Leila quería hacerle una pregunta en particular a Nate desde hace un tiempo, pero no estaba segura porque le daba demasiado miedo pronunciar esas palabras.
Habían encontrado a Selena y Stan Samuel muertos dentro de su celda y le preocupaba que su esposo tuviera algo que ver.
Sabía que no debía sospechar de él. Después de todo, nadie lo conocía tan bien como ella, pero el miedo superó su sentido común. Nate tenía los recursos, el intelecto y el valor para hacer algo así. Leila todavía esperaba no equivocarse, él no podría haberlo hecho.
Sin embargo, tenía que asegurarse.
“Nate, tengo que preguntarte algo…”. Comenzó a hablar con timidez.
“¿Sí?”.
“¿Tú fuiste…?”. Leila no pudo terminar su oración, pero Nate supo lo que estaba pensando y entendió lo que quería preguntar.
“¡Claro que no! Fue Thomas. Le pagó a alguien en la cárcel para que los envenenara. Mis hombres están trabajando en eso, están interrogando a sus hombres”, Nate afirmó.
Leila no tenía ninguna duda. Tal vez él era un id*ota arrogante, pero era su id*ota arrogante y no era un criminal.
No obstante, había algo más que la perturbaba.
Había recordado todo su pasado y se sentía culpable por no haber hecho nada sobre la actitud de Mark hacia Sophia. Debía haberlo entregado. En ese momento, Leila no tenía la fuerza de voluntad para pensar en eso porque tenía sus propios problemas. Además, Sophia la había enfurecido, pero ahora, este pensamiento comenzó a molestarla.
Ese hombre debía pagar por haberse aprovechado de Sophia. No estaba bien, lo que le había hecho era un crimen horrendo.
La niña era menor de edad y padecía una enfermedad mental. Leila ya no la culpaba y solo sentía lástima por ella. Lo que había hecho fue el resultado del abuso de Mark hacia ella.
“¿Sabes algo de Sophia? ¿Cómo está?”, preguntó con timidez.
Nate la sorprendió con su respuesta de nuevo. Le dijo que ya estaba mejor.
Se encontraba en un hospital, no en prisión, y estaba tomando medicamentos. Nate ya había designado a otro de sus equipos de investigación para este caso en particular.
“Sophia comenzó a hablar con su psiquiatra sobre su infancia y su relación con Mark. Al parecer, comenzó a abusar de ella cuando solo tenía once años, así que el psiquiatra llamó a la policía. Él también pagará por sus crímenes. ¡No te preocupes, cariño!”, Nate le aseguró.
Leila lo abrazó y él le dio un beso. Ahora, nada se interponía en el camino de su felicidad.
Dos meses después, todavía seguían en su etapa de luna de miel.
Era sábado por la mañana y Quinta estaba en una pijamada en casa de Alice e Ivan. Se llevaba bien con los mellizos. Leila le había asegurado a Nate que Liam no era un peligro para su hija, al menos no todavía.
“¡Pero yo sí soy un peligro para ti, Nate Hill!”. Leila abrió los ojos y vio que su esposo seguía durmiendo a su lado.
Colocó una mano en su barbilla y le acarició la barba de un día, luego la oreja y el cuello. Nate se movió entre sueños y sus labios se torcieron en una sonrisa. Leila metió la otra mano debajo de las sábanas y se topó con su pecho sólido como una roca. Se deslizó por sus tensos abdominales hasta llegar más y más abajo.
“Mmm”, murmuró Nate. Acercó su rostro al de Leila mientras ella acariciaba su er*cción. Sus labios intentaron apoderarse de los de su esposa, pero la mujer movió su cabeza hacia atrás y lamió su labio superior con la punta de su lengua. Leila se rio al sentir que la sujetó con sus manos y la acercó más.
“Estás jugando con fuego, mujer”, comentó Nate. Tiró de ella debajo de las sábanas y colocó su cuerpo sobre el de su esposa. Cogió sus delicadas piernas y las envolvió alrededor de su cintura con sus ojos clavados en los de ella. Nunca se cansaría de esta mujer.
“¿De verdad?”, preguntó Leila, ya levantando las caderas para sentirlo mejor.
Lo deseaba mucho y, con cada día que pasaba, su deseo solo crecía. Su esposo era su debilidad y su lugar seguro.
“Claro que sí”, respondió Nate y llevó sus labios a su boca. La besó con locura y pronto se encontró haciéndole el amor con pasión
Era como todas las mañanas, solo que esta vez fue un poco más suave…
“Echo de menos a Quinta, pero a veces está bien no tenerla cerca”, comentó Leila, cerrando los ojos por un momento. No se podía disfrutar del silencio tan a menudo cuando se tenía hijos. ¡Ahora, ella lo necesitaría más que nunca!
Por fin se había hecho la prueba en la tarde del día anterior.
“Debería decirle. Tal vez en el almuerzo”, se prometió a sí misma.
Iban a tener otro bebé. Leila ya tenía dos meses de embarazo. Solo estaba esperando el momento perfecto para darle la noticia a Nate.
“Ahora dices eso, pero dentro de media hora, me harás ir a recoger a nuestra hija”. Nate se rio de ella. Estaba de pie detrás de la isla de la cocina, ayudando a preparar el desayuno. Tenían mucha hambre después de dos rondas de s*xo matutino.
Leila lo vio cortar el pan y ponerlo en la canasta. Ella ya había preparado unos huevos y había puesto agua a hervir en una tetera.
“Muero por un café”. La mujer suspiró. Tenía tanto sueño que apenas podía mantener los ojos abiertos. Nate la había tenido despierta la mayor parte de la noche y ella lo había despertado muy temprano por la misma razón.
“Tendré que tomar una siesta en la tarde, el bebé lo necesita”, se dijo a sí misma.
“Deberías tomar menos café”, dijo Nate sin apartar la mirada de las rebanadas de pan ni del cuchillo que sostenía en la mano.
“¿Por qué?”, preguntó Leila con timidez, sintiendo que había algo más detrás de sus palabras.
“Ya sabes, por el bebé”. Nate sonrió y se encogió de hombros, todavía sin mirarla. Lo dijo como si siempre estuviera embarazada y no fuera la gran cosa.
“¡Estaba actuando! ¡Es como un m*ldito actor!”. Leila frunció el ceño mientras pensaba. “¡¿Có-cómo…?! ¿Desde cuándo lo sabes?”, por fin pudo preguntar aún atónita.
“No puedes ocultarme nada, cariño”, respondió y sonrió. “No puedes decirme que no. Hemos estado teniendo s*xo varias veces todos los días durante los últimos dos meses. Además, no tuviste tu período”.
“Sí puedo decirte que no”, protestó Leila.
“¡No puedes!”.
“¡Claro que sí!”.
“¿Quieres que ponga a prueba mi teoría?”.
“¡No te acerques!”. Leila soltó una risita al verlo acercarse a ella poco a poco con una sonrisa coqueta, pero peligrosa, mientras jugueteaba con sus diabólicos labios.
“¿No quieres que me acerque?”.
“Tengo hambre”, comentó Leila, aunque a Nate le sonó más como un gemido. Ella no podía resistirse a él, al igual que él no podía resistirse a ella.
Nate cogió una rebanada de pan y la dejó caer en su plato junto a los huevos.
“¡Come rápido!”. Luego se lo deslizó a Leila y le ordenó, a lo que ella obedeció con gusto…
Nate se acostó sobre su cama para esperar con paciencia a que su esposa saliera del baño.
“¡Si se cubre con una toalla, la voy a matar!”. Soñaba con ver su cuerpo desnudo, pensando que sería una lástima tapar su belleza perfecta ante sus ojos, al menos cuando estaban solos. Ella todavía era un poco tímida en la cama, pero no era como si a él no le gustara. Quería ser quien hiciera que Leila se deshiciera de todas sus inhibiciones y de su timidez.
Tal y como había supuesto, ella le había pedido que fuera a recoger a Quinta. También extrañaba a su hija. Se puso a pensar sobre su pequeña, no había sido parte de ese embarazo porque Leila no había estado a su lado. ¡Todo por culpa de los m*lditos de Thomas y la p*rra de Selena!
No podía esperar para compensarlo esta vez. Ya había planeado todo lo que haría para facilitarle las cosas a su esposa. ¡Aprovecharía este embarazo al máximo!
“¡Nate!”. La voz de Leila lo sacó de sus pensamientos.
“¿Sí?”. Él le sonrió, esperando que estuviera de humor para otra ronda. Esta vez, salió sin una toalla alrededor de su cuerpo.
“Nunca me preguntaste si te amaba”, dijo con tristeza y se dejó caer sobre la cama como si estuviera decepcionada. Nate supuso que era debido a las m*lditas hormonas.
“Soy talentoso, guapo y divertido. Claro que me amas, ¿quién no lo haría?”. Leila frunció el ceño y puso los ojos en blanco.
“Se equivoca, Sr. Hill. ¡Lo que amo es su dinero!”, respondió en broma. “¡Él no es el único que puede hacer ese tipo de bromas!”, pensó.
“Vale, entonces, te daré todo mi dinero”. Nate continuó bromeando, pero su rostro se puso serio de repente y también el tono de su voz.
“¡Te amo, Leila! No necesito que también me ames. ¡Te daré todo lo que desees!”.
“Pero solo te quiero a ti. ¡Te amo, Nate!”, exclamó Leila desde el fondo de su corazón y cerró los labios para darle un beso.
Las palabras que se dijeron el uno al otro sonaban como una promesa inquebrantable, que sellaron con su amor por toda la eternidad.
El fin