Capítulo 19
935palabras
2024-01-22 11:03
"Alfredo...", dijo Rodrigo con tono de preocupación mirando a su amigo, después de acercarse a Raelynn.
"Hay que recostarla en algún lado", dijo Alfredo, sosteniéndole una mano a la chica, mientras su padre la ayudaba a moverse para luego recostarla en un futón en el cuarto contiguo.
"¿Dónde te duele?", le preguntó Alfredo, pero si hubiera sabido que él era gastroenterólogo, ella no le habría explicado su dolor tan confianzudamente. Una vez, hace años atrás, sintió un dolor punzante en la parte inferior del abdomen tan fuerte que pensó que iba a morir, aunque resultó ser solo un caso terrible de gases. Por lo mismo, se imaginó sintiendo todo ese dolor nuevamente y eso le describió a Alfredo.

"Tráele un poco de agua caliente; creo que solo tiene gases", le pidió Alfredo a una sirvienta mientras buscaba algo en su bolso.
"Una tal Dalila te está llamando sin parar", le dijo de pronto Rose a Raelynn, la cual había cambiado el nombre de Damien por el de una mujer para evitar problemas.
Entonces, Raelynn miró a Lyla y, haciéndole señales en secreto, le pidió que tomara el teléfono.
A continuación, Lilya dio un paso adelante y antes de tomar el celular y salir al balcón, dijo: "Dalila es una amiga en común; permíteme atender la llamada".
Después de pasados unos minutos, Raelynn se tranquilizó y se levantó para caminar nuevamente hacia el altar. Alfredo era el que había dicho que se sentiría mejor dentro de un rato tras haberle dado un medicamento, así que ella actuó acorde a eso para no levantar sospechas, pues no se quería arriesgar sabiendo ahora que él era un gastroenterólogo.
'Las palabras se las lleva el viento', se repetía mentalmente a sí misma mientras pronunciaba las palabras: "Sí, acepto".

"¡Excelente!", exclamó el oficiante, y luego agregó: "Entonces, ¿hay alguien aquí que haya esperado hasta el último segundo para oponerse a esta unión?".
Al escuchar esto, la multitud se echó a reír, mientras que Raelynn escaneaba el lugar con la mirada en busca de Amelia, quien no se veía por ningún lado.
"¡Muy bien! Rodrigo, repite conmigo: En el nombre de Dios, yo, Rodrigo, te recibo a ti, Raelynn, para ser mi esposa... para tenerte y protegerte de hoy en adelante, para bien y para mal, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad... para amarte y cuidarte... hasta que la muerte nos separe. Este es mi voto solemne".
Rodrigo repitió todo con tremenda facilidad mientras miraba a Raelynn a los ojos. Pero cuando fue el turno de ella, y estuvo al borde de sufrir un ataque de pánico para cuando terminó sus líneas.

"Entonces, como símbolo de estos votos de matrimonio, ahora tienen que intercambiar anillos".
Enseguida, Alfredo le entregó los anillos al oficiante, y este dijo: "Esto es un símbolo que quedará grabado permanentemente en el corazón del otro. Independientemente de si deciden llevar estos anillos en la mano o en el corazón, llevarán con ustedes la firma del otro...
"Entonces, habiendo dicho esto, Rodrigo, por favor, toma este anillo y colócalo en la mano izquierda de Raelynn... y luego repite conmigo esta oración y prométele a Raelynn...".
Cuando Rodrigo tomó su mano y juró amarla hoy, mañana y siempre, el corazón de ella se aceleró, pero al mismo tiempo se dio cuenta de que nunca podría confiar en nada de lo que dijera ese hombre, pues había sido capaz de decir todas esas cosas sin titubear en ningún momento.
Luego, el oficiante prosiguió y dijo: "Muy bien, Raelynn, por favor, toma este anillo y colócalo en la mano izquierda de Rodrigo y...".
Sin embargo, en ese preciso instante, las manos de Raelynn comenzaron a temblar y sus piernas se tambalearon, y cuando estaba a punto de caer, se dijo a sí misma: 'No puedo permitir que esto suceda; hemos cometido demasiados pecados'. Entonces, se dejó caer en los brazos de Rodrigo.
"Raelynn, ¿qué te pasa hoy?", le preguntó Rodrigo mientras acariciaba su mejilla con preocupación. En respuesta, ella presionó el rostro contra su pecho y murmuró: "Necesito un poco de aire".
Dada su petición, Rodrigo la llevó en brazos a la casa de la playa y la acomodó cerca de la salida norte, que era la parte con mejor ventilación de la casa. Seguidamente, Raelynn miró a todos los presentes y fingió un gran malestar, por lo que Rodrigo les pidió a todos que salieran de la habitación. Después de quedarse quieta unos minutos, solo escuchando los latidos de su corazón, se levantó lentamente para ir al baño.
"Por favor, consígueme un poco más de agua", dijo ella, mostrándole el vaso y la jarra de agua vacíos. En realidad, ella sí tenía muchas ganas de orinar, pero no tenía tiempo que perder, así que en el instante en que Rodrigo miró para otro lado, ella salió disparada por la puerta, descendió por el acantilado hasta que fue seguro saltar y luego corrió hacia la ensenada.
Uno de sus zapatos se quedó atrás cuando saltó al carrito de golf y comenzó a atravesar barricadas hasta llegar a la estrecha calle trasera donde estaba el vehículo negro sin identificación.
Cuando Alfredo y Easton entraron a la habitación para ver qué tanto hacían Rodrigo y Raelynn por tanto tiempo, el novio, al ver la habitación vacía, saltó hacia el acantilado también. Por eso, cuando sus amigos lo vieron saltar, lo siguieron hasta que encontraron el zapato.
"Cenicienta te dejó seis peniques", dijo Easton, apuntando a la moneda que había dentro del zapato, y luego agregó: "Supongo que necesitaba un amuleto de buena suerte para escapar".