Cinco años después.
La imagen detallaba a una hermosa figura, de tipo esbelta, que estaba parada en la puerta de un apartamento desgastado ubicado en el lado este de la Ciudad B.
Llevaba el cabello de color negro atado en una simple cola de caballo. También llevaba puesta una boina de color vino, un cortavientos de tono oscuro y un par de tacones altos. De tal figura se desprendía un aire tranquilo de elegancia y sofisticación.
Esta mujer traía una maleta marrón en una mano y al mismo tiempo sujetaba a un niño pequeño con la otra. Juntos, ellos entraron en un callejón que tenía un aspecto destartalado.
Por su parte, el niño también usaba una boina, muy parecida al sombrero que lucía la mujer que iba a su lado. Él estaba vestido con un simple overol de mezclilla de color azul, que combinaba con un par de zapatillas blancas. Tenía, además, una tez rosada y una cara muy joven y hermosa comparable a la de un modelo infantil popular. Él emitía un aura pura y parecía tan noble como un principito.
El niño miró a su alrededor con la curiosidad de sus ojos brillantes y claros y preguntó en un inglés fluido: "Mami, ¿este es lugar donde creciste? Entonces, ¿conoceremos pronto al abuelo y a la abuela?".
"¡Sí! Pero recuerda saludar a tus abuelos en el momento en que los veas, ¿de acuerdo?", dijo Laurel sonriendo amablemente.
Habían pasado cinco años desde que ella se llevó a su hijo. En ese entonces estuvo obligada a ganarse la vida en un país del extranjero. Ahora aquella femineidad que tenía cuando era una niña había sido reemplazada por una madurez y una firmeza. Todo cambió, por lo que de su ser emanaba una inconfundible sensación de calidez y ternura, cualidades que solo podían pertenecer a una mujer que había aprendido en la vida.
"¡Sí, mami, está bien, no te preocupes!", exclamó el niño con sensatez, mientras sus grandes ojos de un tipo lloroso mostraron alegría.
Laurel le devolvió una sonrisa y con un gesto cargado de amor acarició la cabeza de Ansel.
Ellos entraron en un apartamento viejo y detuvieron el paso frente a una puerta de hierro en el tercer piso.
Laurel, con la maleta agarrada se agachó para enderezar el ya inmaculado cuello de su hijo. Después de acomodarlo, se levantó y procedió a tocar la puerta.
Fue Meroy quien les abrió la puerta. Ella casi no veía debido a todas las lágrimas que había derramado durante estos años y a su avanzada edad. Entonces miró la vaga figura que estaba frente a ella y preguntó con duda: "¿Quiénes son ustedes?"
"¡Mamá!", escuchó vibrante una voz joven y de tono dulce que respondía a su pregunta.
Meroy se quedó impactada. Ella se frotó los ojos con incredulidad, y el rostro que había estado extrañando todos los días y las noches se hizo visiblemente más claro ante ella. Muchas fueron las lágrimas de emoción que brotaron de sus ojos. "¡Laurel! Eres realmente tú. ¡Por fin regreaste!", dijo con gran emoción.
Con sus ojos muy enrojecidos, Laurel se acercó y abrazó a Meroy con toda la fuerza de su amor. "¡Mamá!", exclamó.
Después de dar a luz al niño, Laurel tomó 50.000 dólares que Clement le dio y se fue al extranjero. La escena de su hijo recién nacido arrancado a la fuerza en el hospital estaba profundamente grabada en su mente. Posteriormente, le preocupaba que esas personas eventualmente se enteraran de que había tenido un segundo hijo en el mismo parto, por lo que decidió marcharse y esconderse en el extranjero.
Laurel inevitablemente sintió cierto resentimiento hacia Clement. Durante todos estos años pensó que si su padre pudiera mantener los pies en la tierra, en lugar de soñar con hacerse rico todo el día, ella no tendría que haber pasado por un camino tan difícil en su vida.
Durante este tiempo en casa se mantuvo un ambiente pacífico; sin embargo, su ausencia, después de que ella se fue a vivir al extranjero hace cinco años, fue muy dolorosa.
Aún así, la ira y la amargura que ella sentía hacia su padre, habían desaparecido desde entonces. Además, a Clement le habían diagnosticado recientemente un cáncer de pulmón. Esta enfermedad ya tenía una etapa avanzada. Cuando Laurel lo supo, ya no pudo quedarse quieta viviendo tan lejos. Y aunque deseaba poder haber tenido un par de alas y volar de regreso a casa inmediatamente, no fue tan fácil regresar.
Entretanto, las lágrimas de Meroy comenzaron a correr sin parar por su rostro, dejándola incapaz para hablar. Ella no había pasado un solo día en los cinco años que transcurrieron desde aquella triste partida, sin que extrañara a su hija y a su nieto. "¡Mi pobre niño!", dijo.
Laurel se secó sus lágrimas, levantó la cabeza posada sobre el hombro de Meroy y dijo con una sonrisa: "¡Mamá! ¡Mira, este es Ansel! ¡Ya es un niño grande!"
En ese momento, la abuela escuchó una tierna voz que la saludó: "¡Hola, abuela!", decía.
Fue entonces cuando Meroy descubrió a Ansel de pie detrás de Laurel. Ella lo conocía por las fotos en su teléfono móvil y, ocasionalmente, lo veía durante las videollamadas, pero esta era la primera vez que se veían en persona.
Ahora Meroy tenía frente a ella a un hermoso y delicado niño. Por esta razón, las lágrimas seguían llenando sus ojos una vez más. Ella abrazó a Ansel y lo besó muchas veces en sus mejillas regordetas. "Querido Ansel, ¡qué bueno que finalmente regresaste! ¡Te extrañé mucho!", dijo.
Clement y Hogan Kelly, al escuchar los ruidos provenientes de la puerta, salieron a toda prisa y descubrieron que Laurel y su hijo habían regresado a casa.
De inmediato la voz de Clement se quebró en un sollozo ahogado, y gritó sus nombres con euforia: "¡Laurel, Ansel!"
"¡Papá!", respondió la joven madre en que se había convertido su hija.
"¡Abuelo!", respondió el niño al mismo tiempo.
Entonces Ansel vio a su tío Hogan, que estaba sentado en una silla de ruedas, y corrió alegremente hacia él. "¡Tío!", dijo.