Ansel, todas las noches, antes de irse a la cama, insistió en chatear por video con Hogan. Ellos, aunque no se habían visto nunca en persona, empezaron a compartir una relación muy estrecha.
Por eso Hogan sonrió con amor mientras sostenía a Ansel en sus brazos y le daba un gran beso en la frente. Luego miró a Laurel y le reclamó: "¿Por qué no me dijiste con anticipación que vendrías? ¡Hubiéramos podido ir al aeropuerto a recogerte!"
Laurel miró a Hogan con atención y recordó que hace cinco años, poco antes de que su familia sufriera aquel desafortunado asunto, su hermano perdió las piernas en un accidente automovilístico y tuvo que pasar mucho tiempo en el hospital recuperándose.
En aquel entonces, Hogan era un estudiante destacado y talentoso de la Universidad B. Entonces él pensaba que podría tener una vida profesional exitosa después de graduarse. Pero nunca imaginó que sufriría tal accidente. Durante un tiempo él estuvo desmoralizado y muy deprimido. En sus días de mayor oscuridad, decía que prefiriera estar muerto, pues pensaba que era una opción mucho más ventajosa que continuar con vida.
Pero desde que su familia fue alcanzada por aquella desgracia, había asumido la responsabilidad de cargar sobre sus hombros el peso de lo acontecido, todo esto lo había ayudado a transformar su actitud desanimada y hacerse de una visión más tranquila y optimista sobre el futuro.
Laurel, sin embargo, al verlo, se secó las lágrimas y gritó: "¡Hermano!"
"¡Es tan bueno que hayas regresado!", dijo recobrando el entusiasmo: "¡Vamos, entremos a la casa!" Él, a diferencia de Clement y Meroy, quizá debido al sufrimiento físico y mental que le había tocado vivir, se convirtió en una persona más resistente y tranquilo.
"¡Bien! ¡Entra a la casa!" Y Meroy encaminó sus pasos hacia el interior de la casa con Ansel en brazos.
Ya dentro de la casa, Meroy siguió inquieta por saber qué había sido de sus vidas durante todos estos años. Pero sus lágrimas no dejaban de brotar. "Laurel, todo es culpa nuestra", dijo, y agregó: ¡Si no fuéramos tan inútiles, ustedes dos no hubieran tenido que haber sufrido tanto!"
Laurel avanzó, se sentó junto a su madre, y secó las lágrimas que le salían: "¡Mamá, todo está bien ahora! ¡Por favor, deja de culparte por el pasado! ¡Ven, Ansel, siéntate al lado de tu abuela!", dijo ella con ánimo de calmarla.
"¡De acuerdo!", exclamó Ansel y saltó del taburete para sentarse al lado de Meroy. "¡Abuela, por favor no llores!", rogó.
Ante la exhortación del nieto, Meroy inmediatamente se echó a reír. ¡Qué niño tan adorable era él! ¡Gracias a Dios que Laurel también lo pudo parir en ese momento!, pensó tras mirarlo con satisfacción.
Clement, por su parte, permanecía contenido, se ponía tenso y de repente se relajaba. Él tenía un profundo deseo de abrazar a Ansel, pero le preocupaba que ese gesto pudiera molestar a Laurel. Por lo tanto, no tuvo el coraje de acercarse al niño.
Los errores cometidos en el pasado habían corroído su autoridad moral en el seno familiar. Ahora que su vida estaba por finalizar, pensó extrañamente que con su muerte alcanzaría la sensación de alivio que anhelaba.
A la hora de la cena, Meroy se ocupó en la cocina, por lo que Ansel colocó un pequeño taburete junto a la puerta y se sentó allí para mirar a su abuela.
Los dos hablaron y rieron, lo que hizo que para la abuela y su nieto fuese un tiempo feliz y armonioso.
Laurel los miró y luego volteó hacia otro lado y develando una mirada seria se dirigió a Clement con una pregunta: "Papá, ¿quién demonios era esa persona a quien tú le debías dinero?"
Ella pensó que su padre sabría explicarle los pormenores de tan lamentable histotia que les tocó vivir. Pero Clement, simplemente, negó con la cabeza. Era evidente que un enorme sentimiento de culpa lo envolvía. "¡Yo tampoco lo sé!", dijo.
En los últimos cinco años, él estuvo tratando secretamente de descubrir la verdad acerca de aquel asunto, también deseaba saber cómo estaba aquel otro niño que esa gente se había llevado.
Inesperadamente, de la noche a la mañana, aquellos usureros que le tendieron la trampa parecían haber desaparecido. Él no tenía ninguna forma de verificarlo, por lo que al cabo de un tiempo se tuvo que dar por vencido.
A Laurel le dolía el corazón cada vez que pensaba en el hijo que le habían arrebatado. Sin embargo, al ver los mechones blancos en el cabello de su padre, no halló el coraje para seguir cuestionándolo. Por eso, su voz se suavizó y cambió de tono. "Papá, ¿cómo te sientes ahora?", le preguntó.
Al darse cuenta que su hija todavía se preocupaba por él, Clement de inmediato se animó y sus ojos, rodeados de arrugas, brillaron de alegría. "¡Estoy bien! ¡Estoy bien, no te preocupes por mí!", respondió brioso.
Sin embargo, los ojos de Laurel se llenaron de dolor a pesar del esfuerzo que hacía por mantener la calma. Su padre era un paciente con cáncer de pulmón en etapa avanzada. ¿Cómo podría estar bien?
Ella, viéndolo, recordó cuando era una niña y él la sentó sobre su cabeza y comenzó a cabalgarla.
Por esta razón, Laurel había tomado una decisión, y así se la comunicó: "Papá, muéstrame tus registros médicos. ¡Mañana iremos al hospital y buscaremos un médico que te atienda".
"No. Ya yo soy un viejo de todos modos. Esta enfermedad es incurable. Además, ¡sería una pérdida de dinero!"
"¡Por favor, quiero que esta vez me escuches!", expresó ella con un duro tono.
Tras escucharla, Clement se atemorizó por la forma en que hablaba su hija.
Ella había estado viviendo en los últimos años en el extranjero de manera frugal, y se las había arreglado para ahorrar algo de dinero, pero la cantidad que tenía no era suficiente para curar la enfermedad de su padre. Ahora estaba urgida, por lo que tenía que encontrar un trabajo en China lo antes posible.