La cama que lucía la habitación de Gregary era grande, además suave y esponjosa. Aún así Laurel todavía sentía algo de mareo, después que ese hombre se arrojara con aquella brusquedad encima de ella.
Pero, ¿por qué él tenía la costumbre de portarse tan rudo y violento? ¿Acaso no podría ser amable aunque fuera por una vez?
Laurel guardó silencio y trató de sentarse. Ella quiso llevar la palma de su mano hacia su frente, pero de repente sintió el abrupto empujón que le propinó Gregary.
La chica era capaz de oler las feromonas masculinas que emanaban de aquella figura alta y fuerte que intentaba apretase contra su cuerpo. Seguidamente, y de inmediato, él la agarró por sus muñecas y se las sujetó encima de la cabeza.
El hombre entonces dijo con voz profunda y ronca: "¡Dime! ¿Por qué te portas tan audaz? Y, además, ¿cómo te atreves a seducirme?"
Tras escucharlo decir eso, Laurel trató de responder, pero con cautela: "Yo, yo en verdad no te seduje..."
"¿No? Bueno. Entonces, ¿por qué me besaste hace un momento? ¿Por qué lo hiciste? ¡Debes haberlo hecho a propósito!"
Laurel podía sentir el profundo susurro del hombre y su cálido y húmedo aliento que emanaba contra su rostro. Ella se dio cuenta que algo le incomodaba en sus orejas.
Después de escuchar que él la acusaba de haberlo seducido, a ella la invadió un terrible sentimiento de culpa.
"¡Ejem!" La joven reprodujo la escena en su mente y sus orejas de repente se pusieron rojas. En ese momento deseó poder desaparecer por un gran agujero negro y esconderse simplemente dentro de él por siempre.
Él miró su carita nerviosa en la que se destacaba sus ojos oscuros y brillantes, mientras esperaba tranquilamente la respuesta.
Bajo la mirada penetrante del hombre, Laurel se sintió incómoda. Y al tratar de esquivarlo no pudo lograrlo, seguía dominada por la atención de sus agudos ojos.
Esta situación parecía incontrolada, tanto que ellos se acercaron peligrosamente. El duro contorno del cuerpo del hombre buscaba moldearse a las suaves curvas de la chica.
Ahora ella no estaba segura de lo que sentía, pensó que se debía al calor de la habitación o, acaso, era el ardor del cuerpo del hombre. Estaba tan nerviosa que comenzó a sentir el sudor acumularse en su frente de forma copiosa.
Con los latidos de su corazón acelerados, dijo con una voz temblorosa: "¡Yo no actué a propósito! ¡Lo que he querido es tener la oportunidad de hablar contigo! ¡Ahora, quiero disculparme por mi comportamiento!"
"¿Crees que yo necesito tu disculpa?", dijo Gregary entrecerrando los ojos. Él habló con un tono amargamente sarcástico: "Te acercaste a mí y de una vez tomaste la iniciativa de besarme. ¿Es que nunca pensaste en tu esposo?"
Fue así como una imagen lo asaltó y le generó una sensación incómoda. Él imaginó a un hombre, que suponía era su esposo, en silla de ruedas, con una sonrisa amable y su comportamiento encantador.
Por primera vez, en sus veintiocho años de vida, había encontrado que una mujer tuviera un olor que no le repugnara. Pero, ¿por qué debió ser con una mujer casada?
Esta situación, sin duda, era de una gran vergüenza para él. Como director ejecutivo de Stewart's Group, se le consideraba como el hombre más joven y rico del mundo. Pero ahora ¡debía recuperar su dignidad!
"Dime, ¿por qué debería ayudarte?", preguntó de forma inquietante.
"..." Tras escucharlo, Laurel se sintió confusa y tragó saliva.
¡Oh Dios mío! ¿Cuándo tuvo ella un marido?, pensó en medio de un enredo que no sabía cómo destrabar.
Sin embargo, eso no impidió que se acercara a él precipitadamente sin pensar en cuáles serían las consecuencias, ni en cómo debería persuadirlo para que la ayudara.
Entonces se mordió los labios encajando una mirada retadora en su rostro.
En consecuencia, su mente se apresuró frenéticamente para poder encontrar una razón que convenciera a Gregary de que en realidad necesitaba que la ayudara. Debía exponer una razón que no diera pista alguna sobre la verdadera identidad de Ansel.
Ella no poseía una mente tan aguda, y ciertamente tampoco le servía de mucho que su pensamiento estuviera apocado por el constante aire caliente que emanaba de Gregary y empañaba su rostro. Por esta razón, creía que sus pensamientos se sentían como una bola de hilo, indefensa y enredada.
Gregary, al mirar a la mujer que estaba debajo de él, hizo que sus gruesas cejas se fruncieron gradualmente. De seguido, un brillo intenso y oscuro apareció en sus ojos.
Sus labios eran como flores, bombeados y deliciosos. Él casi podía oler la fresca fragancia de las flores que emanaban de ellos. Lo había probado antes, y sabía lo dulces que eran.
Pero el solo hecho de pensar que otro hombre hubiera saboreado sus labios de la forma en que él lo hizo, le provocaba irritabilidad en el corazón.
"¡Dímelo ya!", exclamó Gregary frunciendo el ceño con fuerza, mientras le pellizcaba la barbilla con los dedos para así evitar que se mordiera los labios.
"¡M*ldita sea!", prorrumpió añadiendo: "¡Sus labios son tan hermosos, pero están manchados por marcas rojas de mordeduras!"
"¡Me lastimas...!", dijo Laurel, quien se vio obligada a dejar de morderse, ya que sus delicados rasgos se retorcía de la agonía. Pero había algo tan sensual y atractivo en la expresión de su rostro, como si fuera un dejo ligero de dolor.
La mirada de Gregary se tornó oscura, mientras atravesaba a Laurel con agudeza. Él, sin embargo, la instó: "¡Dime, ahora! ¡No quiero que una mujer casada se esté arrojando a mis brazos! ¡Y debes cuidar tus palabras, piensa bien lo que vas a decir! ¡Y si no puedes convencerme esta vez te sacaré y te arrojaré como comida para los leones!"
"¿Alimentaré a los leones?", pensó.
Pero blandiendo un ataque de pánico, agarró al hombre por el brazo y rápidamente dijo: "¡No! ¡No!"
"¡No tengo marido!", gritó, y agregó: "¡Nunca he dicho que tengo marido! ¡Todo este tiempo me has malinterpretado!"
"..." Gregary se quedó impactado durante varios segundos por lo que había escuchado. Así, después que lo pensó un poco, se dio cuenta de que ella decía la verdad.
¡Él había sido engañado durante todo este tiempo por ese mocoso de Atwood!
Sin embargo, ella tampoco había ayudado a aclarar nada del malentendido. Esta situaión la convirtió en cómplice, por lo tanto, era igualmente imperdonable.
A pesar de todo, él se puso feliz al escuchar que Laurel no tenía marido.
Aún así, hizo un gesto frío y desentendido, como si el hecho de que tuviera o no marido, no le importara.
"¿Crees que me importa si estás casada? ¿Y qué tienes un marido? ¡A mí, si me gusta una mujer, podré hacerla mía sin importarme nada! ¡Pero, tú, simplemente, no vales el esfuerzo que yo pueda hacer!"
Tales palabras despertaron un torbellino de furia en el corazón de Laurel. Ella no esperaba que le dijera eso.
"¿No crees que podría matarte si sigues actuando como un idiota?"
Ella, por dentro, estaba que ardía de la rabia, pero mantuvo la sonrisa en su rostro. Aún así, continuó diciendo palabras halagadoras: "¡Sí, por supuesto! Eres Gregary Stewart. ¡Puedes conseguir a quien quieras! Bueno, entonces, ¡supongo que me sentiré bastante aliviada si no te gusto! ¡Por favor, bájate de mí! ¡Me estás ahogando! Ugh~"
En efecto, su rostro estaba rojo y apenas podía respirar bajo el enorme cuerpo de Gregary. Ella solo pesaba unos 45 kilogramos, después de todo.
Gregy se dio cuenta de la oprobiosa expresión en su rostro. Y su ardiente mirada se detuvo en sus labios, que estuvieron ligeramente entreabiertos durante unos segundos, pero al final él no hizo nada. La soltó y se levantó.
Laurel se sentó, sintió que el aire volvía a recorrer libremente a su alrededor. Ella, con cuidado, movió su cuerpo hacia un lado, tratando de aumentar la distancia entre ellos.
Gregary observó las intenciones de la chica, y sabía perfectamente de lo que se trataba, por eso un destello de desagrado cruzó por sus ojos.
Laurel se sentó un poco distante, pero detrás de él, y cuando levantó la vista, pudo ver claramente que él tenía una marca roja junto a las orejas.
Eso era una prueba del forcejeo ocurrido ayer y en el que ella le arrojó los zapatos, debido a un precipitado impulso.
Laurel se reconoció nuevamente invadida por un sentimiento de culpa. Sonrió avergonzada mientras intentaba probar cómo nadar en estas aguas, por lo que dijo: "Sr. Stewart, yo vine aquí hoy para rogarle que salve a mi hijo. ¡Realmente lamento mis palabras groseras y la actitud que tuve anteriormente!"
Los mendigos no podían elegir, parecía que esta expresión tenía cabida aquí, por eso Laurel ahora no tenía otra opción.
Por el bien de su hijo, ella diría o haría cualquier cosa, sin importar cuán hipócrita pudiera sonar.
Al escuchar sus palabras, Gregary volvió la cabeza para mirarla, era como si él estuviera poseído por algún espíritu maligno. Sus ojos se posaron en sus labios rojos y la sexy nuez de Adán, que dejaba ver, rebotó en su garganta.
"Esta bien. Yo puedo ayudar a tu hijo, pero ¿qué precio estarías dispuesta a pagarme?", dijo inquisitivo.
"¿En serio... en serio? ¿Estás seguro?", dijo ella de forma interrogativa y sus ojos se iluminaron; sin embargo, luego se apagaron rápidamente.
Él ni siquiera se molestó en preguntarle qué tipo de ayuda necesitaba. Ahora, ella no estaba del todo segura de que él aceptaría, debido a la naturaleza de su pedido. "Mientras me ayudes, lo haré... yo...", intentó decir algo pero la idea quedó entrecortada.
No sucedió así con las siguientes palabras que pudo expresar, estas le concedieron un rico rubor a sus mejillas. Lo que esta vez intentaba comunicar, no lo podía decir en voz alta.
Estaba en juego, por un lado, su inocencia perdida; y por el otro, la vida de su hijo. Debía saber elegir.
Ella no era muy inteligente, pero tampoco era una chica tonta. Por la forma en que él la miró, ¡sabía lo que él quería!
Naturalmente, Gregary ya no necesitaba dar mayores explicaciones. Por supuesto, estaba claro para él que ella había entendido.
"¿Cómo quieres tú que yo te ayude? ¿Acaso, necesitas dinero? ¿O es otra cosa?", preguntó obsequioso.
"Necesito... sangre...", dijo Laurel levantando sus ojos cristalinos y mirándolo con cautela. Ella apretó las manos con nerviosismo mientras esperaba su respuesta.
"¿Sangre?", inquirió Gregary pensando que había oído mal.
Laurel, por su parte, frunció sus labios y asintió.