La idea de que Laurel tuviera que trabajar en ese lugar por dinero hizo que Meroy se sintiera terrible. Más aún después de descubrir que, a raíz de ello, se aprovecharon de su hija.
Ella creía que todo se debía a que eran muy débiles e inútiles como padres, de lo contrario, sus hijos no tenían que sufrir tales agravios.
Si aquel incidente no hubiera ocurrido hace cinco años, Laurel podría graduarse felizmente de la universidad y casarse con un hombre de confianza. Por tanto, no hubiera necesidad de que ella sufriera así.
Cuanto más pensaba en ello, más triste se ponía y las lágrimas no se hicieron esperar, así que se las secó a espaldas de su hija.
"¡Mamá! ¡Por favor, no llores por mí! ¡Sé lo que estoy haciendo! Ya no trabajaré allí, ¡confía en mí!", dijo con impotencia Laurel.
"¿En serio?".
"¡Sí! ¡Por favor, ya no llores mamita querida!".
...
Un imponente castillo con vista al mar, lejos del ajetreo de la vida urbana, se alzaba replandeciente contra el cielo estrellado, cegando a sus espectadores con la deslumbrante luz que lo rodeaba en toda su majestuosidad.
El ruido del motor de un automóvil rompió el silencio, y una limusina negra se detuvo frente a la entrada del castillo después de pasar por varios metros de césped del tamaño de campos de fútbol.
Un entrenado guardaespaldas abrió la puerta del coche, e inmediatamente un par de piernas largas envueltas en un pantalon de vestir hecho a medida salieron de él. Entonces, miró hacia arriba y se encontró con un apuesto caballero y una linda niña en sus brazos.
Ante esto, los ojos de todos los que esperaban en la puerta se iluminaron.
La primera persona que se adelantó fue una hermosa mujer de aspecto glamuroso. Su esbelta figura y su tez clara eran visibles desde lejos. Llevaba una falda de cola de pez de color rojo intenso que se ajustaba perfectamente a su figura y, en la oscuridad de la noche, parecía una rosa en plena floración.
Además, sus sensuales y grandes ojos eran expresivos, y sus contornos, exquisitamente formados.
Mientras caminaba, balanceando sus caderas, su ondulado y castaño cabello se movía de un lado a otro, desprendiendo una sexy confianza.
"¡Mi hija! ¡Mi niña! ¡He estado tan preocupada por ti!".
Un chasquido urgente y entrecortado de tacones se escuchó sobre el cemento cuando la mujer corrió hacia Gregary y Julie.
Entonces, el hombre sintió de pronto un brazo enganchado alrededor del suyo.
Sus ojos se posaron directamente en el brazo de la mujer que lo sujetaba, sus gruesas cejas se fruncieron gradualmente y su rostro se tornó sombrío. No pasó mucho tiempo para que sus delgados labios se abrieran un poco y dijera; "¡Suéltame!".
Con el corazón latiendo sumamente fuerte, Diana Ross miró al alto y poderoso hombre frente a ella.
Este excelente, noble y despiado varón era su prometido, ¡su futuro esposo!
Aunque no estaba muy contenta con su comportamiento, no se atrevió a cruzar la línea y, lentamente, aflojó su agarre.
"Gregary, no seas tan rudo conmigo, ¿de acuerdo? Estaba muy preocupada cuando me enteré que Julie había desaparecido. Gracias a Dios la has encontrado, porque si no, no sé que habría sido de mí. ¿Cómo está nuestra hija? ¿Está herida?".
La imagen de una hermosa dama con los ojos llorosos haría que el corazón de cualquier hombre se derritiera fácilmente, cualquiera a excepción de Gregary.
Sus negros y afilados ojos examinaron rápidamente a la mujer, y un rastro de disgusto e impaciencia brilló en ellos. Entonces, sus atractivos y delgados labios se curvaron en una mueca de complicidad. "Sra. Ross, ¿no puede ver por sí misma cómo está Julie?".
"Pero...". Aquello dejó atónita a Diana.
A decir verdad, desde el momento en que el auto se detuvo, su atención solo fue para el hombre, dejando a su hija de lado.
Por lo tanto, al no tener forma de defenderse, se echó a llorar de inmediato.
"Gregary... ¿Por qué tienes que humillarme así? Ella es mi hija, la niña que di a luz después de 10 meses de embarazo. ¿Cómo no voy a quererla? ¡Julie, ven aquí, deja que mamá te abrace!".
La Sra. Ross no consiguió la atención que buscaba del hombre, así que recurrió a Julie.
"Mami...". Cuando vio que Diana le tendía los brazos, el pequeño cuerpo de la niña se estremeció en una respuesta aparentemente automática.