Diana escaneó a Laurel de pies a cabeza a través de sus lentes de color marrón y se detuvo en su vestido por unos segundos. "¡Está bien! ¡Me he acostumbrado a este tipo de cosas! No está mal, ¡solo elígela!", dijo luego de reírse con indiferencia.
A continuación, apartó su ojos de la mujer y no volvió a mirarla para nada, sino que pasó por su delante con sus tacones altos.
De pronto, una ráfaga de aromática fragancia pasó a la deriva y ella se veía tan espléndida como un pavo real.
Sarah se dispuso a seguir a Diana, pero antes reprendió a Laurel con disgusto. "¡La próxima vez, sé proactiva! Puedes irte".
"¡Entiendo!". La chica sonrío descontenta en su interior.
Parecía que no era necesario que haga o diga algo para que los demás la desprecien, solo tenía que existir.
De todos modos, ella llevaba varios años trabajando en esta industria y ya estaba acostumbrada a este tipo de cosas. Era joven y no tenía una buena educación, así que era despreciada en todas partes.
Con todo, todavía se sentía un poco incómoda.
Sin embargo, ella necesitaba de manera urgente el trabajo y el dinero, así que, aunque la despreciaran, ¡ya tenía un empleo y debía apreciarlo!
Después de salir de World Trade Center, Laurel miró al lado opuesto de la calle y vio una farmacia abierta.
Por un instante, sus ojos se iluminaron y comenzó a cruzar la calle.
No obstante, tenía tanta prisa que no prestó atención a la carretera y casi fue atropellada por una motocicleta que salió de repente de la esquina.
Completamente asustada, dio unos pasos hacia atrás y cayó al suelo.
"Señorita, ¿está bien? ¿Le he hecho daño?", preguntó el motociclista con preocupación luego de lograr detener su vehículo a tiempo.
Laurel todavía estaba en estado de shock, así que negó con la cabeza y respondió torpemente; "No... ¡Estoy bien!".
"Gracias a Dios...". Antes de que el motociclista pudiera terminar de hablar, varios hombres vestidos con cortavientos negros y lentes de sol se acercaron y patearon la moto hacia el suelo.
El piloto también fue derribado por los hombres y uno de ellos le pisó el cuello, al punto que, si ejercía un poco más de fuerza, él definitvamente moriría.
El pobre muchacho estaba tan asustado que no podía hablar con claridad. "¿Quién... quiénes son ustedes? ¿Cómo pueden hacer esto a plena luz del día? ¿Acaso no respetan la ley?".
Laurel también quedó impactada por la escena que tenía en frente y pensó que había ofendido a alguien, así que sacó su celular para llamar y denunciar el incidente a la policía.
Mas, al segundo siguiente, un hombre de rostro serio y cuadrado se colocó frente a ella, con una actitud muy respetuosa.
"Srta. Laurel, no se preocupe. Esta persona la ha ofendido, ¡y le daremos una lección! Es más, si quiere que le demos una paliza, ¡solo dígalo! ¡Si le ocurre algo, el presidente vendrá a ayudarla!".
Luego de escucharlo, la mujer se quedó atónita y sus manos comenzaron a temblar.
¿Acaso estas personas estaban buscando justicia para ella?
Si eso fuera verdad, sería muy raro, pues era evidente que este asunto no tenía nada que ver con el motociclista.
"¿Quién te dijo que lo golpees? ¡Detente! ¡No le pegues!". El rostro de Laurel palideció y los detuvo rápidamente.
No obstante, los guardaespaldas pensaron que ella estaba asustada. "Srta. Laurel, no se preocupe. Nos ocuparemos de este asunto".
¿Es que no se daban cuenta que eran ellos quienes la asustaban?
"¿De qué vas a ocuparte?". La chica estaba tan ansiosa que estaba a punto de escupir sangre. "¡Detente ahora mismo! ¿Me escuchas? Si lo golpeas más, ¡lo matarás!".
El hombre frunció el ceño confundido, pero aún así, hizo un gesto a sus compañeros para que se detuvieran.
El motociclista, a pesar de tener la nariz contusionada y la cara hinchada; cojeó, empujó su motocicleta y finalmente consiguió escapar. "¡Malditos! ¡Serán castigados!".
Laurel miró a los guardaespaldas con los ojos muy abiertos, reflejando incredulidad. Además, sus dedos temblaban de ira. "¿Me han estado siguiendo todo este tiempo?".
"¡Señorita, solo la estamos protegiendo!".
La chica miró la farmacia a su lado y se molestó aún más. "Lo llaman 'protección', ¡pero lo único que hacen es vigilarme por encargo de su jefe!".
No era de extrañar que, por la mañana, el Sr. Lee le advirtiera que no provocara al joven amo. ¡Esta era la razón!
¡Maldito b*stardo! Ella prometió curarlo, ¡pero eso no significaba que él pudiera tomar su libertad!
Ahora que tenía los ojos puestos sobre ella, ¿cómo podía comprar las píldoras?
En ese mismo instante, ella sacó su celular de inmediato para llamar a Gregary, pero por desgracia, no había guardado su número.
"¿Quién de ustedes tiene el número de su presidente? ¡Quiero llamarlo!".
"Srta. Laurel,... ¡por favor, no nos cree problemas! ¡El número del presidente es estrictamente confidencial!".
"¿Me lo vas dar o no? ¡Si no lo haces, me ocasionaré un accidente!", amenazó.
Los agentes se miraron entre sí y dudaron, mas, uno de ellos sacó de pronto su móvil y marcó el número de Gregary. "¡Bien, use mi teléfono! ¡Soy el capitán a cargo y soy el único que tiene el número del presidente!".
"¡Gracias!". Laurel tomó el celular agradecida.
Mientras tanto, en la oficina del presidente del Grupo Stewart, Gregary estaba teniendo una reunión.
Su teléfono vibró de repente. Por lo tanto, lo sacó de su bolsillo y, al revisar el número, recordó a la ligera que se trataba del capitán de los guardaespaldas que estaban a cargo de proteger a Laurel.
"Por favor, continúen con la reunión, y díganme su conclusión cuando regrese". Totalmente inexpresivo, el hombre se levantó y salió del lugar.
"¿Sí? ¿Qué pasa?".
Tan pronto como contestó llamada, hubo una crispada voz gritándole desde el otro lado. "¡Gregary Stewart, estás enfermo! ¡Cómo puedes pedirle a alguien que me vigile! ¡No te vendí mi libertad, solo prometí curarte! ¡Dile a tus guardaespaldas que se vayan ahora mismo!".
Al oír el agudo y exaltado tono de Laurel, Gregary retiró su teléfono móvil con disgusto y dijo impaciente; "¿Para eso me llamas? ¡Estoy ocupado! No tengo tiempo para hablar de esas tonterías contigo".
Acto seguido, colgó la llamada sin más.
"¿Quién dice que son tonterías? Oye, espera un momento...".
"Tu, tu, tu...".
Al notar que ya no estaba en línea, la mujer se enojó tanto que dio un fuerte pisotón al suelo. "¡Ese maldito!".
Entonces, le devolvió el teléfono al hombre y caminó hacia adelante con enojo. "¡Ya no me sigan!".
Sin embargo, los guardaespaldas solo hicieron caso omiso y continuaban tras ella. Así, sin importar si fuera hacia adelante o hacia atrás, ellos iban detrás. ¡Eran como sanguijuelas de las que no podía librarse por mucho que lo intentara!
Ante esto, Laurel estaba tan asustada que quería llorar. Por su culpa, no pudo obtener el medicamento.
Luego de pensarlo por unos segundos, no tuvo más remedio que pedirle ayuda a Martha.
Cuando Martha recibió su mensaje de texto y lo leyó, escupió el trago de agua que apenas habia podido tomar en medio de su ajetreado día.
Una hora más tarde, en un famoso y concurrido café, ambas se reunieron.
Laurel eligió el sitio con más gente y se sentó allí. De esta manera, los guardaespaldas no tendría espacio donde pararse.
Tal y como lo había previsto, ellos no entraron, sino que se limitaron a mirar a su alrededor y a esperar en la puerta.
Al llegar al lugar, Martha miró con curiosidad a los guardaespaldas que estaban en la puerta.
"¡Martha, por aquí!". Laurel le levantó la mano a modo de saludo.
Cuando la chica estuvo frente a ella, no dudo en preguntar de inmediato; "¿Para qué quieres esto?".
"¡Por Dios! ¿Podrías bajar la voz, por favor?". Laurel le guiñó un ojo y dijo entre dientes; "Has traído lo que te pedí, ¿verdad? ¡Dámelas ya!".