“¿Viniste sola?”, le preguntó Louie a Leila después de una larga sesión de cálidos besos y abrazos. Estaba acostumbrada porque había vivido en Francia durante muchos años y, como él era francés, no le incomodó.
“Sí, acabo de pedir pollo al curry”. Leila le sonrió.
El vendedor los miró confundido y le preguntó si todavía quería la comida. Leila iba a responder que sí, pero su exnovio tomó la iniciativa e insistió en que comieran juntos en el restaurante de pasta que estaba a la vuelta de la esquina, el famoso Padella.
No dejó que se negara y le mostró que ya había hecho la reserva virtual, por lo que ella aceptó.
Conversaron sobre sus días en la secundaria y la vida en París, bromeando y riendo juntos. Louie se dio cuenta de que la Leila adulta tenía más encanto y era más relajada que la chica con la que había salido en su adolescencia.
“¡Espera!”. El joven se inclinó hacia adelante y rozó el borde del labio inferior de Leila con sus dedos, como si estuviera limpiando algo. Había sido muy bella en ese entonces, pero ahora era más hermosa, así que no pudo resistirse a coquetear con ella.
“Tenías algo en el labio”, añadió mientras la desvestía con su mirada.
Louie quería seguir las cosas donde las habían dejado. Nunca la había hecho suya y la deseaba.
“¡Louie, deja de coquetear conmigo! Podrías tan solo habérmelo dicho”, dijo Leila con una expresión seria, mostrándole que sabía lo que pretendía. Este hombre también era un mujeriego, y no le permitiría coquetear y jugar con ella.
Ya tenía suficiente con el otro mujeriego en su vida, Nate.
“¿Le prohibirás coquetear a un francés? ¡Vamos, Leila!”. Louie estaba decidido a seducirla, sin saber que estaba enamorada de alguien más. “¡Creo que deberías regresar a Francia, querida! Volveré a París dentro de tres días, deberías ir conmigo”, sugirió, siguiendo adelante con su plan.
Leila estaba pensando en cómo rechazar su oferta sin sonar maleducada, pero, de repente, vio que una figura alta y familiar se acercaba a ellos.
No podía creerlo. De todos los lugares de Londres, tenía que aparecer justo aquí.
“¡Disculpe! ¿Puedo hablar con mi esposa un momento?”. Nate apenas podía controlar su ira al ver a Leila con otro hombre. Había venido con la Sra. Luke porque quería impresionarla con la mejor pasta de Londres y enseñarle el mercado de Borough. Selena estaba con ellos, había llegado con Rose Luke, aunque él no la había invitado.
De inmediato, Nate notó a Leila en otra mesa en compañía de un hombre que era más que obvio que quería verla desnuda. Estaban coqueteando, riéndose y hablando con una actitud muy despreocupada. Quería asesinar a ese sujeto.
Cuando terminó de hablar con la Sra. Luke, se disculpó y se acercó a la mesa donde estaba su esposa.
“¡Oh! ¡Estás casada, Leila!”. Louie se sorprendió al escuchar la noticia, pero no se sentía arrepentido de haberle coqueteado. Lo volvería a hacer sin dudarlo. “Escuché que no estuviste con nadie más después de nuestra ruptura. Pensé que te había lastimado, pero ¡mírate! ¡Estás casada! ¡Enhorabuena a ambos!”. Nate se enojó más al escuchar al hombre.
Sin embargo, mantuvo la calma sin apartar la mirada de Leila y Louie, pensando en sus sentencias de muerte.
“Soy Louie Frederic, el primer novio de Leila”. Fue sincero, en realidad estaba feliz por Leila. Le ofreció la mano al hombre frente a ellos, pero no la aceptó. Nate estaba sujetando con un agarre protector el respaldo del asiento de Leila. “Su esposo piensa que soy una amenaza”, pensó Louie.
“Nate Hill, el esposo de Leila”. Nate por fin le estrechó la mano. Esta escena hizo que Leila se sintiera incómoda.
“¿Sr. Hill? ¡Claro! ¡He oído hablar de usted! ¡Es un gusto conocerlo!”. Louie se sintió emocionado al reconocer el nombre de su esposo. Al fin y al cabo, todo el mundo conocía o al menos había oído hablar de Nate Hill.
“Disculpe, Leila y yo tenemos que irnos”, dijo el hombre enojado.
“¡Claro! Nos vemos luego, Leila. No puedo esperar para seguir hablando contigo”, respondió Louie. No pudo resistir la tentación de decir la última parte solo para enojar a Nate. ¡De seguro quería volver a ver a Leila, estuviera casada o no!
“¡Vamos, cariño!”, dijo Nate con un tono amable, apretando su mano tan fuerte que casi la hizo llorar de dolor. Como Leila no quería hacer una escena en el restaurante lleno de gente, dejó que la llevara a la salida.
“¿Dónde está tu anillo de bodas?”. Ella no esperaba esta pregunta porque Nate tampoco usaba el suyo. ¡Qué m*ldito! Lo ignoró y no respondió, por lo que él repitió la pregunta, siseando y apretando su mano con más fuerza.
“Está en casa. ¡Ahora, suéltame la mano! ¡Me haces daño!”, le respondió también entre siseos con la mano entumecida y pálida.
“¿Por qué está en casa y no en tu dedo?”. Nate se enojó más. Estaba irritado por su respuesta y actitud tan descaradas.
“Tengo alergia al oro”. No se dejó someter ante su actitud arrogante e inventó una excusa. “¿Y por qué te importa? Solo soy tu esposa por contrato. ¡Al demonio tu anillo!”. Dejó escapar lo que sentía y pensó: “¿Quién se cree que es? ¡Solo estaba comiendo con un viejo amigo! ¡Él es el tramposo, no yo!”. Estaba molesta.
Seguían discutiendo mientras caminaban por el mercado en dirección al puente de Londres. Nate se maldijo a sí mismo por haber aparcado su coche en la otra orilla del río Támesis. Quería arrojarla dentro de su coche y cerrarla con seguro en este instante.
“¡Nate!”. Justo en el momento en que iban a poner un pie en el puente, la voz de una mujer lo llamó desde atrás. Sonaba demasiado dulce para el gusto de Leila y, cuando se dieron la vuelta, su corazón se detuvo una vez más.
¡Selena!
“Solo quería agradecerte por la comida. La pasta estaba deliciosa, es la mejor que he probado”. Todavía caminaba hacia ellos, balanceando sus caderas con un movimiento seductor. Tenía la mirada clavada en Nate e ignoró por completo la presencia de Leila. La rubia le sonreía como si ella fuera el rayo de luz andante más brillante que existía.
¡Habían comido juntos!
De repente, Leila se dio cuenta de lo que estaba pasando. “¡Y este imb*cil casi me hace sentir culpable por haber comido con Louie!”. Su espíritu despertó mientras la ira crecía en el interior de sus entrañas.
“Srta. Samuel”, intervino en voz alta para evitar que esta mujer la tratara como si fuera invisible.
“¿Tú eres…?”. Selena la miró solo de manera superficial sin ninguna sonrisa en su rostro, como si no la conociera. Leila estaba segura de que Selena sabía muy bien quién era ella, sobre todo en relación a Nate.
“Leila Swift”, respondió, pero se percató de inmediato de que se había equivocado al decir su apellido.
“Oh, Srta. Swif…”. Selena comenzó a hablar. No obstante, Leila se apresuró a interrumpirla para convertir su error en una ventaja.
“Soy la Sra. Hill. Lo siento, es que nos acabamos de casar y no es fácil acostumbrarse a un nuevo apellido. Siempre me equivoco con eso, ¿verdad, Nate?”. Se volvió hacia él y después de nuevo hacia Selena, siempre con una sonrisa en sus labios.
“¡Espera! ¡Te vi en nuestra boda! ¡Sí! Pero no te quedaste. ¡Es una lástima! Nate eligió mi vestido de novia él solo, era hermoso. ¡Gracias, cariño!”, exclamó Leila mientras rodeaba la cintura de su esposo con su brazo. Colocó su mano sobre su trasero y se puso de puntillas para besar la comisura de sus labios.
Nate sonrió con el corazón lleno de alegría al presenciar la actuación de Leila. Nunca le había importado que las mujeres se pelearan por él, aunque las había visto hacerlo, pero que Leila lo hiciera lo hacía sentir especial.
“¡Volvamos a casa, cariño!”. Tiró de él y lo arrastró lejos de Selena sin siquiera voltear a mirar a su exnovia.
Selena estaba enojada, se sentía humillada por la pequeña esposa por contrato de Nate. ¡Sí! La había escuchado mientras caminaba detrás de ellos. “¿Cómo se atreve a hablarme así?”.
Según lo que había escuchado, Nate y su esposa falsa no se llevaban muy bien.
“Separarlos será más fácil de lo que pensaba”, pensó Selena.
¡Sería solo cuestión de tiempo!
Nate y Leila permanecieron en silencio durante el lento viaje de regreso a casa. ¡Londres y su loca hora punta! Ella se sentía triste, envuelta en sus propios pensamientos sombríos. ¿Nate había dormido con Selena la noche anterior? ¿Se la había f*llado?
Él nunca la trataba como su esposa ni la llamaba Sra. Hill, excepto en algunas ocasiones formales frente a otras personas a las que no podía hacer dudar de su matrimonio.
Ahora Leila estaba segura de que Selena había vuelto. De seguro Nate estaba comiendo y durmiendo con ella. Se rio con amargura por dentro y desvió la mirada a la ventana.
“¿Y bien? ¿Ese chico francés es la razón por la que quieres divorciarte de mí?”, preguntó Nate de repente.
¡Qué pregunta tan est*pida! Leila no se molestó en responder y siguió mirando por la ventana.
“¡Te hice una pregunta! ¿Sí o no?”. Este id*ota hizo lo que siempre hacía. La tomó del brazo, gritó y la obligó a mirarlo a los ojos.
“¡Sí! ¿Ahora, qué harás?”. Ella volteó irritada.
Nate cerró los ojos y apretó el puño furioso por los celos. Tras esto, no se dijeron nada más.
Cuando por fin se detuvieron frente al chalé de Nate, solo bajó Leila. El hombre se quedó dentro del coche y condujo a un lugar desconocido.
Después de un rato, otro coche se aparcó frente a la casa y Leila se asomó por la ventana de la cocina. Acababa de poner agua a calentar en una tetera para prepararse un té.
Vio que Selena salió del coche y caminó hacia la entrada como si fuera dueña de toda esta m*ldita propiedad.
“Ahora, ¿qué quiere esta rubia?”, Leila se preguntó.