Nate se quedó observando a Leila y Quinta en trance, inseguro de cómo debía sentirse sobre la mujer frente a él.
Todavía estaban casados bajo la ley, así que seguía siendo su esposa.
Sin embargo, Leila había sido la mujer de Thomas Harris durante los últimos cinco años y le había escondido a su hija. No le había dicho nunca que se había convertido en padre.
Era imperdonable.
Sabía que no debía separar a una madre de su hija, pero una parte de él le decía que hiciera justo esto, mientras que otra insistía en que tomara a Leila y la encerrara en su habitación.
Aún la deseaba tanto como antes.
“¡Mami, vamos a casa con papi!”, las palabras de la pequeña sobresaltaron a sus padres y los hizo volver en sí. Leila se congeló y por fin se dio cuenta de que Nate estaba de pie junto a ellas. Había estado concentrada solo en su hija hasta este momento.
No obstante, ahora su mirada estaba fija en el hombre que apenas había sabido hace un día que era el verdadero padre biológico de su hija. Los ojos de Nate también se clavaron en los de ella con una expresión difícil de leer, lo que la hizo temblar sin razón aparente.
Quinta tomó las manos de Nate y de su madre con una gran sonrisa. Se sentía feliz de que sus padres estuvieran a su lado ahora.
Leila suspiró porque su hija lo había aceptado con demasiada facilidad y muy rápido.
“Quinta, nuestro hogar está en Nueva York, volvamos ahora”, susurró Leila. Ya le había pedido a Thomas que cancelara la boda porque no sabía si todavía podía confiar en él. Necesitaba tiempo para despejar su mente de todo este enredo.
Además, lo último que quería era dejar a Quinta con este hombre. Nunca abandonaría a su hija.
“¡Quinta es mi vida! Y no conozco a este sujeto”, pensó Leila, incapaz de dejar de mirar a Nate. Le tenía miedo por alguna extraña razón.
“¡Ni pienses en llevar a mi hija con Thomas Harris!”, exclamó Nate decidido. Leila frunció el ceño. No era lo que ella estaba pensando hacer. ¡Todo lo contrario! Tal vez no conocía a Nate, pero tampoco quería a Thomas en su vida.
Era hora de que aprendiera a valerse por sí misma.
“¡Quinta es mi hija y puedo llevarla donde quiera!”. Leila se armó de valor y se opuso a él. Había planeado llevar a su hija de regreso a Nueva York y usar sus ahorros para alquilar un apartamento para las dos.
Lo que ganaba con sus pinturas debía ser suficiente para proporcionarles una vida decente a ambas.
“¡Ella también es mi hija!”. Nate resopló y agregó enojado: “¡No irá a ninguna otra parte más que a mi casa!”.
Leila retrocedió al escucharlo.
Quinta miró a su madre y luego a su padre.
“¡Mami, quiero quedarme con papi!”. Las palabras de su hija le rompieron el corazón.
“Pero ¿no quieres estar conmigo? ¿No amas a tu mami, bebé?”, preguntó presa del pánico. Este hombre no solo había secuestrado a su hija y la había traído de Nueva York a Londres con él, sino que ahora Quinta quería quedarse con él. Leila se preguntaba atónita qué le había hecho.
“Sí te amo, mami. Quiero quedarme contigo y con mi papi. Vamos a su casa, todos podemos vivir juntos ahí y papi nos protegerá”, dijo con una sonrisa todo el tiempo y muy convencida de sus palabras.
Leila no podía creerlo. “¿Protegernos?”. No sentía que Nate quisiera protegerla a ella.
“Él me quería muerta para poder volver con esa otra mujer, la tal Selena Samuel”, recordó.
Thomas le había dicho que Nate había sido quien la había empujado de la colina. Había perdido su memoria por su culpa. Era un peligro para ella. “¡Él ama a esa otra mujer, no a mí!”, pensó, pero no podía decirle nada de esto a su hija.
“¡Quinta, espéranos en el coche! Papi tiene que discutir algunas cosas con mami”, le ordenó Nate. Leila observó a su hija escuchándolo con atención y luego caminó en dirección al vehículo. Una vez que la niña subió, Nate dio unos pasos más cerca de ella.
Fijó sus ojos verdes en Leila con una pizca de amenaza en ellos.
“No dejaré a Quinta”, dijo Leila mientras aguantaba su mirada analítica y profunda. Su interior se agitó por la proximidad de su cuerpo poderoso y musculoso, y su alma se sintió nerviosa. No podía pasar por alto lo guapo que era y lo encantador que era bajo esta fachada arrogante.
“¿Qué demonios? Debería ser inmune a los encantos de este hombre”. Leila apartó sus pensamientos, lista para enfrentarse a él.
“Vale. Entonces, puedes vivir con nosotros en mi casa”, las palabras de Nate la sacaron por completo de su trance. Su voz sonaba muy áspera y seria.
“¿Qué?”. Ella parpadeó rápido, volviendo en sí. Al igual que Quinta, dejó que él la hechizara por un instante. “¿Quieres que viva con mi hija bajo el mismo techo que tú y tu novia?”. Leila sonrió con amargura, dejándole ver cuánto lo despreciaba a él y a su oferta.
“¿Quién se cree que soy?”. Estaba hirviendo de rabia por dentro, o tal vez eran celos, no estaba segura.
“Es tu decisión”, dijo Nate casi como si no le molestara en lo más mínimo lo que ella decidiría hacer. “Quinta se quedará conmigo. Puedes quedarte nosotros, ¡o puedes firmar los papeles del divorcio y volver con Thomas!”. Lanzó su amenaza mientras le daba la espalda.
Ella lo vio caminar hacia su coche cuando por fin procesó sus palabras. Entonces, corrió tras él y lo alcanzó cuando estaba a punto de abrir la puerta del conductor.
“¡No!”, gritó mientras lo sujetaba de la parte superior del brazo. Nate se dio la vuelta y la miró. “¡No puedo vivir sin Quinta!”, exclamó. Su voz sonaba como una súplica.
Nate sintió que el hielo alrededor de su corazón se comenzó a derretir al ver los ojos de Leila llenos de lágrimas. “No puedo dejar que me conmueva”, pensó para sí mismo y continuó con su plan.
Ambos sintieron que Quinta los estaba observando a través de la ventanilla del coche. Luego la pequeña bajó la ventanilla justo en este momento.
“Mami, papi, ¿ya podemos irnos? Peppa y Barbie tienen mucha hambre”.
Leila se sintió impotente porque sabía que era demasiado débil frente a Nate. Necesitaba un plan bien pensado para alejar a Quinta de él.
“Claro, cariño”, respondió la mujer. No quería preocupar a su hija, por lo que aceptó la propuesta de Nate. Se sentó junto a su pequeña y dejó que él las llevara a su casa.
Nate le dio una habitación justo al lado de la de Quinta. Él pudo ver en su rostro que estaba contenta con esta decisión. La observó dentro de la casa mientras se comportaba como si estuviera viendo el interior por primera vez, sin saber dónde estaba su habitación. Quería ver si la podía atrapar fingiendo, pero no pudo. Esto solo lo hizo enojar más.
Después de que Quinta se durmiera, Leila entró en su nueva habitación con la intención de no salir hasta la mañana siguiente. Sin embargo, Nate llamó a su puerta y la invitó a ir a su estudio.
“No puedes quedarte aquí sin hacer nada, así que trabajarás como mi sirvienta”, dijo en un tono inexpresivo mientras estaba sentado en el sofá con sus largas piernas cruzadas como un rey todopoderoso.
“¿Qué?”. Leila lo miró boquiabierta y cruzó los brazos frente a su pecho.
“Puedes estar tranquila, no te tocaré ni te f*llaré”, agregó Nate, todavía con la misma actitud arrogante. Leila no pudo evitar que sus mejillas se sonrojaran.
“No me gustan las cosas de segunda mano que ya fueron usadas por otros”. Nate continuó insultándola. La mujer se tragó su furia y lo dejó terminar de hablar. Quería escuchar todo lo que tenía que decir. “Solo me servirás a mí, pero frente a nuestra hija, seguirás actuando como mi esposa. No quiero que se sienta triste”, terminó.
Ella trató de encontrar las palabras para responderle a este b*stardo, pero no pudo. Después de todo, no tenía ganas de deberle una disculpa.
No había hecho nada malo, él sí.
Nate fue quien la había puesto en esta situación en primer lugar. Leila no tenía motivos para sospechar que Thomas le había mentido. Culpaba a Nate por su amnesia y estaba segura de que nunca la había amado.
Tal como le había dicho Thomas, ella era solo su esposa por contrato.
“Vale”. Le dio una respuesta corta y aceptó trabajar como su sirvienta porque sabía que era inútil discutir con él en este momento. Bajó la mirada y volvió a su habitación. Sabía que la pasaría mal en este lugar, pero no tenía otra opción. Quinta era la única razón por la que soportaría todo esto.
Era la única manera que se le ocurría por ahora que le permitiría quedarse al lado de su hija.
Le fue bien en su primera mañana en la casa de Nate. Jugó con Quinta toda la mañana mientras que él ya se había ido a trabajar.
No obstante, después de comer, la niñera le informó que su esposo le había ordenado llevar a Quinta al parque y luego al zoológico. No volverían hasta la noche.
“El Sr. Hill dijo que no verías a Quinta hasta mañana”, dijo la Sra. White, mirándola con lástima. Leila no entendía qué estaba pasando hasta que una de las trabajadoras de la casa se le acercó.
“El Sr. Hill ordenó que usaras esto. Espera que su cena esté lista a las siete”, dijo la mujer, entregándole una bolsa a Leila. “Pero, por favor, nada de curry, mariscos ni dulces. El Sr. Hill odia la comida picante y es alérgico a los mariscos”, agregó.
Cuando la mujer se fue, Leila sacó el contenido de la bolsa. Al ver el uniforme de sirvienta blanco y negro, comenzó a planear su venganza.
Minutos después, dejó caer enojada algunas verduras en rodajas y pechugas de pollo en una sartén.
“Le daré una cena que nunca olvidará”, dijo entre dientes.
Sonrió y sazonó la comida con un puñado de polvo de curry picante hecho en casa.