"Papá, ¿extrañas a Gafas Negras? ¿La viste hoy en la Mansión de Presidente? ¿Ella me mencionó? Hace mucho que no viene a verme. ¿Será que no me extraña?". Al darse cuenta de que William se había dirigido hacia el armario sin decir una palabra, Tommy levantó la voz y continuó parloteando: "Papá, mírame, ¿he perdido peso? Mi cara está más delgada". Después de decir eso, Tommy llevó las manos diminutas y regordetas hacia el rostro, lo frotó y volvió a suspirar. "¡Ya no tengo cara!".
"¡Si no dejas de hablar y te vas a la cama, te haré correr ocho kilómetros!", lo regañó. Para cuando el pequeño hubo terminado su momento de autocompasión, William se había puesto una bata de baño azul marino y salió del vestidor. Sus profundos ojos negros miraban al niño de manera inmutable.
Tommy lo miró con hastío, resopló y, de inmediato, se tapó con el edredón hasta cubrir la cabeza. El muchachito no tardó en quedarse dormido, y su padre, tras mirar el bulto debajo de las cobijas, relajó su ceño fruncido y suspiró con discreción.
Luego, se dio la vuelta y caminó hacia el estudio que estaba afuera de la habitación y, ni bien entró, llamó su atención el teléfono que vibraba: era Fletcher.
Cogió el teléfono y contestó sin rodeos.
"Habla ya".
"Señor, Hannah no volvió a salir de su casa una vez que llegó. No creo que le haya pasado nada malo", Fletcher informó con un tono cauto y vacilante, tras notar la respuesta terminante de William.
"¿No crees? ¿Quieres volver a unirte al ejército unos años más?", le expresó su desaprobación.
"Lo siento, señor, me equivoqué. Llegaré al fondo de esta situación de inmediato". Y como si Fletcher no fuera lo bastante cobarde, al momento de escuchar a su jefe la mano le tembló y dejó caer el teléfono.
"Te daré otros diez minutos para resolver esto".
"Sí, señor".
Después de colgar, William se paró desconcertado frente al escritorio y se preguntó por qué estaba tan preocupado por el bienestar de Hannah. No era un caso de vida o muerte en absoluto, ¿significaba que la quería?
De repente, recordó un incidente en el que Hannah y Tommy comían papas fritas a escondidas en el pasaje secreto. ¿Se había salteado el desayuno ese día?
Con eso en mente, hizo una llamada de inmediato.
"¡Buenas noches, señor!". Al otro lado del teléfono, Rya se sorprendió al escucharlo tan tarde.
"A partir de mañana, la Mansión de Presidente brindará desayuno de cortesía durante dos horas dentro del horario laboral, de 7:30 a. m. a 9:30 a. m. Procura que sean lo más abundantes posible, haz los arreglos necesarios", instruyó en un tono suave y sin un solo rastro de emoción.
"Señor, pero... el costo del desayuno...". Rya estaba desconcertada.
"Cárgalos a mi cuenta personal", respondió William sin pestañear.
"Sí, señor. Lo organizaré de inmediato".
"Mañana es viernes, asegúrate de que todo el personal esté informado antes del lunes", prosiguió.
"Entendido, señor".
Colgó, y aún con el teléfono en la mano, la escultural figura de William se apoyó contra el escritorio a la vez que con la otra masajeaba el entrecejo para relajar la zona. Se sintió abrumado por una oleada de emociones que recorrían su pecho; unas que nunca había experimentado antes.
Se masajeó las sienes, y el teléfono, todavía en su mano, volvió a vibrar mientras se sentaba tras el escritorio para comenzar a trabajar: era Fletcher.
"Habla".
"Señor, la compañera de habitación de Hannah le compró analgésicos. Se quedó dormida después de tomarlos". Esta vez, Fletcher por fin pudo informar con certeza sobre la condición de la mujer.
"Envía a alguien para que la vigile. Si algo vuelve a suceder, infórmame de inmediato".
"¿Qué pasa si es tarde en la noche?", Fletcher preguntó débilmente.
"¿No escuchaste lo que acabo de decir?", refunfuñó William con voz grave.
"Sí, señor, entendido".
Justo esa mañana, William había elogiado frente a Hannah y a todos los demás a Willow por su exquisito gusto para la moda. ¿Por qué no había sido prudente con sus sentimientos entonces y, de repente, se preocupaba tanto por ella? Los mandamases en verdad tenían una manera de pensar bastante diferente a la gente común. Sin embargo, Fletcher no se atrevió a decir lo que pensaba y asintió al instante por miedo a hablar de más.
Una vez más, William colgó el teléfono, se sentó en su sillón ejecutivo y agarró un documento, aunque ya no tenía ganas de ocuparse de asuntos administrativos. No quería hacerlo por más que lo intentara, y como no estaba en condiciones de trabajar, se puso de pie, apagó las luces y se dirigió hacia el dormitorio.
La puerta estaba abierta de par en par, no parecía haber ningún movimiento en el enorme dormitorio, incluido el "bulto" debajo del edredón.
William dio un paso ligero, caminó hacia la cama sin hacer ruido y levantó con suavidad las cobijas que cubrían al pequeño Tommy hasta la cabeza.
Seguía dormido y respiraba plácidamente entre las sábanas. Bajo la tenue y cálida luz del dormitorio, el rostro rubio y sonrojado del pequeño, así como las delicadas cejas, eran casi idénticos a los de Hannah. Las comisuras de la boca permanecían apenas curvadas, incluso cuando dormía; parecía estar soñando algo bonito.
William no pudo evitar inclinarse y besar la frente de Tommy sobre el grueso flequillo. Luego, levantó el edredón y se metió en la cama.
Ni bien terminó de acomodarse, el niño se dio la vuelta de forma repentina y dejó caer los brazos y las piernas sobre el cuerpo de William. A continuación, escuchó una risita y algunas palabras incoherentes: "Papi, te amo más que a nadie en el mundo...". Seguramente estaba soñando.
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