Temprano por la mañana, el sol irrumpió en el horizonte y dio lugar al primer rayo de luz dorada.
Los pájaros comenzaron a cantar y las flores frescas comenzaron a emitir una dulce fragancia en el bosque que rodeaba al castillo.
El sol se coló en la habitación a través de los espacios entre las cortinas europeas bordadas, y brilló sobre las personas dormidas en la cama.
Laurel se despertó por el calor, y notó que el hombre que dormía detrás de ella tenía las manos y los pies envueltos alrededor de su cuerpo como si de un pulpo se tratase, incluso el ritmo de su respiración era anormal.
Además, tenía la cabeza muy cerca a su cuello, como un monstruo devorador de humanos queriendo chuparle el aliento.
Por lo tanto, la mujer se quedó sin palabras y solo encogió el cuello.
No obstante, su cuerpo se sintió débil con ese pequeño movimiento. Además, le dolía la cabeza y tenía un fuerte dolor de garganta.
Apenas había dormido un poco en toda la noche, así que seguía aturdida y no quería abrir los ojos para nada.
Ella estaba tan enfadada que alargó la mano para alejar su brazo y murmuró; "¡Gregary, suéltame!".
"¡Shhh, no hagas ruido, vuelve a dormir!". La voz del hombre era particularmente leve y sexy por la mañana.
Parecía que le molestaba que ella se despertara tan temprano y estuviera moviéndose, como si perturbara sus sueños.
Él, por su parte, ni siquiera echó un vistazo, solo la abrazó mucho más fuerte que antes.
Ante esto, Laurel no pudo ni apartarse de él; solo abrió los ojos y, al ver en el reloj de pared que aún era temprano, los cerró con cansancio y volvió a quedarse dormida.
A las diez de la mañana, el sol resplandecía plenamente.
"¿Srta. Laurel? Por fin despierta".
La mujer movió los párpados, pero antes de que pudiera abrir los ojos por completo, escuchó una suave voz.
Sin embargo, la cama era tan cómoda, que se resistía a levantarse.
Segundos después, abrió los ojos aturdida y se encontró con una curiosa mirada pendiente de ella. Al lado de su cama, una mujer vestida como mucama sostenía un conjunto de ropa.
"¿Srta. Laurel?".
La chica se sobresaltó y se levantó temblorosa, pero el hombre ya se había ido.
Casi de inmediato, toda su somnolencia desapareció, sostuvo la colcha y miró a la joven con cautela. "¿Tú eres...?".
La criada sonrió tiernamente y respondió con cortesía; "¡Srta. Laurel, soy Molly y estoy encargada de cuidarla en este castillo! El mayordomo me dijo que esperara a que se despertara y que le dijera que la está esperando abajo".
Al oírla, ella hizo un gesto con los labios y contestó; "Está bien, puedes esperarme afuera mientras me visto".
Molly sonrió y dijo; "Señorita, mi trabajo es cuidar de usted, así que no tiene que ser educada. Yo la vestiré, solo tiene que ponerse de pie y dejar que la atienda".
Mientras hablaba, la jovencita dio un paso adelante y tiró del edredón.
La expresión de Laurel cambió ligeramente. Movió su cuerpo hacia atrás algo nerviosa y agarró el edredón con fuerza. "¡No será necesario! Gracias por tu amabilidad, pero espérame afuera.
En su cuerpo desnudo, su blanca piel cubierta de numerosos chupetones reflejaban que Gregary la había besado de pies a cabeza la noche anterior.
Por lo tanto, si otros la vieran así, tendría mucha vergüenza.
Molly no discutió más del tema con ella, solo atinó a colocar la ropa en la mesita de noche y luego se inclinó levemente. "¡Está bien! Llámeme si tiene algún problema, señorita".
"¡Gracias!", le dijo con una sonrisa.
"Ni lo mencione, yo solo hago mi trabajo".
Laurel levantó el edredón y, cuando estaba a punto de vestirse, sintió que algo andaba mal.
Una fría sensación se hizo presente en su cuello, justo donde él la había mordido...
Entonces se mordió el labio y se frotó las piernas tímidamente. Para su sorpresa, esa parte también estaba fresca, como si alguien le hubiera aplicado alguna pomada.
Laurel se sonrojó muchísimo y se apresuró a detener a la mucama, quien ya había caminado hasta la puerta. "Molly... ¿me has aplicado alguna crema?", preguntó con duda.
"¿Qué?". La muchacha se detuvo y la miró confundida. "¡No, no fuí yo! ¡Tal vez el Sr. Gregary lo hizo! A nadie se le permite entrar en esta habitación. De hecho, si estoy aquí es porque me asignaron atenderla, de lo contrario, no hubiera entrado".
Con el corazón conmovido, dijo; "Está bien, entiendo. Puedes irte".
"¡De acuerdo! Pero antes de irme, déjeme decirle que el joven amo es muy amable con usted", afirmó ella mientras la miraba con envidia.
La Srta. Laurel debía ser alguna especie de Diosa Virgen reencarnada. De lo contrario, ¿cómo pudo conseguir que un hombre como Gregary fuera tan amable con ella?
Por otro lado, Laurel se quedó sin palabras al oír que, para la mucama, él era amable con ella.
Si algo era seguro, era que ese hombre era impredecible, malhumorado, engreído y tremendamente arrogante. De hecho, a ella ni siquiera le importaba si alguien se lo quitaba.
No obstante, era mejor que Laurel no se enterara del vínculo que tenía con ese bastardo desde hace cinco años. De lo contrario, ¡ella no lo dejaría en paz tan fácilmente!
Cuando la muchacha se fue, Laurel recogió su ropa del suelo para ponérsela, obviando la que Molly había dejado en la mesita. Sin embargo, pronto notó que todos los botones habían sido arrancados y no había manera de volver a usar ninguna prenda.
En ese momento, pensó en lo grosero que fue Gregary, y no pudo evitar enojarse. "¡Es un animal! ¿Cómo puede ser tan bestia?".
Había demasiadas formas en las que él podía torturarla, y ella no podía hacer nada en su contra aunque quisiera.
Laurel no tuvo más remedio que ponerse la ropa que Molly había preparado y, cuando finalmente se cambió, bajó las escaleras.
El Sr. Lee, quien ya la estaba esperando, la miro bajar con una mirada de sorpresa.
Entonces, le estrechó la mano y la saludo amablemente. "¡Srta. Laurel, buenos días!".
"Mmm...".
Al parecer, en esa ocasión, los saludos le eran incómodos.
"Sr. Lee, ¿puedo irme ya? ¡Tengo cosas por hacer!".
"Srta. Laurel, antes de que se vaya, tome su desayuno, por favor", le dijo con una sonrisa característica en su rostro.
La mujer se quedó pasmada al principio, pero luego asintió y comprendió a qué se refería.
Como anoche Gregary "se acostó" con ella, obviamente tenía que comer algo. De ningún modo permitiría que se quedara embarazada de algún hijo suyo.
De todos modos, si Lee no le daba la "píldora", ella ya había pensado en comprarla por su propia cuenta.
Por consiguiente, fue detrás del mayordomo hasta un precioso comedor.
"¡Srta. Laurel, por favor tome asiento!". El Sr. Lee le acercó una silla gentilmente y luego abrió los dorados platos de la mesa uno por uno. "Este es tu desayuno. ¡Disfrútelo!".
De repente, veinte o treinta exquisitos aperetivos aparecieron frente a ella uno tras otro. Había todo tipo de comida china y occidental, así como frutas para comer después del desayuno.
Aquella escena la dejó un poco estupefacta, por lo que, en completo estado de shock, dijo; "Sr. Lee, ¿a esto se refería con 'tomar desayuno'? ¿No se supone qe debe darme las píldoras anticonceptivas?".
Al oírla, su mano, que estaba sosteniendo la bandeja, tembló y casi derribó el plato.
"Señorita, está pensando demasiado las cosas. Puede estar segura de que el Sr. Gregary es un hombre responsable, así que, mientras dé a luz a su hijo, usted disfrutará de infinita riqueza y honor. El joven amo puede mantenerla incluso si da a luz a más de cien hijos, no tiene por qué preocuparse".
Laurel entró en pánico y se apresuró a explicar; "¡No! Yo no quiero dar a luz a ningún hijo suyo. ¿Tienes las píldoras o no? ¡Date prisa y dámelas!".
Cuando el anciano escuchó esto, la sonrisa en su rostro se desvaneció gradualmente y su tono ya no era tan amable como antes.