuestro de la jovencita, ¡todavía estaba preocupado de que su jefe lo culpara por su falta de eficiencia!
¿Por qué de pronto ya no la quería?
"¿Y bien? ¿Tienes alguna pregunta?", le dijo mientras lo miraba.
"¡No! ¡Claro que no! ¡Iré ahora mismo!". Albert dejó inmediatamente de lado su curiosidad, tomó la bolsa de documentos y salió del estudio.
Sin embargo, no esperaba encontrarse con Diana, quien tenía una taza de café y estaba a punto de subir las escaleras.
"Buenas noches, Albert. ¿Ha terminado Gregary de trabajar? Es que quiero llevarle una taza de café, ¿crees que lo interrumpa?", dijo la mujer con una suave y gentil voz.
El asistente estaba varios peldaños más arriba que ella en la escalera.
Por lo tanto, al llevar un sexy vestido de escote en V tan pronunciado, que apenas llegaba al ombligo, se quedó sorprendida cuando quedó a la vista de Albert.
Ante esto, las puntas de las orejas del hombre se pusieron rojas y no supo a dónde mirar. Así que, la dejó pasar de inmediato y tartamudeó; "¡Srta. Ro... Ross, por favor!".
Ella se dio cuenta de la reacción del asistente, y sus delicados labios rojos se curvaron en una sonrisa orgullosa.
"¿Un simple asistente como él? ¿Qué se ha creído? ¡Qué tonto de su parte pensar por un segundo que podría salirse con la suya!", suspiró para sí misma.
Entonces, miró la taza de café "especial" que tenía en la mano y pensó; "Cuando Gregary se case conmigo, lo primero que le pediré será que despida a ese tal Albert".
Diana continuó subiendo las escaleras con la taza de café en la mano, mientras él giró la cabeza y, mirando su espalda alejándose más y más, no pudo evitar pensar en lo maravillosa que era.
Su fascinante mirada y voluptuosa figura la hacían realmente encantadora.
Era una pena que ella perteneciera al presidente. Como territorio prohibido, estaba completamente fuera del alcance de personas como él.
Por otro lado, Diana se paró frente al escritorio, y observó al hombre profundamente concentrado en su trabajo. Aquella escena hizo que su corazón se acelerara involuntariamente.
¡Qué impresionante era ese hombre!
Gregary era en verdad sumamente guapo, y tenía facciones robustas y atractivas, pero delicadas. ¡Incluso si fruncía el ceño, parecía un personaje sacado de un buen cuadro!
¡Dios mío! Sin importar cuántas veces haya visto ese rostro, ¡no podía evitar gritar por dentro!
El Sr. Stewart percibió el penetrante aroma de un perfume y frunció el ceño. De repente, levantó la cabeza y miró a la mujer que tenía delante, quien tenía una expresión claramente obsesiva en su rostro, la cual era casi literalmente babeante.
Por otro lado, los ojos del hombre eran serios, y ni mencionar su tono de voz. Además, estaba muy impaciente. "¿Qué pasa? ¿No se supone que debes estar acompañando a Julie?".
Al escucharlo, sintió que su espíritu se apagaba y un rastro de tristeza se hizo presente en sus ojos. "¡Gregary, te he preparado una taza de café! ¡No me gusta que trabajes tanto!".
Su preocupación por él se hizo evidente en aquellas pocas palabras.
El Sr. Stewart miró la taza de café en su mano con el rostro inexpresivo. Entonces, volvió a mirar su trabajo y dijo; "Déjalo aquí. ¡Ya puedes irte!".
La sonrisa en el rostro de la mujer se congeló por un momento. Si la alejaba, su plan sería en vano.
"Bueno, puedes seguir trabajando. Pero antes, te daré un masaje en los hombros, ¿de acuerdo? ¡Me rompería el corazón si te cansas demasiado trabajando!".
"¡Solo ve abajo! ¡No me hagas decirlo por tercera vez!". Gregary perdió la paciencia y no pudo evitar levantar la voz.
Diana se detuvo, con los ojos enrojecidos por el mal trato, y se fue del lugar a toda prisa.
De todos modos, ella se quedaría en el castillo toda la noche; y mientras bebiera el café, la buscaría enseguida. No era para nada probable que prefiriera encontrar una insignificante sirviente en el castillo.