Capítulo 11
798palabras
2022-07-13 16:56
Gregary no se sentía para nada avergonzado, ni siquiera ocultaba el estar mirando el cuerpo de Laurel. Mientras lo hacía, sus atractivos labios se torcieron en una sonrisa diabólica.
Sin embargo, eso no impidió que Laurel se fuera. Entonces, se puso de pie tranquilamente y de muy buen humor dijo:
"¡Albert, ya puedes entrar!"

Albert era su ayudante especial. Había estado esperando en la puerta con sus hombres durante un tiempo para cerciorarse de que nadie molestara a su jefe dentro de la habitación.
Él apoyó en las palmas de las manos la ropa limpia que traía consigo, bajó la cabeza y se quedó de pie a un lado sin despegar la mirada del suelo.
Pensó en Laurel, que parecía estar llorando cuando salió corriendo de la habitación y preguntó: "Señor Stewart, ¿cómo deberíamos tratar a esa mujer?".
"¡La quiero! Busca todo lo que tenga que ver con ella. El trabajo aquí ya no le conviene. ¡Ve y despídela!" Gregary habló en un tono asertivo y autoritario.
Aunque Albert estaba acostumbrado a la manera de hacer las cosas de su jefe, preguntó vacilante: "¿Quieres que le pregunte su opinión antes de tomar la decisión de..."
Antes de que terminase de hablar, Gregary dejó de abotonarse las mangas y se volvió para observar a su ayudante con una mirada fría. "¿Estás cuestionando mi autoridad?"

"¡Por supuesto que no! ¡Lo haré de inmediato!" El chicho salió corriendo de la habitación a toda prisa, refunfuñando para sí mismo. 
No era de extrañar que Gregary no tuviera una mujer a su lado a pesar de su éxito y su reputación. Él mismo se buscó su soltería.
¡Con un carácter tan autoritario, debe haber asustado a todas las mujeres que se le presentaran!
En la sala del descanso, Laurel estaba que echaba humo por las orejas.

Se miró al espejo. Las comisuras de su boca presentaban rasguños y su cuello estaba lleno de moretones de color morado oscuro y rojo. No se atrevía a seguir mirando más allá de su cuello. Tenía arrancado un botón de su camisa, dejándolo prácticamente inútil para ocultar el desorden que había debajo de su ropa.
Pero, sobre todo, estaba enfadada consigo misma. ¿Por qué no podía ser más decidida?
Aunque no podía recordar todo lo que había pasado la noche anterior, parecía que había accedido a acostarse con ese hombre, a pesar de sus dudas.
Sus delicadas cejas se alzaron al recordar la situación.
No importaba cuánto extrañara estar con un hombre, ella sabía que no iría tan lejos como para tener sexo con un desconocido solo para satisfacer su deseo sexual.
Vagamente podía recordar al hombre que la obligó a beber una copa de vino anoche con la que, casualmente, comenzó a sentirse mareada. ¿Qué le habían echado a esa copa?
Después de meditarlo, la chica dio en el blanco. No obstante, fue Mary quien se las había arreglado para alterar el vino a espaldas de Laurel. Sin embargo, teniendo en cuenta que su compañero no era otro que Gregary Stewart, quien era conocido por ser despiadado, fue muy cautelosa para no exagerar en lo que respecta a la dosis.
Si Gregary lo hubiera bebido, eso solo lo habría hecho disfrutar más. Para una idiota emocional como Laurel, las cosas habrían sido muy diferentes.
Una joven de veinticinco años era como la fruta madura en sazón, lista para ser disfrutada en toda su plenitud. Si alguien la ponía en una habitación con un hombre tan atractivo como Gregary, no era de extrañar que no pudieran resistirse a actuar por las chispas que se encendían entre ellos.
Laurel, que aún no sabía la verdad, rápidamente asumió que había sido Gregary quien la había drogado y se enojó aún más.
Al pensarlo, apretó los dedos con fuerza. Deseaba volver corriendo a la habitación para apuñalarlo por todo el cuerpo.
Justo cuando estaba a punto de volverse completamente loca, una voz clara y llena de ansiedad atravesó la puerta. "¿A dónde fuiste anoche? ¿Por qué no te llevaste el móvil? ¡Te he estado buscando por todas partes!"
Sus tacones altos hicieron un chasquido distintivo mientras entraba en la habitación. Martha dejó escapar un largo suspiro de alivio cuando vio a Laurel sentada dentro.
Se pasó toda la noche buscándola. Sus ojeras la delataban. Le enojó un poco ver que Laurel estaba sentada dentro de la habitación como si no pasara nada.
Estaba a punto de dejar escapar un suspiro antes de que volviera a contener el aliento.
Al ver los moretones y marcas en los labios y cuello, la palidez de su rostro y la mirada afligida, los ojos de Martha la miraron incrédula. De repente, un estallido de ira ardió en su pecho. "¡Laurel! ¿Quién es el bastardo que te ha hecho esto? ¡Dímelo, lo mataré ahora mismo!"